viernes, 29 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 117 (1 de 7)

Amadís se ha adelantado con algunos compañeros para auxiliar al rey Lisuarte. Se apresuran intentado llegar a tiempo. Quiere conseguirlo para que Oriana sepa como siempre está presto para servirla. Tienen que recorrer trece leguas. Marchan sin descanso todo el día. Al caer la noche aún están a tres leguas de Luvania. Los guías les han conducido cerca de las montañas para atajar a rey Arábigo y para evitar alguna celada traicionera. Por desgracia, los guías se extravían y no saben a ciencia cierta si aún no han llegado a Luvania o se han pasado de largo. A pesar de su templanza, Amadís no puede contener su enfado y maldice su mala ventura. Cuadragante, preocupado por la suerte de su amado rey y compatriota Cildadán, le dice que no se acongoje, que confíe en Dios que seguro les despejará el camino. El grupo permanece parado e indeciso, sin saber a donde dirigirse. Amadís les pregunta a los guías si la montaña está cerca. Ellos piensan que sí. Amadís envía a Gandalín con uno de los guías hacia la montaña, en busca de un otero o lugar elevado donde divisar los fuegos del real de Lisuarte o de sus enemigos.
Gandalín sube por la sierra que tiene a mano izquierda. Llegan a un altozano y lo suben. Cuando miran hacia el llano descubren los fuegos de un real. El guía estudia la situación y traza el camino para conducirlos a esa posición. Regresan al campamento e informan a Amadís. Éste ordena levantar el campamento y reanudar la marcha antes del alba. Cabalgan con rapidez pero con orden. Al extraviarse han perdido contacto con el rey Perión y el resto del ejército. Van rápidos pero, a pesar de todo, al romper el alba todavía están a una legua de Luvania.

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