sábado, 6 de noviembre de 2010

Libro IV, Capítulo 119

Lisuarte regresa a Vindilisora con su gente y acompañado de Cildadán y Gasquilán. Allí ya le espera Brisena. El viaje, sin novedad, dura cinco días. Al llegar, su cara refleja una alegría que no siente reamente. Reconoce que su hija queda muy honrada al casarse con Amadís y ha conseguido la paz con Perión y ha establecido una estrecha alianza con la Roma de Arquisil...Pero todo se ha logrado tras su derrota. Es Amadís quien se llevará toda la gloria. La tristeza se ha alojado en su corazón pero también está cansado y enojado por tanta muerte inútil causadas por motivos mundanos. Como gobernante cabal acepta la situación aunque suponga un cierto menoscabo en su prestigio. Lisuarte había buscado más su honra que el cuidado de su alma. Dios le ha castigado por su soberbia.
Llega, pues, con alegría fingida, de la mano de Esplandián, para reunirse con su esposa. Brisena ya conoce todo lo referente al doncel. Lisuarte había enviado previamente a Brandoibás para que la informara. Ambos esposos se abrazan emocionados. Brisena abraza y besa a su nieto. Dueñas y doncellas van desfilando en el besamanos real. Cildadán y Gasquilán saludan a la reina. Cenan a continuación. Los reyes alojan a sus invitados en el castillo.
Por la noche, ya en su cámara, el matrimonio real habla. Lisuarte opina que lo mejor es que acepten a Amadís como yerno. Le comunica a su esposa que ha concedido la mano de Leonoreta a Arquisil. Deben emprender viaje a la Ínsula Firme para formalizar ambas bodas. La reina le besa las manos en señal de acatamiento. Duermen plácidamente.
Al dís diguiente, Lisuarte le ordena a Arbán, su mayordomo, que haga los preparativos para el viaje a la Ínsula Firme y que engalanen convenientemente a Leonoreta para presentarla como es debido a su fururo marido.

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