miércoles, 8 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 122 (4 de 6)

En la villa les recibe Garinto, el infante. Hacen balance de la incursión: por un lado traen las armas totalmente deterioradas y los caballos están tan llagados que no esperan que sobrevivan, pero por otro, los hombres solo tienen heridas de poca importancia y, sobre todo, ha podido capturar al duque. La alegría se extiende entre los sitiados al conocer que han apresado a su odiado enemigo. El duque permanece inconsciente y no recuperará el sentido hasta el día siguiente.
Mientras tanto, Bruneo no ha tenido ningún problema para atravesar el cerco. Va acompañado del infante menor y de un guía. Cabalgan toda la noche y al alba llegan a la villa de Alimenta. Allí había enviado el duque a dos caballeros para que indagaran sobre la identidad de los hombres que habían roto el cerco la noche anterior y para atemorizar a la población y exigirles víveres so pena de graves represalias. Bruneo ve a los dos caballeros a las puertas de la ciudad. El guía le confirma que son hombres del duque. Bruneo confía al guía la seguridad del infante y se abalanza sobre los dos caballeros. Les reta a muerte. En el primer encontronazo, rompen lanzas y Bruneo derriba a uno de ellos, que se golpea la cabeza al caer y pierde el conocimiento. Bruneo, espada en mano, se enfrenta al segundo. La luche es intensa y esforzada, pero Bruneo es mejor y vence: de un golpe certero desarma y casi derriba al contrario que debe agarrarse al cuello de su caballo para no caer. El caballero suplica por su vida. Bruneo le conmina a rendirse y aquel así lo hace. Bruneo le obliga a descabalgar y comprobar si su compañero está vivo o muerto. Todavía vive. Le retira el yelmo y se despeja un tanto. Bruneo llama al guía y al infante. Le dice a éste último que disponga de la vida de los vencidos. Si quiere puede matarlos. El muchacho decide ser magnánimo y les perdona la vida. Bruneo advierte buenas maneras en el infante para llegar a ser un gran hombre.

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