lunes, 11 de octubre de 2010

Libro IV, capítulo 112

Cuando Lisuarte llega a su tienda le pide a Cildadán que se quede con él para ir juntos  ofrecer sus respetos al cuerpo de Patín. Lo encuentran en su tienda, yacente y rodeado de sus deudos y los principales caballeros romanos. Aunque de natural soberbio y desabrido, era franco y liberal con los cercanos. Por eso sus súbditos cortesanos lamentan sinceramente su pérdida.
Los reyes Lisuarte y Cildadán ven reunida en torno a Patín a toda la plana mayor romana. Lisuarte les persuade para que se retiren a descansar y recuperarse del esfuerzo pasado. Lisuarte y Cildadán se ofrecen para ocuparse del entierro del Emperador. Los romanos se retiran. Lisuarte ordena que lleven cadáver al monasterio de Luvania como paso intermedio hasta su traslado definitivo a la Capilla de los Emperadores en Roma. Una vez dispuesto ésto, los dos reyes se retiran a la tienda de Lisuarte, donde cenan juntos. Lisuarte pone buena cara pero está afligido en su interior: tras dos días de intensos combates se da cuenta de su inferioridad frente a los insulofirmeños. Un tercer día de batalla solo puede depararle deshonor y derrota e incluso la muerte. Después de cenar, Cildadán se va a su tienda.
La noche pasa sin novedad. Por la mañana, Lisuarte oye misa y vuelve a la tienda de Patín con Cildadán. Floyán ya se ha llevado el cuerpo del Emperador a Luvania. Lisuarte hace llamar a Arquisil, Flamineo y al resto de romanos principales. Lisuarte les transmite sus condolencias por la muerte de su señor, pero les dice que sigue firme en sus deseos de venganza. Solo se irá del campo de batalla vencedor o muerto. Quiere saber cuales son las intenciones de los romanos.
Arquisil responde que desde la fundación de Roma los romanos han realizado grandes y honrosas hazañas. Como dignos sucesores de esos gloriosos romanos, ellos piensan cumplir con su deber sin desmayo. Arquisil se ofrece para ocupar la vanguardia cuando comience el tercer día de batalla y luchar denodadamente como si el Emperador estuviera aún vivo.
A Lisuarte le complace la lealtad romana. Se va con Cildadán y le dice que no las tenía todas consigo con los romanos, pero que Arquisil le merece toda su confianza además de ser un hábil y esforzado caudillo. Así está dispuesto a afrontar el tercer día de batalla con el único objetivo de vencer o morir en el intento. Cildadán, aunque pesaroso por estar obligado en esta empresa por ser tributario de Lisuarte, es un aliado leal y esforzado. Le responde que tiene todo su apoyo y que está dispuesto a morir en la batalla si fuera necesario. Lisuarte le agradece sus palabras. Toma interiormente la decisión de liberarle de su vasallaje si salen con bien de tan incierta empresa. Se retiran a sus tiendas para descansar a la espera de la batalla definitiva.

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