viernes, 31 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 125 (2 de 2)

Oriana se reune con Melicia y Olinda. juntas contemplan la figuras y sus nombres grabados en el jaspe. Vean a Grimanesa y su belleza les impresiona tanto que dudan que ninguna otra pueda entrar en la Cámara Defendida. Se quedan un rato embelesadas por lo que ven. Pero al poco tiempo caen en la cuenta de que las esperan fuera y salen juntas. Van tan alegres que a la concurrencia le parece que son más hermosas que como entraron. Sus respectivos maridos van a su encuentro. Todos juntos van a la Cámara Defendida. Grasinda también quiere probarla. Amadís les pide a Olinda y Melicia que la acompañen.
[...]
Grasinda entra en la Cámara encomendándose a Dios. Supera el padrón de cobre pero es detenida ante el padrón de mármol. Allí nota como le tiran de sus largos cabellos y es expulsada del sitio. Cuadragante la recoge. Está tan enamorado que no le importa el resultado de la prueba.
Olinda, de la mano de Agrajes, se dirige a la Cámara. Supera el padrón de cobre y alcanza el de mármol sin sobrepasarlo. También es expulsada.
Le toca a Melicia. Supera los padrones de cobre y mármol. Todos creen que llegará hasta la Cámara. También lo piensa Oriana, toda demudada. Pero da un paso más y Melicia es expulsada como las otras. Bruneo pena por ella, otros ríen disimuladamente.
Por último, llega el turno de Oriana. Camina con pasos sosegado y rostro honesto. Supera si dificultad los dos padrones. A un paso de la entrada a la Cámara empieza anotar muchas manos que le impiden avanzar. Ella porfía por penetrar en la Cámara. Alcanza por fin la entrada, muy cansada. Se agarra a la jamba. De pronto aparece un brazo que hace señas a madís para que la acompañe. Una voz dice: "Por fin una belleza ha vencido a Grimenesa y un caballero ha superado a Apolidón". El brazo tira de Oriana y la introduce en la Cámara Defendida.
Ysanjo declara que desde ese momento todos los encantamientos de la Ínsula Firme han sido deshechos.
Luego llegan las felicitaciones. Continúan los festejos de boda. Comen y cenan.
Aposentan a los recién casados en ricas alcobas. Esa noche, las doncellas pasan a ser dueñas... y las que ya eran dueñas, no menos placer obtuvieron de sus recién estrenados maridos.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 125 (1 de 2)

Los reyes acuerdan que los festejo de boda duren quince días y que las ceremonias se efectuarán el cuarto día. 
Llega el día señalado. Los novios se reunen en los aposentos de Amadís vestidos con los más ricos paños. Lo mismo hacen novias, reyes y grandes señores. Todos se reunen en la huerta y juntos van a la iglesia donde les espera Nasciano. Tras la celebración de las bodas, Amadís se reune con su suegro. Le pide que hable con Oriana y le diga que pruebe el Arco de los Enamorados y la Cámara Defendida que ninguna mujer ha podido penetrar en más de cien años, después de que lo hiciera Grimanesa, la esposa de Apolidón. Lisuarte le dice que no tiene inconveniente. Habla con su hija y le transmite el deseo de su esposo. Todos escuchan con turbación la orden real, temerosos de que Oriana no supere las pruebas con su consiguiente menoscabo y vergüenza. Pero al ser orden real y deseo de Amadís, nadie se atreve a oponerse.Todos van al Arco. Melicia y Olinda también quieren intentarlo. Sus maridos no quieren forzarlas a probarse en él, pero ellas insisten en hacerlo. Melicia y Olinda son las primeras en pasar bajo el Arco. La imagen que hay sobre él tañe su trompeta y produce una dulce melodía con gran alivio y contento de los presentes. Es el turno de Oriana. Un instante antes de pasar bajo el Arco, se gira para mirar a su esposo y le muestra su sonrojado rostro. Oriana pasa el Arco y la imagen entona un dulcísimo son y de la trompeta salen despedidas tantas flores y rosas que en poco tiempo el campo queda cubierto de ellas. La melodía es totalmente diferente a otras y tan dulce que provoca gran deleite entre los presentes y nadie quiere moverse de su sitio.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 124

Dragonís, primo de Amadís y Galaor, mancebo honrado y esforzado, destacado caballero en la guerra de Mongaza, no estaba presente cuando se acordaron todos estos matrimonios porque había partido del monasterio de Luvania con una doncella a la que le había prometido un favor: combatió por ella con Angrifo, señor del Valle del Fondo Piélago que había apresado al padre de la doncella. Fue una lucha dura y cruel porque Angrifo era un difícil rival. Al fin, Dragonís consiguió vencerle y liberó al padre de la doncella. Ordenó al caballero vencido que antes de veinte días se personase en la Ínsula Firme y se pusiese a merced de Oriana. Luego, como estaba cerca de Mongaza, se acercó a visitar a sus amigos Galvanes y Madasima. Estando allí, llegó el mensaje de Lisuarte que les invitaba a acompañarle a la Ínsula firme. Con ellos, pues, llegó Dragonís al señorío de su primo. Allí presenció los casamientos que Amadís había acordado. Dragonís estaba contento por la suerte de sus compañeros, pero Amadís se da cuenta que no es justo que deje así a su primo. Se reune con él y le cuenta como tras la batalla de Luvania, el rey de la Profunda Ínsula huyó con graves heridas. Luego, por medio de un escudero del rey Arábigo, se enteraron de que había muerto en el barco. Amadís ha decidido ceder la posesión de la Profunda Ínsula a Dragonís y que éste, a su vez, ceda sus derechos al señorío paterno a su hermano Palomir. Además le propone que se case con Estrelleta.
Dragonís tenía otros planes: ir con Bruneo y Cuadragante y ayudarles a ganar sus propios señoríos, y luego, visitar al Florestán, flamante nuevo rey de Cerdeña, buscar nuevas aventuras en Roma y por último, retornar con Amadís. Pero, acatando la voluntad de su primo, acepta todas sus sugerencias. 
Amadís le pide a Lisuarte el ducado de Bristoya para Guilán el Cuidador y que le permita casarse con la duquesa a quien ama. Amadís, que tiene preso al duque, se lo entregará a Lisuarte. El rey acepta la propuesta pues siente gran cariño tanto por su yerno como por Guilán. Además el duque debe pagar por sus felonías. Guilán agradece a Amadís sus gestiones y le quiere besar las manos. Amadís no se lo permite y lo abraza.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 123 (3 de 3)

Urganda se acerca a Lisuarte con la intención de besarle las manos pero él no se lo permite y la abraza. Lo mismo hacen Perión y Cildadán. Urganda se vuelve hacia el Emperador de Constantinopla y le dice que aunque no se conocen, ella sabe que es un hombre noble y de valía. Por eso se ofrece para hacerle el servicio que necesite, que, aunque viva lejos de su morada, Urganda no tiene problemas en recorrer grandes distancias en poco tiempo. El Emperador le agradece su oferta y queda muy contento por recibir sus favores. Urganda le dice que gracias a ella le será restituido el primer fruto de su generación. Urganda habla ahora con Amadís. Le dice que quiere abrazarlo y que ahora que ha llegado a la cumbre, pocos favores suyos ha de necesitar. Pero debe permanecer vigilante para no perder lo ganado. Amadís le responde que le agradece todas las mercedes que hasta la fecha le ha concedido. A continuación, Urganda habla con Galaor. Les dice a él y a Cildadán que quiere hablar con ellos más tarde, pues piensa quedarse unos días en la Ínsula Firme. Por último, la hechicera envía a los enanos a la serpiente en busca de palafrenes para ella y sus donceles. Los caballeros salen en busca de sus caballos huidos, aterrorizados por la serpiente. Ya todos con montura van al palacio donde les esperan reinas y damas. Antes de entrar, Urganda habla con Esplandián y le encomienda un tesoro para que lo guarde. Y le entrega a los dos donceles (?). 
Entran en la huerta. Urganda es recibida por las damas con alegría y cordialidad. Urganda alaba tal colección de bellezas, grandes en hermosura y virtud. Entra en la torre con ellas. Pide permiso para alojarse junto a Oriana y sus invitadas. Así pasan la noche en alegre compaña.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 123 (2 de 3)

Alojan a Lisuarte y a su esposa en las habitaciones de Oriana y a Perión y Elisena en las de Sardamira. Oriana y las damas que se van a casar se trasladan a lo más alto de la torre. Amadís dispone ricas mesas en los soportales de la huerta y allí comen todos en alegre compañía.
Cildadán se aloja con su tío Cuadragante. Amadís acoge en sus aposentos a Arbán de Norgales, a Guilán el Cuidador y a Grumedán. Norandel se acomoda con su amigo Galaor. Agrajes invita a sus habitaciones a su amado tío Galvanes, mientras Madasima se va con Oriana y el resto de las damas a la torre. Esplandián, de la misma edad que el rey de Dacia, enseguida congenia con él y le invita a sus habitaciones. Serán grandes amigos y juntos vivirán grandes aventuras como se contará en las "Sergas de Esplandián" donde, entre otras, conoceremos las andanzas de Maneli, Talanque y Leonorina de Constantinopla.
Al día siguiente se celebran los matrimonios. Todos tienen prisa en volver a sus respectivas tierras: unos para tomar posesión de sus nuevos señoríos, otros para luchar contra sus enemigos o ayudar a sus amigos. Están todos reunidos en la huerta cuando oyen un gran griterío de la gente que está fuera. Preguntan por la causa de tanto grito. Les dicen que algo extraño y espantoso se acerca por el mar. Los hombres van al puerto, las mujeres suben a lo alto de la torre. Todos ven como se acerca un humo negro y espeso. En medio de ese humo aparece una serpiente mucho mayor que cualquier barco, de grandes alas, cola enroscada, y de cabeza, dientes y boca grandes y terroríficos. De sus narices sale el humo negro. Emite espantosos roncos y silbidos. Echa enorme gorgozadas de agua por la boca. Los caballeros que la contemplan se quedan atónitos, paralizados, sin saber que hacer.
La serpiente se acerca y de pronto da tres o cuatro vueltas de través, sacude las alas y hace crujir sus conchas. El ruido atemoriza a los caballos que huyen en desbandada. Los caballeros discuten como defenderse del monstruo cuando de un costado de la sierpe sale un batel todo tapizado de rico paño de oro. En él viaja una dueña flanqueada por dos donceles. Feos enanos reman. Lisuarte cree que se trata de Urganda la Desconocida pues la escena le recuerda su última aparición, cuando estaban en Fenusa. Amadís está de acuerdo con Lisuarte. El batel llega a tierra. Esfectivamente es Urganda. Se muestra ante ellos en su forma real, ni muy vieja ni muy niña. Desembarca acompañada por sus donceles, muy hermosos y vestidos con ricas vestimentas adornadas con pedrería de gran valor.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 123 (1 de 3)

Cuando Lisuarte estuvo de vuelta en Vindilisora, ordenó a su mujer, a su hija, y a su mayordomo que hicieran los pertinentes preparativos para viajar a la Ínsula Firme. Cuando llegó el momento de partir, decidió hacerlo con muy poco séquito. Entre esos pocos estaban Galvanes y su esposa Madasima. El rey Gasquilán retornó a su patria.
La comitiva real hizo un viaje rápido y sin contratiempos. Cuando llegan a cuatro leguas de su destino, los de la Ínsula Firme deciden salir a su encuentro. Con rapidez se forma un grupo de recepción con todos los caballeros y damas de la Ínsula Firme y salen en busca del grupo de Lisuarte. Ambos grupos se encuentran a mitad de camino, a dos leguas. Lisuarte y Perión se abrazan. Amadís viene detrás con Galaor. Cuando Lisuarte ve a este último, flaco y demacrado tras su enfermedad, las lágrimas llenan sus ojos y le abraza emocionado. Las reinas Brisena y Elisena se saludan a su vez. Luego, Oriana se acerca a su madre. Ambas se abrazan tan emotivamente que casi pierden el conocimiento. Hubieran caído si no las sostienen sus acompañantes. Briolanja y Sardamira también saludan a la reina y a la infanta Leonoreta. Más saludos del resto de damas y caballeros... Después de los innumerables saludos de rigor, todos juntos se dirigen a la capital de la Ínsula Firme. La reina Brisena se asombra y maravilla ante la magnificencia de lo que ve. Ella había supuesto que la Ínsula Firme era un señorío de poca importancia. Lo que ahora contempla la saca de su error. Y una cierta envidia le ensombrece el corazón, pues una corte como aquella desearía para su marido. La apesadumbra el pensamiento de que Amadís la ha conseguido con el único mérito de sus armas y su caballo. Sin embargo, a pesar de tener el corazón turbio, pone buena cara y sonríe a todo el que la saluda. Lisuarte, por su parte, no se separa de Galaor. Oriana ve a Esplandián y queda embelesada. Su madre se lo entrega. Mabilia se acerca y charla con el doncel. Todos se dirigen al palacio.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 122 (6 de 6)

Cuando el ataque simultáneo de Bruneo y Angriote se produce, se encuentran con el real vacío. Se dan cuenta de la huida enemiga y empiezan la persecución. Al principio es muy dificultosa por la falta de luz, pero cuando llega el alba divisan al ejército del duque y se lanzan sobre ellos. Alcanzan a la infantería, los heridos y el fardaje (intendencia). Los que van a caballo han acelerado la huida abandonando a sus compañeros más lentos a su suerte. Los hombres de Angriote y Bruneo hacen gran destrozo entre los rezagados: matan a unos y apresan a otros. Luego regresan victoriosos a la villa. Mandan traer a la reina que encuentra alborozada a sus hijos sanos y salvos y la villa liberada. Angriote y sus amigos le piden licencia a la reina para volver a la Ínsula Firme. Ella les ruega que permanezcan en Dacia dos días más, para ver la coronación de Garinto como nuevo rey y presenciar la ejecución del duque. Ellos responden que asistirán gustosos a la coronación pero prefieren que el ajusticiamiento del duque sea después de que se hayan marchado.
Se quedan, pues, para la coronación de Garinto, que se culmina sin novedad y en un ambiente festivo. Bruneo y Angriote son los encargados de colocarle la lujosa corona en su cabeza. Los dacios obligan al duque a que asista a la ceremonia y es insultado por la plebe. Los insulofirmeños le piden a la reina que se lo lleven, pues no quieren ver humillado e injuriado al vencido. La reina quiere recompensarles con oro y joyas. Ellos declinan la oferta. Solo aceptan como recompensa cuarenta perros de caza (lebreles y sabuesos) que se crían de muy buena raza en ese país. La reina les pide que se lleven al joven rey a la Ínsula Firme para que, al lado de Amadís, adquiera las virtudes de buen caballero que poseen todos los caballeros de la Ínsula Firme. La reina les proporciona una fusta para que navegen de regreso a su tierra. Una vez que han partido, la reina ordena que ahorquen al duque.
Angriote y sus amigos llegan sin novedad a la Ínsula Firme. Dan aviso a Amadís de que les acompaña el rey de Dacia. Amadís, en compañía de Agrajes, sale a recibirlos. Saluda cordialmente al joven rey e invita a todos a su palacio.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 122 (5 de 6)

Bruneo y el infante entran en la villa con los prisioneros. La gente del pueblo se maravilla de ver vencidos a aquellos dos que poco antes habían venido a atemorizarles. Bruneo les increpa por no haber salido en defensa de su rey y de sus hijos. Los villanos se avergüenzan. Su portavoz los justifica alegando la carencia de un líder que los guiara. Bruneo les cuenta como la reina les pidió ayuda a ellos, los caballeros de la Ínsula Firme. Al enterarse de que e un caballero de Amadís todos se ponen a sus ordenes para liberar a los infantes. Bruneo les dice que se preparen juntando armas y hombres. Mientras, él irá a una villa cercana para reunir más gente. Cuando sean un número suficiente, marcharán hacia la villa sitiada. Después de comer, Bruneo se dispone para cabalgar a la segunda ciudad. En ese momento llegan dos peones. Traen noticias de la incursión nocturna de Angriote y sus compañeros. Cuentan como han apresado al duque y como la confusión reina entre los sitiadores. Se rumorea de que van a retirarse pronto. Los peones son de una aldea cercana a la villa sitiada, y vienen a prevenir a las gentes de Alimenta para que se guarden de la rapiña del ejército del duque en desbandada. Ante tal noticia, Bruneo reune a los hombres principales de la villa. Ya no es necesario juntar más gente, con los hombres de Alimenta será suficiente. Hay que darse prisa y atacar, no sea que toda la gloria se la lleven los de la villa sitiada.
El resto del día lo ocupan en preparar las armas lo mejor posible. Todos trabajan con diligencia y ánimo que les infunde el deseo de venganza por la humillaciones sufridas. Llegada la noche, Bruneo da orden de marchar hacia el sitio. Le pide al infante que se quede en Alimenta, lugar seguro, pero el muchacho insiste en permanecer a su lado. Cabalgan toda la noche hasta un lugar cercano al real del duque. Bruneo ordena al guía que haga la señal convenida para sincronizar el ataque con los de la villa. Su intención es atacar un poco antes del alba. Los hombres del duque ya no tienen ninguna esperanza de rescatar a su jefe. Al ver tanto juego de luz tanto dentro como fuera de la ciudad adivinan el inminente ataque a dos bandas, y deciden levantar el sitio y huir. Recogen con rapidez heridos y fardaje y con sigilo se retiran.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 122 (4 de 6)

En la villa les recibe Garinto, el infante. Hacen balance de la incursión: por un lado traen las armas totalmente deterioradas y los caballos están tan llagados que no esperan que sobrevivan, pero por otro, los hombres solo tienen heridas de poca importancia y, sobre todo, ha podido capturar al duque. La alegría se extiende entre los sitiados al conocer que han apresado a su odiado enemigo. El duque permanece inconsciente y no recuperará el sentido hasta el día siguiente.
Mientras tanto, Bruneo no ha tenido ningún problema para atravesar el cerco. Va acompañado del infante menor y de un guía. Cabalgan toda la noche y al alba llegan a la villa de Alimenta. Allí había enviado el duque a dos caballeros para que indagaran sobre la identidad de los hombres que habían roto el cerco la noche anterior y para atemorizar a la población y exigirles víveres so pena de graves represalias. Bruneo ve a los dos caballeros a las puertas de la ciudad. El guía le confirma que son hombres del duque. Bruneo confía al guía la seguridad del infante y se abalanza sobre los dos caballeros. Les reta a muerte. En el primer encontronazo, rompen lanzas y Bruneo derriba a uno de ellos, que se golpea la cabeza al caer y pierde el conocimiento. Bruneo, espada en mano, se enfrenta al segundo. La luche es intensa y esforzada, pero Bruneo es mejor y vence: de un golpe certero desarma y casi derriba al contrario que debe agarrarse al cuello de su caballo para no caer. El caballero suplica por su vida. Bruneo le conmina a rendirse y aquel así lo hace. Bruneo le obliga a descabalgar y comprobar si su compañero está vivo o muerto. Todavía vive. Le retira el yelmo y se despeja un tanto. Bruneo llama al guía y al infante. Le dice a éste último que disponga de la vida de los vencidos. Si quiere puede matarlos. El muchacho decide ser magnánimo y les perdona la vida. Bruneo advierte buenas maneras en el infante para llegar a ser un gran hombre.

Libro IV, Capítulo 122 (3 de 6)

Angriote y Branfil se ponen al frente de la partida distractora. Salen por una estrecha calle hasta unas huertas cercanas al real del duque.Se topan con unos veinte caballeros. Los atacan y los derrotan con rapidez. Atraídos por el ruido, llegan más enemigos desde el real. Los dos caballeros siguen derribando contrarios sin parar. Sus compañeros, por detrás, van rematando o apresando a los caídos, según el caso. Llega el duque para ver el destrozo que están sufriendo sus hombres. Monta en cólera y se abalanza sobre sus oponentes. Los hombres que escoltan a Angriote y Branfil no soportan este contraataque y se repliegan hacia la estrecha calleja por donde salieron. Los dos caballeros insulofirmeños se quedan solos aguantando los embates del duque y de sus hombres. Consiguen derribar al duque pero la superioridad enemiga es tal que también tienen que retirarse hacia el callejón. El duque ha caído pero no está herido. Recibe el rápido auxilio de sus hombres que le facilitan un nuevo caballo. Se da cuenta de las numerosas bajas sufridas e increpa a sus hombres por ser incapaces de derrotar a dos hombres solos. El duque reagrupa sus fuerzas y se lanza en tromba hacia el callejón. El ataque es tan fuerte que los sitiados tienen que recular un trecho. El duque cree que la victoria está cercana e imprudentemente se adelanta y se interna en la callejuela. Se topa con Angriote al que lanza un espadazo a la cabeza. Éste lo esquiva y le responde con un golpe tan certero y fuerte que logra derribar al duque. Éste cae al suelo totalmente aturdido. Angriote ordena a sus hombres que apresen al duque. Mientras tanto, él y Brafil continúan el contraataque y hacen retroceder a los hombres del duque. Sin embargo, Angriote detiene su ataque: no son suficientes para combatir en campo abierto. Sabiendo que el duque es su prisionero, deciden replegarse y retornar a la villa.
a

lunes, 6 de diciembre de 2010

Libro IV, capítulo 122 (2 de 6)

En el real del duque todo es griterío y confusión, creados por las voces de los hombres que han salido huyendo. No consiguen apaciguar la situación hasta que clarea el día. El duque interroga a sus hombres. Le informa que unos pocos hombres, no más de diez, han roto el cerco y han podido entrar en la ciudad. El duque no se preocupa demasiado. Su intención es arrasar la villa y a sus ocupantes. Ordena a sus hombres que descansen antes del ataque.
Angriote y sus compañeros, tras su descanso, oyen misa junto a los infantes. Luego les piden que hagan llamar a los caballeros principales de la villa y que vengan armados lo mejor posible. Su intención es evaluar las tropas de que disponen y ver si es posible enfrentarse a los sitiadores en campo abierto. Pronto descubren que no. Deciden cambiar de estrategia: mientras Angriote y Branfil encabezan una incursión distractora, Bruneo y el menor de los infantes, de doce años, saldrán por el lado opuesto con el objetivo de eludir el cerco y reunirse con gentes de la comarca. Ahora, el pueblo ha visto como asesinaban a su rey, hacían huir a la reina y casi tienen presos a los infantes y está atemorizado. La leal gente de Dacia no se atreve a salir de sus casas. Si consiguen que vean al infante liberado y con ayuda de Bruneo, es posible que puedan infundirles el valor que les falta, reclutarlos y atacar el cerco. En cuanto consigan reunir un número suficiente de hombres se lo harán saber a los sitiados y harán un ataque combinado para pillar desprevenidos a los sitiadores en una pinza.
En mitad de la noche se pone en marcha el plan.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 122 (1 de 6)

Los tres caballeros insulofirmeños navegan con la atribulada reina hacia Dacia. Durante el trayecto, la reina les pide que se presenten adecuadamente y que le detallen sus carreras caballerescas. Ellos dicen sus nombres y ella los reconoce al instante. Los caballeros de Grecia que poco tiempo ha pasaron por Dacia les narraron el conflicto que existía entre Lisuarte y Amadís. Contaron los temibles combates que enfrentaron a ambos bandos. En ese relato nombraron a los caballeros más destacados. Y entre esos nombres estaban los de nuestros tres amigos, para alegría de la reina, que ahora sabe que lleva un imponente fuerza en ayuda de sus hijos. Angriote se compromete a cumplir con éxito la misión.
Llegan sin novedad a Dacia. Acuerdan que la reina se quede en el barco hasta que la situación se aclare. Los tres caballeros desembarcan bien armados , con sus escuderos y acompañados de dos caballeros de Dacia que servirán como guías. La villa sitiad está auna jornada de viaje. Deciden llevar víveres y forraje para los animales en cantidad suficiente para evitar los poblados. Al alba llegan al cerco. Sigilosamente escudriñan las fuerzas sitiadoras hasta descubrir el lugar donde están más dispersas y es más fácil eludirlas y entrar en la ciudad. Se dirigen a los muros de la villa pero se topan con diez caballeros. Se enfrentan a ellos y derriban a los tres primeros con sus lanzas. Acometen con tal fiereza al resto, que los hacen huir despavoridos. Angriote decide entrar en la villa para animar a las fuerzas sitiadas. Llegan a los muros. Los cercados reconocen a los dos caballeros dacios y abren un portillo para que puedan entrar. Los reciben los infantes que han acudido al alboroto. Se enteran por Angriote de que su madre está sana y salva y le agradecen la ayuda de caballeros tan afamados. Los conducen al palacio donde los alojan y les permiten descansar unas horas.

martes, 16 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 121 (3 de 3)

Todos los habitantes de la ínsula les reciben con alegría y emoción. Amadís besa las manos de su madre y abraza a su hermano. Se interesa por su salud. Galaor le responde que está mucho mejor desde que sabe que el conflicto entre él y Lisuarte se ha solucionado y la paz reina entre ambos reinos.
Van al castillo donde les espera Oriana y el resto de las damas. Oriana, Briolanja y Sardamira, con las manos entrelazadas, se arrodillan ante la reina Elisena, que las levanta y abraza. Luego la saludan Mabilia, Melicia, Grasinda y el resto de las damas. 
Oriana saluda con especial cariño a Galaor porque conoce el amor que Amadís siente por su hermano y sabe de la lealtad y respeto que Galaor siente por su padre Lisuarte. 
Amadís lleva a Briolanja ante Galaor y se la propone como su futura esposa. Galaor, desenvuelto y desenfadado, agradece a Amadís la gran merced que le concede y dice que acepta gustoso solo en el caso de que Briolanja también esté de acuerdo. La reina calla y se sonroja, lo que la embellece aún más. Galaor la conoció más joven, en Sobradisa, cuando viajó a ese reino con Florestán, y más tarde en Londres, en la corte del rey Lisuarte. Han pasado los años y Briolanja ha alcanzado el cénit de su belleza. Aunque, como ya sabemos, Galaor ha conocido y tratado multitud de mujeres, Briolanja le parece la más hermosa de todas y está encantado en desposarla. Briolanja también estima a Galaor. Sabe cuan buen caballero es y como lo ama Amadís. Lo acepta como esposo. Se casarán y tendrán hermosos hijos y mejores caballeros, como se cuenta en "Las sergas de Esplandián".
Todos se acomodan en sus respectivas posadas, a la espera de Lisuarte y su séquito. Durante ese tiempo disfrutarán de los placeres que ofrece la isla, en especial las actividades cinegéticas. La Ínsula Firme está llena de venados, jabalíes, conejos y otras bestias que se cazan con perros, redes o persiguiéndolas a caballo. También la cetrería tiene su lugar, en la caza de liebres o de aves de ribera.
Así dejamos a nuestros amigos, holgando y a la espera de la llegada de Lisuarte. Mientras, veremos como les va a Angriote, Bruneo, Branfil y la reina de Dacia.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 121 (2 de 3)

Navegando por la mar, divisan otro barco que se les acerca. Galaor envía a su escudero para identificar a sus ocupantes. Los marineros del otro barco dicen viaja con ellos una dama que se dirige con prisa a la Ínsula Firme. Cuando la dama se entera que llevan el mismo destino les pide la merced de viajar juntos. La reina Elisena accede a llevarla con ellos. Angriote va en una chalupa en su busca. Se encuentra con una dama toda vestida de negro, con la cabeza y la cara cubiertas con un velo negro. Angriote le dice que con ellos viaja la reina de la Gaula. La dama de negro le pide que le permita hablar con ella. Ya ante la reina, la dama se presenta como la esposa del rey de Dacia. Cuenta que tuvieron una hija y dos hijos. La hija mayor se casó con el duque de Suecia. La provincia de Suecia es un señorío colindante con el reino de Dacia. El duque resultó ser un facineroso malvado y dominado por la ambición. Planeó una felonía para apoderarse del trono de Dacia: asesinar al rey y a sus jóvenes cuñados, el mayor de los cuales no pasaba de los catorce años. Y puso n marcha sus maquiavélicos planes: con la excusa de pasar unos días de descanso fue a Dacia. El rey acompañado por sus hijos salió a recibirle confiado. El traidor alevoso aprovechó el momento para matar al desarmado rey. Los jóvenes príncipes iban algo más retrasados y contemplaron horrorizados la felonía. Consiguieron huir y refugiarse en la villa cercana. La reina no estaba presente porque se encontraba de viaje  a una romería. El fementido traidor ha cercado la villa donde se refugian los muchachos. Su madre, la reina, al enterarse del vil complot emprendió camino a la Ínsula Firme en busca de ayuda. Es conocedora de la fama de Amadís como caballero andante y desfacedor de entuertos.
Elisena la acoge con cariño y le asegura el socorro de los caballeros de la Ínsula Firme. Angriote y sus compañeros, al oír la triste historia, le piden permiso a Elisena para partir de inmediato en su ayuda. Elisena y Galaor pueden seguir viaje con la dama hacia la Ínsula Firme. Cuando le pide a la reina de Dacia un guía que les conduzca, ella decide acompañarlos. Así marchan de consuno, mientras Galaor lleva a su madre a la ínsula Firme donde llegan sin novedad en pocos días.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 121 (1 de 3)

Amadís habla con su padre. Le pide que haga traer a su madre, la reina Elisena, y a su hermano Galaor a quien ha reservado a Briolanja como futura esposa. Bruneo, Brafil y Angriote se ofrecen para ir en su busca. Perión accede a su propuesta aunque le pesa separar a Bruneo de su novia. Bruneo responde que servir a su futura suegra siempre será beneficioso para su relación con Melicia. Perión le agradece su disposición y le pide que s interese por la salud de Galaor. En ese momento interviene Ysanjo: dice que ha hablado con unos mercaderes que hacen el viaje desde la Gaula a Gran Bretaña. Ellos han visto a Galaor y dicen que ya sale a caminar por las calles, aunque está harto flaco tras su enfermedad. Todos se alegran de la buena nueva.
Al día siguiente, los tres caballeros embarcan con sus escuderos y marineros con destino a la Gaula. El tiempo es bueno y llegan a la Gaula sin novedad en pocos días. Son recibidos con alegría, en especial por Galaor que abraza emocionado con lágrimas en los ojos y durante un largo rato a los tres caballeros.
Angriote les cuenta las novedades. Galaor se entera por fin del conflicto que ha enfrentado a su hermano y su padre contra su señor Lisuarte. Se da cuenta de la complicada disyuntiva de la que se ha librado por su enfermedad y posterior convalecencia. Bruneo, cambiando de tema, le dice que Amadís le ha concertado matrimonio con Briolanja. Entregan una carta a Elisena y le dicen que han venido para llevarla a la Ínsula Firme. Angriote le cuenta lo ansioso que está Amadís por reunir a toda su familia y amigos y disfrutar todos de su actual status, ahora que está en la cima de su carrera caballeresca y va a casarse con su amada Oriana. La reina da orden de aparejar el barco. Descansan ocho días en esas tierras, pasados los cuales, embarcan.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 120 (2 de 2)

El rey Perión invita a toda la concurrencia a cenar en su posada. Cenan amigablemente y luego cada uno se retira a dormir a sus moradas. Perión le pide a su hijo que se quede para hablar en privado. Le dice que a pesar de tanta vicisitud, la relación entre Oriana y él ha llegado a buen término. Ahora le corresponde a él, Amadís, conseguir unos buenos casamientos para sus hermanos, para tanta doncella y dama huésped de la Ínsula Firme y para los caballeros que tanto le han ayudado. Amadís acepta el encargo.
Amadís reune a todos los caballeros en casa de Agrajes. Les dice que su intención es casarlos y les pide sus preferencias. Agrajes toma la palabra en primer lugar. Declara a Olinda como su amada. Grasandor dice que se ha enamorado de Mabilia. Bruneo declara su amor por Melicia. Cuadragante dice que, si ella no tiene nada en contra, le gustaría casarse con Grasinda. Florestán dice que su intención era regresar a Alemania, la tierra de su madre, pero que si Sardamira le ofrece su mano está dispuesto a cambiar de idea y de destino. Los demás caballeros, más jóvenes y de menos renombre, prefieren seguir sus andanzas caballeriles y acrecentar su fama antes de ligarse a una mujer.
Amadís habla: le concede a Cuadragante el señorío de Sansueña. A Bruneo, su futuro cuñado, le otorga el reino Arábigo. Le pide que, a cambio, le ceda su futuro marquesado a su hermano Branfil. Florestán, además del reino de Cerdeña de Sardamira, recibirá el señorío de Calabria que fuera de Salustanquidio.
Agrajes, Grasandor y el propio Amadís tendrán que esperar a recibir los reinos que por herencia les corresponden.
Los día siguientes Amadís los dedica a llevar a cabo los planes acordados esa noche. Como es prolijo describir todas las gestiones realizadas, solo diré que cumplió sobradamente con lo decidido y que todas las bodas se celebraron sin contratiempo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 120 (1 de 2)

Mientras Lisuarte viaja para reunirse con Brisena, Perión y su gente hacen lo mismo en dirección a la Ínsula Firme. Amadís viaja acompañado a sol y sombra por Arquisil. Son uña y carne. Hasta comparten tienda. Brojandel, que permanece en el cargo de mayordomo imperial, le guarda sus cosas y atavíos. El retorno es pausado y tranquilo. Acampan en lugares agradables y apacibles. Por las noches se reunen en la tienda de Perión o en la de Amadís. Como la mayoría son jóvenes, las veladas son festivas y jocosas. 
Tras unos pocos días de viaje moroso y jaranero, llegan a la Ínsula Firme. Encuentran a Oriana y al resto de damas en las huertas de palacio. El reencuentro es feliz y placentero. Amadís presenta a Oriana y Arquisil. Ella ya sabe que es su futuro cuñado. Quiere arrodillarse ante él pero Arquisil no se lo permite. Le dice que es él quien debería arrodillarse por tantas mercedes que le debe a Amadís, su marido.
Agrajes, Cuadragante, Florestán y Brian saludan a Sardamira, Olinda y Grasinda. Bruneo va directo a reunirse con su amada Melicia. Otros caballeros saludan a otras damas y doncellas. Todos departen afablemente durante un rato.
Amadís toma a Gastiles, el sobrino del Emperador de Constantinopla, y a Grasandor, el hijo del rey de Bohemia, y se los presenta a su prima Mabilia. Le pide que se ocupe de ellos y los entretenga. Mabilia les coge de las manos y los lleva hasta un sofá y se sienta entre ambos. Grasandor está como en una nube. Desde el momento que vió a Mabilia quedó profundamente enamorado. Ahora que puede hablar con ella y se da cuenta de lo buena, honesta y encantadora que es, su amor se acrecienta.
Amadís quiere hablar con Oriana a solas, pero Arquisil no se separa de él. Llama a Briolanja, que está con Bruneo y Melicia, y se la presenta. Arquisil se maravilla de tantas damas a cual más hermosa. Le dice a Amadís que esto no es normal. Pareciera que hubieran sido creadas así de hermosas y perfectas por el mismo Apolidón. Amadís se ríe de su ocurrencia.
Llega Perión y charlando, retiene a Arquisil junto a Briolanja. Amadís, libre al fin, se reune alegremente con Oriana. Ella le pregunta que piensa Lisuarte sobre su relación. Amadís responde que en apariencia está feliz y conforme, aunque no puede asegurar lo que pasa en su interior. El caso es que vendrá a la Ínsula Firme con Briolanja y Leonila. Oriana le pregunta por Esplandián. Él responde que, por petición de Lisuarte, se quedó con él y vendrá también con la familia real.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 119

Lisuarte regresa a Vindilisora con su gente y acompañado de Cildadán y Gasquilán. Allí ya le espera Brisena. El viaje, sin novedad, dura cinco días. Al llegar, su cara refleja una alegría que no siente reamente. Reconoce que su hija queda muy honrada al casarse con Amadís y ha conseguido la paz con Perión y ha establecido una estrecha alianza con la Roma de Arquisil...Pero todo se ha logrado tras su derrota. Es Amadís quien se llevará toda la gloria. La tristeza se ha alojado en su corazón pero también está cansado y enojado por tanta muerte inútil causadas por motivos mundanos. Como gobernante cabal acepta la situación aunque suponga un cierto menoscabo en su prestigio. Lisuarte había buscado más su honra que el cuidado de su alma. Dios le ha castigado por su soberbia.
Llega, pues, con alegría fingida, de la mano de Esplandián, para reunirse con su esposa. Brisena ya conoce todo lo referente al doncel. Lisuarte había enviado previamente a Brandoibás para que la informara. Ambos esposos se abrazan emocionados. Brisena abraza y besa a su nieto. Dueñas y doncellas van desfilando en el besamanos real. Cildadán y Gasquilán saludan a la reina. Cenan a continuación. Los reyes alojan a sus invitados en el castillo.
Por la noche, ya en su cámara, el matrimonio real habla. Lisuarte opina que lo mejor es que acepten a Amadís como yerno. Le comunica a su esposa que ha concedido la mano de Leonoreta a Arquisil. Deben emprender viaje a la Ínsula Firme para formalizar ambas bodas. La reina le besa las manos en señal de acatamiento. Duermen plácidamente.
Al dís diguiente, Lisuarte le ordena a Arbán, su mayordomo, que haga los preparativos para el viaje a la Ínsula Firme y que engalanen convenientemente a Leonoreta para presentarla como es debido a su fururo marido.

Libro IV, Capítulo 118

De esta forma, gracias a la intervención de Amadís, Arquisil fue nombrado Emperador de Roma.
Los días pasan. Aún siguen todos juntos en el monasterio de Luviana. Lisuarte se recupera de sus heridas en gran medida gracias a los cuidados del excelente médico Helisabad. El rey ya puede levantarse. Hace reunir a todos los reyes y caballeros en la iglesia del monasterio para dar un discurso: después de una introducción general, interpela directamente a Amadís y le recuerda como  llegó a su corte, como venció a Dardán, como trajo a Galaor, excelente caballero, para que sirviera en la corte de Lisuarte, como salvó a Lisuarte y a Oriana del secuestro de Arcaláus, como liberó a Briolanja, como detuvo el golpe de estado de Barsiñán padre, como venció a Cildadán en batalla, como derrotó a Cuadragante, y a Famongomadan y a Basagante, como rescató a Leonila, como acabó con Samardán el León y con Madanfabul, el gigante de la Torre Bermeja, como ganó a Ardán Canileo el Dudado,...amén de muchos otros servicios que no detalla. Y cuenta como, aconsejado torvamente por envidiosos servidores, consintió en que se apartara de su lado. Y a pesar de quedar como enemigos, volvió para ayudarle en la guerra de los Siete Reyes (de incógnito y con ayuda de Perión y Florestán). Y habla de la segunda batalla y de la providencial intervención de Amadís para lavar la afrenta hecha a Lisuarte y sus hombres... Y ahora, ¿qué galardón le puede conceder que supere o, al menos, iguale todos estos grandes servicios de Amadís? Ninguno, claro. El único premio que hiciera justicia a tanto favor sería darle la posesión de todas las tierras y castillos de Gran Bretaña por casamiento con su hija Oriana. De esta forma, Lisuarte declara a Amadís como su justo heredero.
Amadís se hinca de rodillas ante él y le dice que su deseo es servirle con la mayor obediencia y acatamiento pero no por la promesa de reinos y señoríos sino solo por haber permitido su matrimonio con Oriana.
Lisuarte lo abraza y le dice que lo quiere tanto como si fuera su propio hijo. Todos los asistentes se quedan atónitos ante la escena. Nadie sabía del matrimonio de Amadís y Oriana. Lisuarte le pide a Nasciano que cuente los detalles a la concurrencia. Nasciano así lo hace. El más asombrado es Esplandián que en un instante pasa de huérfano a tener ante si a sus dos abuelos y a su padre. Nasciano lo lleva junto a ellos. Esplandián se arrodilla y les besa las manos a los tres.
Amadís se dirige a Lisuarte y le pide su primer favor: que conceda la mano de Leonoreta en matrimonio a Arquisil, el flamante Emperador de Roma, y que permita que ambas bodas se celebren juntas. Tanto a Lisuarte como a Arquisil les parece una buena idea.
Lisuarte pregunta Perión por su hijo Galaor. Perión responde que está mejor pero aun convaleciente. Lisuarte le expresa el gran aprecio que siente por Galaor, excelente y leal caballero, y le ruega que se lo envíe a Vindilisora en cuanto se recupere. La intención de Lisuarte es ir a Vindilisora y recoger a la reina y a Leonoreta y juntos acudir a la celebración de las bodas en la Ínsula Firme. A Lisuarte le gustaría que Galaor se reuniera con ellos allí. Perión responde que así se hará. 
Amadís besa las manos de Lisuarte. Agrajes le pide que también invite a su tío Galvanes con su esposa Madasima. Lisuarte accede a su petición
Se fija la partida para el día siguiente. Se acuerda que todos se encuentren en la Ínsula Firme y luego, tras los festejos, cada uno embarcará para retornar a sus respectivos países.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 117 (7 de 7)

Arquisil le pide a Amadís que le diga donde ha de cumplir prisión a la que está obligado. Amadís le cita para el día siguiente. Le invita a pasear a caballo y poder hablar a solas.
Al alba, tras oír misa, salen a cabalgar. Amadís le doce que ya sabe que Arquisil es el legítimo sucesor de Patín y que sería muy bien recibido por sus súbditos. Los principales caballeros romanos están ahí y Amadís se propone liberar a los que tiene presos en la Ínsula Firme para que todos puedan reunirse y nombrar como nuevo Emperador a Arquisil. Éste le agradece su idea y deja en sus manos su destino.
De regreso al monasterio, Amadís le propone visitar al hombre que más le odia. Entran en Luvania y van a la casa donde Gandales tiene presos a Arcaláus y al rey Arábigo. Entran en el cuarto donde están los prisioneros. Amadís saluda a Arcaláus y éste le pregunta quien es. Amadís le dice su nombre. Arcaláus, por fin, lo reconoce: han pasado muchos años desde que lo tuvo prisionero en Valderín. Amadís le pregunta si estaría dispuesto a cambiar de actitud y volver al buen camino. Arcaláus responde que ya es demasiado viejo para mudar de costumbres. Amadís le dice que entonces no podrá liberarle. Arcaláus le propone la cesión de todos sus castillos y tierras a cambio de su libertad. Amadís responde con un evasivo sermón y hace ademán de marcharse. Arcaláus le retiene diciendo que se apiade de él y señalando que el valor de los grandes hombres consiste en vencer y perdonar. 
Amadís y Arquisil vuelven al monasterio. Amadís envía al enano Ardián a la Ínsula Firme con mensajes: uno para Oriana y otro para Ysanjo donde le pide que le envíe a los prisioneros romanos (Brojandel de Roca, el duque de Ancona, el Arzobispo de Talancia y demás romanos).
Ardián cabalga animoso y sin descanso, día y noche, hasta llegar a la Ínsula Firme. Encuentra a Oriana en la huerta reposando. Le cuenta el feliz desenlace del conflicto. Oriana entona jubilosas plegarias de agradecimiento. La alegría es mayor al conocer que el secreto de su hijo Esplandián es ya sabido por un feliz Lisuarte. Briolanja y Melicia preguntan por ese tal Esplandián y el enano les responde que es tan apuesto que incluso a ellas las haría oscurecer. Sardamira, preocupada por la suerte de su compatriotas, pregunta por las bajas romanas. El enano responde que, aparte de las ya conocidas de Patín, Floyán y Constancio, no ha habido más muertes entre los romanos principales. Arquisil está indemne y Flamíneo, hermano de Sardamira, está herido pero no de gravedad.Sardamira dice que los muertos ya no se pueden remediar. Espera que los vivos se acuerden entre ellos y reine la paz y la concordia.
Ardián pide permiso para retirarse y entregar la otra carta a Ysanjo. Éste lee el mensaje, libera a los caballeros romanos y los envía custodiados por varios hombres (entre escoltas y hombres de apoyo, unos doscientos) al mando de su propio hijo hacia Luvania. Llegan al monasterio. Los romanos le besan la mano a Lisuarte. Pero cuando ven a Arquisil no pueden contener las lágrimas. Arquisil los aloja confortablemente. Después del descanso Amadís se reune con ellos. Les dice que en su opinión, Arquisil es el legítimo heredero del trono romano y por esa razón lo libera, y con él, al resto de romanos. Brojandel de Roca, en nombre del resto, dice que antes de tomar una decisión sobre Arquisil quieren hablar con Flamíneo. Van a visitarlo a sus habitaciones, donde se recupera de sus heridas. Brojandel le cuenta la propuesta de Amadís. Flamíneo está de acuerdo. Sin más dilación, todos los romanos se reunen y eligen a Arquisil como Emperardor de Roma. Se celebra la ceremonia donde todos ellos le prometen vasallaje y Arquisil jura los fueros.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 117 (6 de 7)

Gasquilán, el rey de Suesa, tras su combate singular con Amadís había quedado muy quebrantado y maltrecho. Cuando Lisuarte levantó el real decidió trasladar a Gasquilán por otro camino. Debía ser transportado en andas por sus hombres, y el camino elegido por Lisuarte pasaba junto a la ribera del río, lejos de las montañas. La primera noche la pasaron en una arboleda. Al día siguiente reanudaron el viaje, pero muy despacio debido a las graves heridas de Gasquilán. El viaje a Luvania les costó cinco días. Cuando llegan al monasterio ya todo ha pasado y ninguno de ellos se ha enterado de la refriega. Le cuentan lo ocurrido. Gasquilán se apena por no haber podio participar en la batalla. Se queja airadamente porque es un caballero follón y soberbio. Sus bravatas no gustan a quienes las escuchan. Perión, Cildadán y otros caballeros salen a recibirlo en cuanto se enteran de su llegada. Le ayudan a bajar de las andas y lo llevan ante Lisuarte. Gasquilán se admira del marcial aspecto de los caballeros insulofirmeños. Pregunta por Amadís. éste acude a saludarlo, le da la bienvenida y le desea un pronto restablecimiento. Gasquilán lo ve tan sosegado y cortés que, si no conociera su destreza y valentía (tanto de oídas como en carne propia), le hubiera parecido un caballerete más indicado para estar entre damas y doncellas que para actos de guerra. Amadís dominaba tanto los aspectos guerreros como la elocuencia y la cortesía. Gasquilán le cuenta la razón por la que quiso pelear con él: deseaba ganar el favor de su dama venciendo al mejor caballero del mundo. Amadís, modesto, le responde que no hubiera ganado mucho por vencer a un caballero de tan poca nombradía como él. Cildadán interviene y pone fin con bromas a este intercambio de florituras verbales.
Así pasan los días: descansar, curar heridas, hablar en animadas tertulias. Perión desea marcharse a la Ínsula Firme pero Lisuarte lo retiene. Le ruega que se quede hasta dejar firmado el tratado de paz. 

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 117 (5 de 7)

Lisuarte les propone a sus invitados que vayan a descansar: la tropa en la villa y los prados circundantes, los reyes y caballeros principales en el monasterio. Los médicos de Lisuarte le curan las heridas, pero Helisabad es mucho más competente que ellos. También Amadís y sus compañeros tienen heridas aunque de mucha menor importancia. Helisabad se encarga de ellos con pericia. Lisuarte permanece en cama sin levantarse durante diez días. Recibe la visita diaria de Perión y el resto de caballeros, siempre en alegre y festiva tertulia. Un tema recurrente es la malvada trayectoria de Arcaláus y sus variadas tropelías. Grumedán dice que la vida de Arcaláus es un ejemplo del porqué muchos escogen el mal camino: muchos son atraídos por las primeras pero pasajeras satisfacciones y no se dan cuenta de que al final Dios pone a cada uno en su sitio. Y ese sitio es el que ahora ocupa Arcaláus: preso, viejo y manco. El camino de la virtud es áspero y difícil y todos estamos por naturaleza más inclinados al mal que al bien.
Perión queda impresionado por la elocuencia de Grumedán y se interesa por su persona.
Llega Nasciano. Ve reunidos en paz y concordia a estos caballeros que tan solo tres días antes se estaban matando y da gracias a Dios por haber traído la paz a estas partes en conflicto.
Otro día, en la habitual reunión en las habitaciones de Lisuarte, el rey pregunta a Perión como se enteraron de que estaba siendo atacado por el rey Arábigo. Perión le dice que fue gracias a Esplandián. Lisuarte lo hace venir y le pregunta que cuente cómo pasó. Esplandián le pregunta que fue Nasciano quien le envió a buscarle. En el camino vieron los movimientos de los hombres del rey Arábigo y volvieron de inmediato para avisar a Amadís. Lisuarte le agradece su acción. Nasciano le dice a Esplandián que le bese la mano al rey. Esplandián así lo hace. Lisuarte lo alza y le besa en la cara. Amadís se da cuenta de que Lisuarte ya sabe que Esplandián es su nieto y ve que siente tanto amor por él que se reafirma en su idea de servirle lealmente

Libro IV, Capítulo 117 (4 de 7)

Amadís abandona la villa sin hablar con Lisuarte.
El rey se da cuenta de la victoria. Le pregunta a Guilán de quién ha venido el auxilio. Éste le contesta que ha sido Amadís y sus amigos y que es preciso que se le agradezca su ayuda. Lisuarte le pide que vaya en su busca e impida que se marche. Guilán cabalga a toda prisa y alcanza a Amadís. Lo retiene hasta que llega Lisuarte. Amadís lo ve llegar con la armadura despedazada, lleno de sangrantes heridas y se apiada de él. A pesar de las discordias pasadas, descabalga y de rodillas quiere besarle la mano. Lisuarte no se lo permite. Lo levanta y le abraza con fuerza. En ese momento llegan Cuadragante, el rey Cildadán, Florestán y Angriote. Amadís abraza cariñosamente a Cildadán. Éste, a su vez, abraza a su tío Cuadragante.
Brandoibás avisa a Lisuarte de que sus tropas están exterminando a los hombres del rey Arábigo y le pide que detenga esa matanza. También Amadís se lo pide. El rey envía a su hijo Norandel para que acabe con la carnicería. Amadís encarga a Gandalín, Enil y Gandales que se encarguen de poner a buen recaudo a Barsiñán y al duque de Bristoya. Lisuarte coge del brazo a Amadís y le invita a descansar en la villa. Amadís le dice que tiene que esperar a su padre, el rey Perión. Lisuarte le dice que le esperarán en la villa y le pide a Cildadán que intente convencer a Amadís para que se quede. Amadís, todavía reticente, consulta con sus compañeros. Cuadragante le aconseja que se quede y Amadís acepta su recomendación. En ese momento  traen al rey Arbán de Norgales y a Grumedán, recién liberados. Todos pensaban que los habían matado. Al descubrir que no es así, la alegría se desborda. También llega Arquisil, que ha estado cuidando a un malherido Flamíneo. Se acerca a Amadís y lo abraza, agradeciéndole su decisiva ayuda.
Por fin llegan las tropas de Perión. Grumedán bromea sobre la tardanza en llegar de este socorro. Lisuarte y Amadís le siguen la broma. Lisuarte le pide a Cildadán que le acompañe a recibir a Perión. Amadís le recomienda que no lo haga en su estado, pero el rey se mantiene firme en su decisión. Al final van Lisuarte, Amadís y Cildadán, mientras los demás aguardan. Durín se adelanta para anunciar a Perión la llegada del trío. Perión toma a Gastiles, Grasandor, Brian y Trión para que le escolten en su encuentro con Lisuarte. Sabedor del odio que siente Agrajes por Lisuarte, le ruega que se quede con la tropa para evitarle un mal trago. Agrajes le agradece el detalle.
Perión y sus acompañantes se encuentran con Lisuarte. Se abrazan de buen talante. Perión se asombra al verlo tan malparado. Lisuarte le responde que gracias a la ayuda de Amadís no lo ha encontrado mucho peor. Y le cuenta con todo detalle como se desarrollaron los acontecimientos. Y el relato llena de orgullo paterno a Perión, que oye con deleite las hazañas de sus hijos. Ambos acuerdan restablecer la paz entre las dos familias y los dos reinos.
En ese momento Lisuarte se da cuenta que falta Agrajes y pregunta por él. Perión le contesta que se ha quedado atrás comandando la tropa. Lisuarte le pide que lo haga venir. Amadís se ofrece a ir a buscarlo. Teme que si va cualquier otro, se niege a venir. Amadís va en busca de su primo. Le dice que Lisuarte quiere verle y le pide que acuda sin rencor. Agrajes le contesta que espera que este favor que Amadís le ha vuelto a hacer a Lisuarte le sea mejor agradecido que los anteriores. Acepta ver a Lisuarte, pero sólo porque se lo pide su primo. Llegan ante Lisuarte. Agrajes quiere besarle las manos. El rey se lo impide y lo abraza largo tiempo. Luego, bromeando, le dice que seguro que este rato que han estado abrazados lo ha pasado peor que cuando estuvieron peleando en la batalla. Agaraje, sonriendo, se reserva la respuesta.

martes, 2 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 117 (3 de 7)

Con el apoyo de Cildadán, los caballeros de Lisuarte vencen fácilmente a los de la Ínsula Sagitaria. Los otros dos que fueron por el otro lado han conseguido acorralar al rey Lisuarte y a sus compañeros en un callejón donde han quedado encajonados sin apenas sitio para manejar la espada. La posición de Lisuarte es desesperada. Si alguien no lo remedia, el pequeño grupo de Lisuarte va a caer antes de media hora. Justo en ese momento llegan Amadís y sus compañeros. Tras un rápido análisis de la situación se dividen en dos grupos: Amadís por un lado y Cuadragante por otro. Entran simultáneamente a voz en grito ("¡Gaula!,¡Irlanda!") matando a muchos adversarios. Los del rey Arábigo intentan escapar encerrándose en las casas. Los gritos de los insulofirmeños son tan estentóreos que se escuchan en la zona donde Lisuarte ha sido acorralado. El desconcierto cunde entre las filas arábigas. Sospechan que ha llegado ayuda para Lisuarte. No saben si acabar con Lisuarte de una vez o echarse hacia atrás y luchar con los recién llegados. Por contra, los gritos de los insulofirmeños han servido para animar a los del pequeño grupo de Lisuarte que redoblan sus esfuerzos. El combate ha cambiado radicalmente. Los soldados arábigos han quedado pillados en una pinza y son derrotados con facilidad.
El rey Arábigo y Arcaláus ven la batalla perdida. Se refugian en una casa. No tienen intención de morir matando. Son localizados y apresados sin dificultad.
Amadís sigue repartiendo espadazos sin desmayo. Nadie se atreve a enfrentársele. Aparecen los dos últimos caballeros de la Ínsula Sagitaria y le atacan. Amadís le pega al primero tal recio golpe en la cabeza que lo deja aturdido y cae de espaldas. Amadís pasa por encima de él para ver como Florestán y Angriote derriban al otro caballero de la Ínsula Sagitaria. Amadís, Florestán y Angriote van a la zona donde están Barsiñán y el duque de Bristoya que huyen de la presión de los hombres de Lisuarte. Cuando se ven ante los insulofirmeños, se rinden y piden clemencia.
Amadís se da cuenta de que Lisuarte ya está fuera de peligro. Sin acercarse a él, coge a los prisioneros y se retira a la zona donde pelea Cuadragante. Descubre que éste ya ha apresado al rey Arábigo y a Arcaláus. La batalla ha sido ganada.

sábado, 30 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 117 (2 de 7)

Al amanecer, los caballeros del rey Arábigo se preparan para el combate. Pronto están al pie de las murallas forzando los portillos. Tras una resistencia inicial, la debilidad de los defensores se hace patente. Los asaltantes entran en la villa. Los combates se generalizan por las calles de Luvania. Allí luchan Lisuarte y sus hombres. Mujeres y niños les ayudan como pueden arrojando objetos desde las ventanas. El estruendo de voces, lanzazos, cuchilladas y pedradas es enorme y ensordecedor. Lisuarte y sus fieles están acorralados. Ya se ven perdidos pero prefieren morir a ser apresados. Redoblan sus esfuerzos y, por un momento, consiguen contener a los asaltantes.
El rey Arábigo ha entrado en la villa con Arcaláus y los seis caballeros de la Ínsula Sagitaria. Siempre tiene cerca de sí a estos caballeros bravos y esforzados. Para el rey son su salvaguardia. Envía a dos caballeros de la Ínsula Sagitaria por una calle travesera hacia la zona donde luchan Barsiñán y el duque de Bristoya. A los otros cuatro caballeros les ordena que ataquen a Cildadán, que está acompañado de Arquisil, Flamíneo y Norandel. Les dice que el momento de vengar la muerte de Brontajar Danfanía ha llegado. Los cuatro caballeros de la Ínsula Sagitaria se lanzan en tromba espada en mano sobre sus enemigos. El rey Cildadán los ve venir, grandes y desmesurados, y grita a sus compañeros que van a morir pero antes se han de llevar por delante al mayor número de contrarios. El enfrentamiento es de gran dureza. Cildadán se protege con su escudo de un espadazo por encima del yelmo que le propina uno de los caballeros de la Ínsula Sagitaria. El golpe es tremendo y la espada corta el cerco de acero del escudo y se queda trabada. El caballero no puede desenclavar la espada. Tira tan fuerte que le arranca el escudo a Cildadán. Éste contraataca y de un certero golpe le corta la manga de la loriga y le cercena el brazo que cae al suelo con la mano todavía asida a la espada y al escudo de Cildadán. El caballero se retira malherido. Cildadán se vuelve en apoyo a sus compañeros que luchan contra los tres restantes caballeros de la Ínsula Sagitaria.

viernes, 29 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 117 (1 de 7)

Amadís se ha adelantado con algunos compañeros para auxiliar al rey Lisuarte. Se apresuran intentado llegar a tiempo. Quiere conseguirlo para que Oriana sepa como siempre está presto para servirla. Tienen que recorrer trece leguas. Marchan sin descanso todo el día. Al caer la noche aún están a tres leguas de Luvania. Los guías les han conducido cerca de las montañas para atajar a rey Arábigo y para evitar alguna celada traicionera. Por desgracia, los guías se extravían y no saben a ciencia cierta si aún no han llegado a Luvania o se han pasado de largo. A pesar de su templanza, Amadís no puede contener su enfado y maldice su mala ventura. Cuadragante, preocupado por la suerte de su amado rey y compatriota Cildadán, le dice que no se acongoje, que confíe en Dios que seguro les despejará el camino. El grupo permanece parado e indeciso, sin saber a donde dirigirse. Amadís les pregunta a los guías si la montaña está cerca. Ellos piensan que sí. Amadís envía a Gandalín con uno de los guías hacia la montaña, en busca de un otero o lugar elevado donde divisar los fuegos del real de Lisuarte o de sus enemigos.
Gandalín sube por la sierra que tiene a mano izquierda. Llegan a un altozano y lo suben. Cuando miran hacia el llano descubren los fuegos de un real. El guía estudia la situación y traza el camino para conducirlos a esa posición. Regresan al campamento e informan a Amadís. Éste ordena levantar el campamento y reanudar la marcha antes del alba. Cabalgan con rapidez pero con orden. Al extraviarse han perdido contacto con el rey Perión y el resto del ejército. Van rápidos pero, a pesar de todo, al romper el alba todavía están a una legua de Luvania.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 116 (4 de 4)

El sitiado Lisuarte no descansa. Ya se ve perdido sin remedio. La villa tiene pocas posibilidades de defensa. No resistirá un asedio. Ha tomado la decisión de morir antes que ser preso. Organiza a sus caballeros y a la gente de la villa. Los coloca en los puntos más débiles de la fortificación. Les exhorta y anima a luchar para salvar sus vidas.

El ataque final da comienzo. Los asaltantes avanzan sin temor con el apoyo de arqueros y ballesteros. Se saben virtuales vencedores. Llegan a los muros de la ciudad. Los sitiados se defienden con saetas y piedras. La muralla no es muy alta y en algunos puntos ya está derruida. En ellos se producen los primeros combates cuerpo a cuerpo. Los defensores, a pesar de su cansancio e inferioridad numérica, se baten con valentía y bravura. Consiguen contener el fiero ataque enemigo. Se producen numerosas bajas en ambos bandos. Los asaltantes están a punto de entrar en la ciudad cuando cae la noche. El ataque se interrumpe. Aseguran el cerco de la villa y descansan para reanudar el asalto al día siguiente.

martes, 26 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 116 (3 de 4)

Los hombres del rey arábigo se apartan un poco de los muros de la villa para evitar el fuego de arcos y ballestas. Apresan a Arbán y a Grumedán. Los llevan ante su rey. Arcaláus los quiere matar pero Arábigo no lo permite. El ejército de Lisuarte ha quedado desbaratado y vencido. La mayor parte de sus caballeros están o muertos o prisioneros. Él mismo está, acompañado de unos pocos, sitiado en una pequeña villa de débiles defensas. Hasta aquí le había conducido el haber prestado oído a las insidias de Brocadán y Gandandel que le enemistaron con Amadís. ¿Y ahora? ¿Serán Brocadán, Gandandel o alguien de su linaje quienes le socorran? No, por cierto. Si dependiera del auxilio de esos envidiosos, Barsiñán obtendría una cumplida venganza por la muerte de su padre y el rey Arábigo y Arcaláus, una gran victoria que les resarciría de la derrota de la batalla de los Siete Reyes. Por suerte para Lisuarte, el auxilio vendrá por parte de Amadís que, olvidando la injusta ingratitud de Lisuarte y pensando solo en realizar actos nobles y virtuosos, acude en rescate de este rey vencido y sitiado, en peligro de muerte y con su reino al borde del caos.
Con Luvania sitiada, el rey Arábigo se reune con sus consejeros y capitanes. Tiene dos opciones: atacar la villa de inmediato para no dar tiempo a establecer mejores defensas o permitir que sus hombres recuperen fuerzas con el descanso nocturno y retrasar el ataque al día siguiente. Solo quedan dos horas de luz. El rey Arábigo decide iniciar el ataque de inmedio, antes de que caiga la noche. Si no consiguen entrar antes del fin del día, continuarán a la mañana siguiente. Él mismo con Arcaláus y el rey de la Profunda Ínsula atacarán por un lado. Barsiñán y el Duque de Bristoya, por el otro. Todos los hombres del rey Arabigo se van colocando en sus posiciones. Las trompetas darán la señal de inicio para el asalto a Luvania.

Libro IV, Capítulo 116 (2 de 4)

El rey Lisuarte, desdeñando el riesgo de muerte, se pone en primera fila de combate. Se topa con un hermano de Alumas (aquel primo de Dardán el Soberbio muerto por Florestán en la Fuente de los Tres Olmos), lo derriba y lo mata. Las fuerzas de refresco hacen gran destrozo entre los enemigos. Lisuarte, inmerso en el fragor del combate, derribando adversarios por doquier, se interna excesivamente entre las filas contrarias. Arcaláus advierte que ha separado imprudentemente de sus hombres y avisa a Barsiñán que, flanqueado por diez caballeros, se lanza sobre el rey británico. El ataque es tan brutal y desproporcionado que consiguen derribar a Lisuarte. Filispinel y 20 compañeros corren en su ayuda. Consiguen rechazar a Barsiñán y Arcaláus que estaban a punto de rematar a Lisuarte. Arcaláus envía más caballeros y están a punto de vencer, pero la llegada de Cildadán, Arquisil, Norandel y Brandoibás impide la victoria enemiga. Norandel se deja caer del caballo, recoge la espada de Lisuarte del suelo y se la entrega al rey. Le cede su caballo para que se ponga a salvo. Luego, Brandoibás le proporciona a Norandel un nuevo caballo.
Arcaláus envía un mensajero al rey Arábigo para que les envíe tropas de refuerzo. El rey Arábigo y los seis caballeros de la Ínsula Sagitaria y sus hombres atacan. Hacen gran destrozo entre los caballeros de Lisuarte que ya muestran preocupantes signos de fatiga. Los seis caballeros de la Ínsula Sagitaria estragan las filas británicas que empiezan a perder terreno.
Lisuarte ordena el repliegue de sus hombres hacia Luvania mientras él se queda con Cildadán, Norandel, Guilán, Arquisil y otros caballeros escogidos, protegiendo la retaguardia. Lisuarte y sus caballeros se comportan con bravura, heroicamente, pero la superioridad enemiga es aplastante. Muchos mueren en esta fase de la batalla. La presión enemiga los empuja contra los muros de la villa. Arbán y Grumedán (que lleva la enseña real) son derribados. Lisuarte está apunto de ser apresado, pero sus amigos lo agarran y lo meten por la fuerza en el interior de Luvania. Las puertas se cierran. Pocos hombres del grupo de Lisuarte consiguen ponerse a salvo.

domingo, 24 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 116 (1 de 4)

El ejército del rey Arábigo alcanza a los hombres de Lisuarte en las inmediaciones de Liuvania. El rey Lisuarte dispone a sus tropas en dos haces: el primero al mando del rey Cildadán, con Norandel, Arbán de Norgales, Guilán el Cuidador y Cendil de Ganota, de dos mil caballeros: el segundo, con Arquisil, Flamíneo, Giontes y Brandoibás, de seis mil caballeros. Son fuerzas temibles si estuvieran descansados y bien armados, pero tras la batalla contra los insulofirmeños se encuentran exhaustos, maltrechos y con la mayoría de sus armas deterioradas.
El rey Arábigo coloca a Barsiñán en la vanguardia, deseoso de ganar honra y de vengar a su padre y hermano, al mando de un haz de dos mil caballeros.
El día amanece claro. Pronto los rivales se divisan. Comienzan las acometidas. En los primeros encuentros muchos caballeros son descabalgados. Barsiñán quiebra su lanza y, espada en mano, reparte golpes a diestro y siniestro. Norandel se topa con el tío de Barsiñán, hermano de su madre y regente de Sansueña durante la minoría de edad de su sobrino. Norandel le propina tal lanzazo que le perfora escudo y loriga y le atraviesa el pecho y le saca la punta por la espalda. El tío de Barsiñán cae muerto al suelo. El rey Cildadán también derriba a otros destacados caballeros de Barsiñán. Lo mismo hacen Guilán y Arbán y los otros caballeros de Lisuarte. El haz de Barsiñán está a punto de ser desbaratado pero recibe el apoyo de los hombres de Arcaláus, muy hábil con las armas a pesar de ser manco de la mano derecha por obra de Amadís. La llegada de los refuerzos de Arcaláus da un giro a la batalla. Muchos caballeros de Lisuarte son derribados aunque Cildadán, Norandel, Guilán y Cendil luchan con bravía infatigablemente. Pero su esfuerzo no es suficiente para contener el empuje de Arcaláus. Tiene que intervenir Lisuarte con el resto de sus tropas.

viernes, 22 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 115 (2 de 2)

Esclavor, al notarse descubierto, da aviso al rey Arábigo, su tío, para que ataque a Lisuarte antes de que se aleje demasiado de las montañas. Llega su emisario al campamento del rey Arábigo, pero su ejército no está preparado para un ataque tan repentino. Se habían hecho a la idea de atacar por la noche. Se ponen en marcha pero con lentitud y pierden un tiempo precioso en abandonar la montaña, ya que se habían acantonado en lo más áspero y fuerte de ella. Llegan al llano y persiguen a los de Lisuarte, pero van tan retrasados que solo pueden alcanzarlos en las inmediaciones de Luvania. Arcaláus, que se sabe muy superior en fuerzas, no se preocupa porque Lisuarte se refugie en la villa.
Entre tanto, Nasciano había enviado a Esplandián y Sarguil en busca de Lisuarte para informarle de como iban los preparativos para la negociación de paz. Llegan al real de Lisuarte y ven que ya lo han levantado. Siguen su rastro y alcanzan a ver a las tropas del rey Arábigo en pos de las mermadas fuerzas de Lisuarte. Esplandián ya tenía noticias del rey Arábigo. Lo había mencionado la reina Brisena. Sabía que era un feroz enemigo. Deciden volver y contar lo visto al rey Perión. Cabalgan lo que queda del día y toda la noche para llegar al alba al real de Perión. Se dirigen a la tienda de Amadís donde se encuentran con Nasciano que les pregunta porqué vienen tan apresurados. Esplandián le dice que tiene que hablar primero con Amadís. Entra en la tienda y lo despierta. Le cuenta como el ejército del rey Arábigo acosa al rey Lisuarte y le pide ayuda. Amadís se levanta presto y va a ver a su padre. Le cuenta lo que ocurre y le pide licencia para socorrer a Lisuarte. Perión le da permiso. Le dice que se adelante con un grupo de gente escogida y él les seguirá con el resto del ejército. Manda tocar trompetas y añafiles. La tropa está dispuesta para marchar en pocos minutos. El rey Perión reúne a sus capitanes. Les propone socorrer a Lisuarte y todos están de acuerdo en hacerlo. Amadís con Cuadragante, Florestán, Angriote, Gavarte de Val Temeroso, Gandalín, Enil, Helisabad y 4000 caballeros parten presto en primer lugar.

jueves, 21 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 115 (1de 2)

El rey Arábigo y sus aliados (Barsiñán y Arcaláus) llevaban un tiempo apostados en lo alto de las montañas vigilando las tropas de Lisuarte y Perión. Habían enviado varios espías para que escudriñaran ambos reales. La intención del rey Arábigo era actuar cuando el desgaste del combate debilitara a ambos ejércitos. Pero llegan los espías con noticias adversas: se están levantando los dos reales sin que la derrota de uno de los bandos se haya producido. El rey Arábigo, temiendo algún tipo de aveniencia entre Lisuarte y Perión, decide atacar a Lisuarte antes que a los hombres de Amadís. Espera obtener más de la derrota del rey británico. Retrasa el ataque hasta la noche. Envía a su sobrino Esclavor, experto guerrero, con diez hombres para que sigan el rastro del ejercito de Lisuarte.
El rey Lisuarte, aunque desconoce su paradero, ha desconfiado de la gente del rey Arábigo desde el principio. Gente suya de la comarca le avisan de movimientos de tropas enemigas por los cerros de aquellas sierras. Lisuarte sabe lo maltrechas que están sus tropas tras la batalla. Posiblemente no resistirían un ataque del enemigo. Convoca al rey Cildadán y al resto de sus capitanes. Les da a conocer los informes de sus espías. Ordena que la tropa se mantenga alerta y bien armada, preparada para un posible ataque. Todos acatan las órdenes marcialmente. Grumedán y Brandoibás le dicen reservadamente al rey que le cuente la situación a Perión por si fuera necesaria su ayuda, pues el rey Arábigo es tan enemigo de Lisuarte como de Perión. Además, dicen, solicitar su ayuda puede afianzar la paz recién conseguida. Pero Lisuarte, más deseoso de conservar su honra que su vida, les contesta que piensen solo en responder duro a ese posible ataque y no buscar a otro para que les saque las castañas del fuego. Luego envía a Filispinel  al mando de una avanzadilla de veinte hombres. Permite que el resto de la tropa descanse. Su ejército ya se había desplazado más de cuatro leguas desde el emplazamiento del real. El objetivo es alcanzar Luvania y eludir un peligroso ataque nocturno, teniendo en cuenta lo maltrechos y extenuados que están sus hombres.
Filispinel no tarda en descubrir en las montañas a los espías de Esclavor. Deduce acertadamente que las tropas del rey Arábigo están cerca y envía un aviso urgente a Lisuarte. El rey conduce con rapidez a sus hombres hacia Luvania. Es una plaza débilmente fortificada, pero mejor defenderse ahí que luchar a campo abierto.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 114

Nasciano se reune con Lisuarte y le cuenta lo hablado con Perión. Lisuarte lo deja en su tienda y se retira a parlamentar con sus aliados. Va a la tienda de Gasquilán, el rey de Suesa, que aún estaba postrado en cama a causa de su pelea con Amadís. Lisuarte a convocado allí a Cildadán y al resto de caballeros principales, tanto suyos como romanos. Les comunica la propuesta de Perión callando lo referente a la relación entre Amadís y Oriana, y les pide su parecer, sobre todo a los romanos que han sufrido tan alta pérdida. Cildadán y Gasquilán están de acuerdo con lo que decida Lisuarte pero le ceden la palabra definitiva a los romanos. Habla Arquisil. Dice que si Patín estuviera vivo, a él le correspondería decidir. Como ha muerto tanto Arquisil como el resto de romanos aceptarán lo que determine Lisuarte. Complacido por su respuesta, Lisuarte toma la responsabilidad de dar contestación a Perión. Nombra a Arbán de Norgales y a Guilán el Cuidador como los negociadores de la paz. Luego se reune con Nasciano, le comunica el nombre de sus interlocutores y le pide que vuela con Perión para darle la respuesta. Lo mejor es que cada bando se retiren del campo de batalla mientras duren las negociaciones. Lisuarte tiene intención de retirarse con su ejército a la cercana villa de Luvania. Nasciano queda complacido con la respuesta de Lisuarte. El ermitaño no solo sabe de cosas divinas, también tiene conocimiento de cosas más mundanas. En su juventud fue un afamado caballero en la corte del rey Falangriz. Nasciano le pide que fije un día para que se reunan los negociadores de ambos bandos en un punto neutral a mitad de camino.
Nasciano regresa con Perión y le cuenta el resultado de sus gestiones. Perión acepta levantar el campo y retirarse.
Al día siguiente, al son de trompetas y añafiles, ambos ejércitos empiezan a retirarse. Este movimiento es advertido de inmediato por el rey Arábigo que los vigila montaña arriba.

martes, 19 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 113 (2 de 2)

El rey Lisuarte se aparta para meditar en solitario sobre lo que acabar de conocer. Piensa en el valor y honradez de Amadís, en todos los grandes servicios que le debe a él y a su hermano Galaor, en su hermoso nieto Esplandián de brillante futuro vaticinado por Urganda,.... Vuelve con Nasciano y le dice que sus palabras le han hecho cambiar de parecer. Ya no quiere venganza ni más muertes. Le pide que sondee a Amadís y si está conforme, él está dispuesto a firmar la paz.
Nasciano, feliz por la decisión del rey, parte de inmediato para hablar con Amadís antes de que acabe la tregua. Se topa con Esplandián que ha acudido al real acompañado de Sarguil, su compañero de infancia y actual criado, enviado por Brisena para llevarle noticias del transcurso de la guerra. Nasciano lo ve muy crecido y hermoso. Esplandián lo abraza emocionado. Lisuarte contempla la escena. Desde que sabe que es su nieto ha visto florecer en su interior un súbito amor de abuelo y no puede apartar los ojos del doncel, su recién descubierto nieto. Esplandián lo ve, se postra ante él y le entrega la carta de la reina Brisena. Nasciano le pide licencia para que Esplandián le acompañe en su misión. Lisuarte accede.
Nasciano en su burro y Esplandián y Sarguil en palafrenes parten hacia el campamento enemigo. Llegan allí y se dirigen a la tienda de Amadís. Éste, que no conoce a Nasciano, se sorprende al ver un anciano venerable ante su tienda. Ve a Esplandián, al que tampoco reconoce, y se maravilla de su hermosura. Cuadragante sí que lo reconoce. Se acerca al doncel y lo abraza y recuerdan como se conocieron. Se vuelve a Amadís y le refresca la memoria, cuando Amadís era el Caballero Griego y se encontró con Esplandián. Amadís cae en la cuenta. La alegría le embarga y quiere abrazar al muchacho ( pues ya sabe que es su hijo). Pero Esplandián lo detiene y le dice que antes debe saludar al venerable y provecto Nasciano. Amadís ya conoce su fama de santidad y se arrodilla ante él y le pide su bendición. El eremita se la da. Luego, Amadís abraza a Esplandián. El doncel respeta y admira a Amadís porque sabe que es el mejor caballero del mundo. Es su ídolo desde que le vio vencer a los romanos. Su mayor deseo es servir con él y aprender el arte de la caballería. Solo la aparición del actual conflicto le había frenado para solicicitar la licencia a Lisuarte e irse con Amadís.
Nasciano le pide a Cuadragante que se lleve a Esplandián mientras él habla reservadamente con Amadís: le resume su vida desde que fue abandonado en el arca hasta convertirse en el mejor caballero, gracias a la intervención divina. Ya es hora de que Amadís corresponda y le devuelva el favor a Dios...Le cuenta como ha pedido permiso a Oriana y le ha desvelado al rey que están prometidos en secreto y que han tenido un hijo. Le dice que Lisuarte ha recibido la noticia con tranquilidad y alegría y desea concertar la paz con Amadís. A éste le tiembla el corazón y las carnes al conocer la noticia. Acepta la paz propuesta por Lisuarte y le pide a Nasciano que hable con su padre, el rey Perión, para acordarlo todo.
Perión también se maravilla de la apostura de Esplandián. Nasciano le cuenta su historia y Perión recuerda las profecías de Urganda sobre Esplandián, llamado a hacer grandes hazañas. Luego, el ermitaño le cuenta la propuesta de paz de Lisuarte. La opinión de Perión es favorable, pero antes reune a sus principales caballeros para que ellos den su beneplácito. Les explica la situación y tras unos minuros de deliberación, Angriote de Estravaus, como portavoz, toma la palabra: dice que están de acuerdo con la paz. Han alcanzado gran honra y han conseguido que Lisuarte reconsidere la injusticia cometida con Oriana. Como el inicio del conflicto fue encomendado a Brian y Cuadragante, es justo que también sean ellos dos quienes lo terminen.
Así, acuerdan que estos dos caballeros, en nombre del rey Perión, inicien las negociaciones de paz.

Libro IV, Capítulo 113 (1de 2)

Estaba Nasciano en su esquiva ermita donde moraba desde hacía más de 40 años cuando le llegan las noticias del enfrentamiento entre Lisuarte y Amadís. Nasciano ya conocía, por la confesión de Oriana, la identidad y origen de Esplandián. Decide que debe intervenir para detener tan sangrienta confrontación. Quiere conseguir el casamiento de Amadís y Oriana. Se dirige a la Ínsula Firme montado en su burro. Tras varias jornadas largas y penosas llega a su destino, pero el rey Perión ya ha partido con su ejército a la batalla. Nasciano se entrevista con Oriana. Le cuenta que a pesar de su retiro se ha enterado del conflicto entre Lisuarte y Amadís causado por el futuro matrimonio de Oriana con Patín. El ermitaño quiere impedir esa matanza que ofende a Dios y a la humanidad entera. Puede hacerse fácilmente si revela a Lisuarte el secreto de Oriana que conoce bajo secreto de confesión. Oriana accede a que desvele su secreto. Le encomienda a Esplandián y le pide que se lo traiga a su lado. Nasciano se despide y monta de nuevo en su burro para cumplir su misión. Sus años son tantos y su caminar tan vagaroso que solo puede llegar a su destino cuando las dos batallas han concluido. Encuentra a los soldados curando heridos y enterrando muertos. Se espanta ante tal matanza. Pregunta por la tienda de Lisuarte y allí va. El rey lo reconoce y se postra ante él y le pide su bendición. Nasciano se la da y lo hace levantar. Él mismo se arrodilla ante el rey para besarle las manos. Lisuarte se lo impide, lo levanta y lo abraza. Lisuarte le invita a comer, ordena que traigan viandas y comen en amigable compañía. Luego se retiran a un rincón apartado de la tienda. Lisuarte indaga por la razón de su venida. Nasciano le suelta una larguísima y perifrástica perorata contándole como se enteró del conflicto y de la causa de este enfrentamiento y que no puede casar a Orina porque la princesa ya tiene marido.
Lisuarte piensa que Nasciano ha perdido el juicio debido a su avanzada edad. Le dice que Oriana está soltera y que aunque la deja sin derecho al trono de Gran Bretaña, a cambio le ofrece el trono de Roma, de mucha más alcurnia. 
Nasciano le cuenta el secreto de su hija: como se prometió en matrimonio a Amadís cuando la liberó de la prisión de Arcaláus, como se entregó a él y como engendró a Esplandián.
Lisuarte se queda estupefacto al saber que Oriana está virtualmente casada con Amadís y que Esplandián es su nieto. Dice que si lo hubiera sabido todos estos muertos podrían haberse evitado. Nasciano le responde que no pudo decirlo antes por el secreto de confesión, pero ahora Oriana le ha dado el permiso para levantarlo...

lunes, 11 de octubre de 2010

Libro IV, capítulo 112

Cuando Lisuarte llega a su tienda le pide a Cildadán que se quede con él para ir juntos  ofrecer sus respetos al cuerpo de Patín. Lo encuentran en su tienda, yacente y rodeado de sus deudos y los principales caballeros romanos. Aunque de natural soberbio y desabrido, era franco y liberal con los cercanos. Por eso sus súbditos cortesanos lamentan sinceramente su pérdida.
Los reyes Lisuarte y Cildadán ven reunida en torno a Patín a toda la plana mayor romana. Lisuarte les persuade para que se retiren a descansar y recuperarse del esfuerzo pasado. Lisuarte y Cildadán se ofrecen para ocuparse del entierro del Emperador. Los romanos se retiran. Lisuarte ordena que lleven cadáver al monasterio de Luvania como paso intermedio hasta su traslado definitivo a la Capilla de los Emperadores en Roma. Una vez dispuesto ésto, los dos reyes se retiran a la tienda de Lisuarte, donde cenan juntos. Lisuarte pone buena cara pero está afligido en su interior: tras dos días de intensos combates se da cuenta de su inferioridad frente a los insulofirmeños. Un tercer día de batalla solo puede depararle deshonor y derrota e incluso la muerte. Después de cenar, Cildadán se va a su tienda.
La noche pasa sin novedad. Por la mañana, Lisuarte oye misa y vuelve a la tienda de Patín con Cildadán. Floyán ya se ha llevado el cuerpo del Emperador a Luvania. Lisuarte hace llamar a Arquisil, Flamineo y al resto de romanos principales. Lisuarte les transmite sus condolencias por la muerte de su señor, pero les dice que sigue firme en sus deseos de venganza. Solo se irá del campo de batalla vencedor o muerto. Quiere saber cuales son las intenciones de los romanos.
Arquisil responde que desde la fundación de Roma los romanos han realizado grandes y honrosas hazañas. Como dignos sucesores de esos gloriosos romanos, ellos piensan cumplir con su deber sin desmayo. Arquisil se ofrece para ocupar la vanguardia cuando comience el tercer día de batalla y luchar denodadamente como si el Emperador estuviera aún vivo.
A Lisuarte le complace la lealtad romana. Se va con Cildadán y le dice que no las tenía todas consigo con los romanos, pero que Arquisil le merece toda su confianza además de ser un hábil y esforzado caudillo. Así está dispuesto a afrontar el tercer día de batalla con el único objetivo de vencer o morir en el intento. Cildadán, aunque pesaroso por estar obligado en esta empresa por ser tributario de Lisuarte, es un aliado leal y esforzado. Le responde que tiene todo su apoyo y que está dispuesto a morir en la batalla si fuera necesario. Lisuarte le agradece sus palabras. Toma interiormente la decisión de liberarle de su vasallaje si salen con bien de tan incierta empresa. Se retiran a sus tiendas para descansar a la espera de la batalla definitiva.

domingo, 3 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 111 (4 de 4)

Arbán de Norgales advierte que los romanos van perdiendo terreno y recomienda a Lisuarte que retrocedan con ellos para no quedarse al descubierto, con grave riesgo de sus vidas. El rey Lisuarte avisa a Cildadán y mandan hacer una retirada ordenada, aguantando la acometidas enemigas, hasta ponerse a la altura de sus aliados romanos. Entonces, Norandel, Guilán, Cendil de Ganota y Landín se pasan a las filas romanas para reforzarlas, aunque ese esfuerzo parece en vano pues todos tienen la impresión de que la batalla ya está perdida.
Amadís valora la situación: por el lado romano ve como han recogido el cuerpo de Patín y empiezan a retirarse y desperdigarse. En el otro lado, ve como Lisuarte resiste a duras pena las acometidas de sus adversarios. En consideración a su amada Oriana y por deferencia por los buenos tiempos pasados con Lisuarte, se acerca a Perión en compañía del conde Galtines. Como el ocaso ya está próximo, le propone que cese el combate. Perión, hastiado de tanta muerte estéril de caballeros tan nobles, acepta la propuesta. Agrajes, enterado de la decisión, se acerca furioso e increpa a Amadís por desaprovechar la oportunidad de aniquilar a los enemigos. Amadís responde que cuando caiga la noche va a ser difícil de distinguir amigos de enemigos. Pero Agrajes adivina cuales son las verdaderas razones de Amadís y acepta su decisión a regañadientes. Aunque le dice que "si no quiere vencer, no tendrá derecho a señorear y quedará como simple caballero andante".
Cuadragante, como irlandés que es, aprecia y respeta al rey Cildadán. Por eso también se alegra de la decisión de detener el combate. Perión y Cuadragante comienzan a apartar a los caballeros que pelean en sus cercanías. Amadís y Gastiles hacen lo mismo por su lado. El rey Lisuarte que veía todo perdido pero estaba dispuesto a morir en el campo de batalla, se sorprende de que sus adversarios dejen de luchar. Cildadán le recomienda que aprovechen la oportunidad que les brindan los contrarios y que se retiren. Así se hace: Arbán de Norgales, Guilán el Cuidador, Arquisil y Flamíneo organizan la retirada. Una vez acampados ambos bandos en sus reales, se acuerda una tregua de dos días. Así cada parte podrá recoger a sus muertos y heridos. Los llantos y lamentos por los entierros son muchos, sobre todo por la muerte del Emperador romano, pero no se detallarán para no resultar enojoso o prolijo.

Libro IV, Capítulo 111 (3 de 4)

En ese momento llegan Patín y el rey Cildadán con más de 3000 caballeros y por el otro lado, Gastiles y Grasandor acompañados también por una numerosa tropa. El choque de ambas fuerzas es tan violento que consigue que los cuatro se suelten de su abrazo. Los cuatro quedan montados en sus caballos pero tan cansados que apenas pueden mantenerse sobre las sillas. La superioridad numérica es de la gente de Lisuarte pero la bravura y la pericia de Perión, Florestán y Cuadragante equilibra la situación.
Entonces llega Amadís, que hasta ese momento combatía por el lado derecho del campo de batalla. Ha matado a Constancio de un solo golpe y ha desbaratado las filas romanas por ese lado. Trae la espada tinta en sangre hasta la empuñadura. Con él vienen Gandalín y el conde Galtines y Trión. Ve a su padre rodeado de enemigos, entre ellos Patín, el Emperador de Roma. Pica espuelas y se lanza sobre Patín. Floyán se interpone en su camino para defender la vida de su señor. Florestán lo advierte y se enfrenta a Floyán. Se dan grandes golpes por la cima de los yelmos. Floyán, desacordado, cae al suelo y muere pisoteado por los caballos. Amadís, con la mirada fija en Patín, se introduce entre las filas romanas impetuosamente derribando a cuanto caballero se interpone en su camino. Llega por fin unto al Emperador. Le da un espadazo tan fuerte encima del yelmo que deja a Patín aturdido. El Emperador deja caer su espada y se tambalea semiinconsciente. Antes de que caiga, Amadís le propina un nuevo golpe sobre el hombro: corta armadura, carne y hueso. El brazo le queda colgando y Patín cae al suelo y muere. Los romanos que ven el luctuoso suceso avisan a los compañeros a voces. Llegan Arquisil, Flamíneo y otros. El combate se recrudece el la zona donde pelean Amadís y Florestán. En otro lugar, Perión Agrajes y Cuadragante se enfrentan a Lisuarte y Cildadán con tanta dureza que en esa zona la mortandad será la más alta del día. Brian y Gandales han conseguido reagrupar a más de seiscientos caballeros y se lanzan al ataque en el lugar donde lucha Amadís y obligan a retroceder a los romanos.