martes, 29 de marzo de 2011

El Rey Garinter y su parentela

Este esquema muestra las relaciones de parentesco del rey Garinter de la Pequeña Bretaña y sus descendientes con otras familias. Unas son directas, por el matrimonio de sus hijas, con las casas reales de Escocia y Gaula y otras indirectas, con las familias reales de Bohemia (Tafinor), Noruega (Olinda), Sobradisa (Briolanja), España (Brian), Gran Bretaña (Oriana), del reino Arábigo (Bruneo) y del marquesado de Troque (también Bruneo y su padre Valladós). Incluso tienen una lejana relación con la saga de los gigantes por medio de Galvanes y su enlace con Madasima de Gantasi.
Helo aquí: Lo he dividido en dos partes, una encima de otra, porque no me cabe. Mi pericia con la excel y el manejo de gráficos no me da para más   :(
Actualización: Me he animado y he colocado también el árbol familiar de Briolanja. Grovenesa es tía de Briolanja, pero no se aclara si por parte de madre o de padre. He optado por colocarla como hermana de su madre, porque en ningún momento de la novela se dice que sea hermana de Tagadán o de Abiseos.


lunes, 28 de marzo de 2011

Relaciones de parentesco entre los Señores de la Torre Bermeja y otros Gigantes.

He concluido los resumenes del "Amadís". Ya solo me queda completar el Glosario con las entradas que faltan, reparar las erratas, pulir la sintaxis,...
Y también voy a confeccionar unos esquemas donde se plasmen las relaciones familiares entre los distintos personajes.
Empiezo con los Gigantes de la Ínsula de la Torre Bermeja. Queda así: 
(pincha en el gráfico para ampliarlo)


lunes, 21 de marzo de 2011

Libro IV, Capítulo 133 (7 de 7) ¡Esto es todo, amigos!

Embarcan en una fusta con destino a la Sierpe. Ya en su interior, Urganda los conduce a una gran sala donde los caballeros cenan. Urganda y los donceles continúan hasta una salita adyacente donde unas muchachas están tocando instrumentos. Allí cenan Urganda y los donceles. Cuando acaban, la hechicera vuelve a la gran sala y les pide a los caballeros veteranos que vayan a la salita y hagan compañía a los noveles. Urganda se va pero vuelve al poco tiempo. Lleva una loriga en sus manos. Junto a ella vienen sus sobrinas Solisa y Julianda que traen un yelmo y un escudo respectivamente. Son armas de color negro y no blancas como suele ser tradicional que usen los caballeros noveles.
Urganda va hacia Esplandián y le pide que se vista con esas armas cuya negrura representa la tristeza por la desaparición de su abuelo Lisuarte. Esplandián, con ayuda de Solisa y Julianda, se coloca las armas. Entonces Urganda habla con Amadís. Le dice que falta la espada que encontrará en un lugar que ya conoce Amadís (¿se referirá a la Ínsula de la Doncella Encantadora?)
Una vez armado Esplandián, entran en la capilla cuatro doncellas. Cada una de ellas trae las armas para un caballero. Estas son armas blancas adornadas con piedras preciosas y cruces negras. Se las entregan a los caballeros noveles.
Luego, los cinco donceles velan sus armas ante el altar de la Virgen María. Entre ellos destaca Esplandián por su belleza. Pasa la noche rezando, rogándole a Dios que le permita rescatar a su abuelo.
Al alba, un enano feo y laso desde lo alto de la Sierpe tañe reciamente una trompeta. El sonido se oye por toda la Ínsula Firme. Todos los habitantes de la isla dirigen sus miradas a la Sierpe.
Urganda hace subir a los caballeros al lugar donde está el enano. Luego coge de la mano a los cinco caballeros  noveles y suben tras ellos. Les siguen seis doncellas con trompetas doradas.
Urganda le pide a Balán que arme caballero a Esplandián. El gigante mira indeciso a Amadís que le hace un gesto de asentimiento para que acceda a la petición de Urganda. Entonces Balán arma caballero a Esplandián y le coloca la espuela derecha. Le promete que no armará más caballeros. 
Urganda insta a Amadís para que le diga su mandado a Esplandián.  Amadís le cuenta como en sus pasadas andanzas llegó a Constantinopla y fue honrado por el Emperador. Allí le prometió a su hija Leonoreta y a la reina Menoresa que les enviaría un caballero de su linaje para servirlas. Ahora le encomienda a Esplandián que cumpla esa promesa y le da el anillo de Leonoreta.
Esplandián, de rodillas, le besa la mano y dice que cumplirá el encargo sin demora. 
Acto seguido, Urganda le dice a Esplandián que nombre caballeros a los cuatro donceles. Así lo hace.
Las doncellas tocan las trompetas doradas. Escuchan el melodioso sonido. Los caballeros noveles caen dormidos. Empieza a salir un humo negro y espeso de las narices de la Sierpe. Se extiende rápidamente impidiendo la visión a los asistentes. 
Al poco tiempo se despeja el humo. Los caballeros descubren que se encuentran de nuevo en la huerta del castillo de Amadís. No hay rastro de Urganda ni de Esplandián ni de sus cuatro camaradas.
Todos están desconcertados, como si todo lo hubieran soñado. Amadís encuentra una carta de Urganda que lee a la concurrencia. En ella les dice que ya ha llegado el momento de abandonar las andanzas caballerescas. Todos han alcanzado ya las más altas cotas en sus respectivas carreras como caballeros andantes y es hora de disfrutar de su merecida fama. Sobre todo el mejor de ellos, Amadís, quien ha realizado las más grandes y extremadas hazañas. A partir de ahora disfrutará de la gloria conseguida por los hechos pasados pero también le tocará sufrir los sinsabores y amarguras que conlleva la responsabilidad de gobernar los reinos y señoríos ganados. Y es posible que estas nuevas preocupaciones le hagan añorar los tiempos de solitarias andanzas caballerescas con solo un enano a quien mandar. Le insta a que emprenda esta nueva vida: gobernar y no batallar. Que ceda sus armas a aquel a quien Dios ha designado para alcanzar grandes victorias, tan grandes que oscurecerán las de su padre...
Tras la lectura de la carta Amadís habla con sus amigos. Les aconseja que retornen a sus señoríos. Galaor, Galvanes y Brandoibás irán a Londres para informar a Brisena de lo que ha pasado y de la razón por la que no han iniciado la búsqueda de Lisuarte. Amadís se quedará en la Ínsula Firme con Agrajes, a la espera de noticias de su suegro, presto a dar su ayuda en cuanto sea requerida.
A todos les parece bien. Bruneo y Cuadragante, con sus respectivas esposas Melicia y Grasinda, vuelven a sus señoríos. Galaor, Galvanes y Brandoibás, a Londres. Agrajes y Grasandor se quedan en la Ínsula Firme. Balán decide quedarse también en la isla acompañando a Amadís hasta saber noticias de Lisuarte.


A Dios sean dadas gracias.
Acábanse aquí los Cuatro Libros del esforzado
y muy virtuoso caballero Amadís de Gaula,
Hijo del Rey Perión y de la Reina Elisena,
en los cuales se hallan muy por extenso
las grandes venturas y terribles batallas
que en sus tiempos por él se acabaron y vencieron,
y por otros muchos caballeros,
así de su linaje
como amigos suyos.

domingo, 20 de marzo de 2011

¡ÚLTIMO CAPÍTULO! Libro IV, Capítulo 133 (6 de 7)

Un servidor anuncia que una dueña ha salido de la Gran Sierpe y se acerca. Es Urganda la Desconocida. Salen a su encuentro y se topan con ella casi a las puertas de la huerta. Viene montada en un palafrén y acompañada de dos enanos. Galaor la ayuda a bajar del caballo. Todos la saludan cortésmente. Urganda les recuerda que ya había predicho que volvería a verlos a todos reunidos en la Ínsula Firme. Pero antes de hablar del asunto que la trae ahí, quiere hablar con Oriana y consolarla de su pena.
Oriana la recibe entre sollozos y, ya que Urganda es capaz de ver el futuro, la recrimina por no haber puesto remedio. La acusa de haber fallado a Lisuarte que tanto la estima. Oriana se desploma sobre su asiento y se tapa la cara con desesperación.
Urganda se arrodilla junto a ella y la consuela. Le recuerda que estas tribulaciones actuales son inherentes a la alta posición que disfruta. Y es que Dios, aunque nos hizo de la misma masa y naturaleza e iguales ante la muerte, nos dio muy diversos bienes en este mundo: a unos hizo señores, a otros hizo vasallos [...]
Las cosas malas que trae la vida se compensan con las buenas y allí es donde hemos de hallar el consuelo. Le responde a Oriana sobre sus reproches. Aunque ya sabía lo que le iba a pasar a Lisuarte, como profetizó con oscuras palabras anteriormente, no estaba en su mano la posibilidad de evitarlo. Sin embargo, ahora ha venido para traer remedio a la tristeza de Oriana.
A continuación se aparta de Oriana y se dirige a los caballeros que estaban prestos a partir en busca de Lisuarte. Les recuerda como vaticinó que volvería a la Ínsula Firme cuando Esplandián fuera nombrado caballero. Urganda les recomienda que no salgan en busca de Lisuarte, pues no hay caballero en el mundo que lo pueda encontrar si Dios no permite que lo encuentre. Les dice que les hará nuevas revelaciones, pero deben acompañarles esa noche a la Gran Sierpe. También deben ir Esplandián, Talanque, Maneli el Mesurado, el joven rey de Dacia y Ambor, el hijo de Angriote.
Los caballeros quedan atónitos sin saber que hacer o decir. Al final deciden aceptar la invitación de Urganda.

miércoles, 16 de marzo de 2011

¡ÚLTIMO CAPÍTULO! Libro IV, Capítulo 133 (5 de 7)

Grasandor recibe a los caballeros recién llegados. son, entre otros, Galaor rey de Sobradisa, Bruneo rey Arábigo, Cuadragante señor de Sansueña, Balán señor de la Ínsula de la Torre Bermeja, Galvanes, Angriote, Gavarte del Val Temeroso, Agrajes, Palomir,...
Grasandor les explica porqué no ha salido Amadís a recibirles. Les acomoda en diversas posadas y los convoca para una nueva reunión al día siguiente. Balán se aloja en los aposentos de Agrajes y Galvanes.
Al día siguiente, tras la acostumbrada misa, todos los caballeros van a la huerta del castillo para ver a Amadís.Éste deja a Oriana al cuidado de Mabilia, Melicia y Grasinda y baja al encuentro de sus compañeros. Aunque su semblante refleja tristeza por la desaparición de Lisuarte, cuando ve a tantos amigos, nobles caballeros de gran valía, que han venido sin dudarlo a socorrerle, siente una gran alegría. Abraza a todos ellos, uno por uno, en especial a Balán.
Galaor, muy apenado por la desaparición de Lisuarte, les exhorta a tomar una rápida decisión. Está impaciente por salir sin más dilación en su búsqueda. Amadís le responde que todos están obligados a socorrer a Lisuarte por su honradez, bondad y nobleza. Manda llamar a Brandoibás para que les informe de primera mano. Brandoibás les cuenta lo sucedido y las pesquisas realizadas hasta el momento. Suponen que Lisuarte ya está fuera del país, bien secuestrado o bien ahogado en alta mar. Si estuviera todavía en el reino ya habrían encontrado alguna pista. 
Vista la situación deciden que la flota se disperse para extender la búsqueda por el mayor número de lugares posible. Le piden a Amadís que decida que territorios deben escudriñar primero.

martes, 15 de marzo de 2011

¡ÚLTIMO CAPÍTULO! Libro IV, Capítulo 133 (4 de 7)

La reina vuelve a Londres. La noticia de la desaparición de Lisuarte ha corrido como la pólvora por todo el reino. La tristeza y la desesperación cunde entre el pueblo llano. Hombres y mujeres caminan por lo campos, llorando, dando voces, clamando por su señor en quien siempre encontraron defensa y socorro. ¡Cuán bienaventurado debiera sentirse Lisuarte por ser tan querido por su pueblo! Pero esto era cosa de tiempos pasados, pues en los actuales los reyes carecen del amor de sus vasallos. Esto es signo del envejecimiento del mundo: al haber perdido su virtud, es como la tierra agotada que ya no da los frutos que antaño producía a pesar de la escogida simiente utilizada. (hay que recordar que esto lo escribe Garci-Rodríguez de Montalvo en tiempos de los Reyes Católicos. Al parecer el regidor de Medina del Campo tenía una relación cercana con la reina Isabel. Dicen que fue ella quien le encargo que refundiera y completara la historia de Amadís...) El autor termina rogando a Dios que vuelvan esos tiempos pasados y que los reyes, sin ira ni pasión, sostengan y defiendan convenientemente a sus súbditos.
Volvamos al relato: la mala nueva es rápidamente conocida en todo el reino e incluso en el extranjero. Pronto llega a oídos de Cuadragante, Señor de Sansueña, y de Bruneo, rey Arábigo, y de los otros caballeros que con ellos estaban. Comprenden que el asunto atañe directamente a Amadís y deciden ir a la Ínsula Firme para ponerse a su disposición. Sus nuevos señoríos ya están pacificados y pueden irse sin temor a perderlos. Bruneo deja como gobernador de su reino a su hermano Branfil y Cuadragante, a su sobrino Landín, recientemente llegado desde la corte del rey Cildadán. Bruneo y Cuadragante reunen una pequeña flota y parten hacia la Ínsula Firme. Les acompaña Balán, que ya es un aliado fiel y un entrañable amigo . El viaje transcurre sin novedad y llegan a su destino en doce días. Balán se admira y sorprende al contemplar la Gran Sierpe que allí dejó Urganda.
Mientras tanto, Brandoibás ya ha entregado la carta a Amadís. Desde que conoce la noticia, Oriana está muy preocupada y melancólica. Amadís no se atreve a dejarla sola. Cuando se entera de la llegada de la flota de Bruneo y Cuadragante, le pide a Grasandor que salga a recibirlos por él.

L

sábado, 12 de marzo de 2011

¡ÚLTIMO CAPÍTULO! Libro IV, Capítulo 133 (3 de 7)

El ballestero informa a la reina. Brisena llama a Arbán de Norgales, su sobrino, y a Cendil de Ganota. Les cuenta lo sucedido. Los caballeros ponen buena cara y ocultan sus verdaderos presentimientos para no preocupar más a la reina. Organizan con rapidez una partida para buscar al rey. El ballestero les guía hasta el claro y desde ahí escudriñan el bosque palmo a palmo aunque sin resultado.
Mientas, la reina espera, muy alterada. Redacta varias cartas solicitando ayuda a a otros caballeros. Espera noticias de sus hombres que no llegan. Pasa la noche en vela.
Al alba llega Giontes y Grumedán. Se han enterado de la desaparición de Lisuarte. Se ofrecen de inmediato para unirse a la partida que realiza su búsqueda. La reina decide acompañarlos. Parten Grumedán, Giontes, la reina y una dueña que la asiste, la mujer de Brandoibás. Recorren el bosque durante tres días, casi sin descanso. Si no fuera por Grumedán, que se preocupa de alimentarla, la reina no hubiera probado ni un solo bocado. Las noches las pasa vestida, bajo los árboles. Tan acongojada está que no quiere detenerse en las aldeas que van encontrando.
Al cabo de esos tres días  se reunen con el grupo de Arbán, que vienen desanimados, tristes y extenuados.
Ante las ansiosas preguntas de la reina, Arbán responde con lágrimas en los ojos que no han encontrado ninguna pista del paradero de Lisuarte. Arbán sospecha que lo han secuestrado y que se lo han llevado del reino. Al oír tan infausta noticia, la reina cae desvanecida de su palafrén. Grumedán descabalga rápido para atenderla.
La reina recobra el conocimiento y entre lloros se lamenta de la adversa fortuna.
Grumedán, de rodillas junto a ella, intenta consolar a la atribulada reina. Le aconseja que se acerquen a un poblado donde puedan atenderla. La llevan a una casa cercana, de unos monteros de Lisuarte, donde a reina descansa unos días. Grumedán la exhorta a que continúe la búsqueda y no se rinda. La reina, espoleada por si discurso, decide pedir ayuda a su yerno Amadís. Le escribe una carta y le encarga a Brandoibás que se la entregue a Amadís.

viernes, 11 de marzo de 2011

¡ÚLTIMO CAPÍTULO! Libro IV, Capítulo 133 (2 de 7)

El rey corre hacia la pareja y le grita al hombre que suelte a la doncella. Éste, cuando ve venir al rey, libera a la muchacha y huye por entre la densa vegetación. El rey le persigue a caballo pero las ramas le impiden avanzar con rapidez. Descabalga y continúa la persecución por el bosque. Llegan a un claro en cuyo centro hay una tienda montada. El hombre que huye se mete en ella. Lisuarte, que le sigue los pasos de cerca, lo ve y también se encamina a la tienda. Dentro encuentra a una mujer y al hombre huido que se esconde tras ella. Lisuarte le pregunta a la mujer si ése es hombre de su compaña, le acusa de intento de violación y le exige que se lo entregue para hacer justicia. La dueña le invita a entrar para que le cuente con detalle lo sucedido, ya que ella se solidariza con la doncella. Pero nada más dar un paso dentro de la tienda, Lisuarte cae al suelo sin sentido. Llegan las dos doncellas y se reunen con la dueña y el hombre. Entre los cuatro cogen al desacordado Lisuarte y lo sacan de la tienda. Aparecen dos hombres más que estaban ocultos en el bosque y comienzan a desmontar la tienda. Luego todos se dirigen a la playa. Allí tienen un pequeño navío camuflado con ramas y hojas. Embarcan y zarpan.
Todo lo han hecho de forma tan rápida y discreta que no son vistos por nadie. 
El ballestero que quedó retrasado llega al claro y solo encuentra el caballo de Lisuarte pero sin rastro del rey ni de ninguna otra persona. Registra la zona infructuosamente. Regresa raudo al palacio para dar la alarma.

jueves, 10 de marzo de 2011

¡ÚLTIMO CAPÍTULO! Libro IV, Capítulo 133 (1 de 7)

Después de asistir a las bodas de sus hijas, el rey Lisuarte regresó a su reino. Se dirigió a Fenusa, puerto de mar con feraces cotos de caza donde solía holgar con frecuencia. Allí pasó un tiempo recuperándose de los trabajos pasados. Dedicaba sus momentos de ocio a la caza y otros placenteros entretenimientos. Pero pronto se cansó de estas actividades. El recuerdo de tiempos pasados le obsesionaba. Recordaba aquella época cuando su corte acogía a la flor y nata de la caballería, lo que redundaba para él en fama mundial, honor y loores. Y aunque su edad y su cuerpo ya le demandaban sosiego, no ocurría lo mismo con su mente, acostumbrada a esas glorias y halagos. Comparaba los triunfos pasados con la amargura actual hasta trastornarse y deprimirse. Y lo que más le hundía su ánimo era constatar cuanto había menoscabado su honra su enfrentamiento con Amadís y como era vox populi que lo había resuelto más por necesidad que por virtud. La depresión le tornó en un ser triste, meditabundo y huraño.
Tenía por costumbre, tras la misa matutina de rigor, salir de caza por el bosque acompañado por un único ballestero. Un día, en su acostumbrada salida, se encuentran con una doncella que huye montada en un palafrén y dando gritos de auxilio. Se acercan a ella para ver que le pasa. Ella le pide a Lisuarte ayuda para su hermana porque un hombre quiere violarla. El rey le pide que les guíe hasta donde está ella. Cabalgan rápidamente y dejan atrás al ballestero que va a pie. Al cabo de un rato llegan a un lugar donde un hombre tiene sujeta de los cabellos a una doncella e intenta derribarla.

sábado, 5 de marzo de 2011

Libro IV, Capítulo 132 (3 de 3)

A todos les parece bien la propuesta de Balán y se maravillan de ver tanta discreción en un gigante, que son de natural soberbios y poco razonables. Como sabemos, su carácter se debe a la influencia de su madre Madasima y de un sabio griego que su madre trajo para su instrucción.
Todos están de acuerdo con la propuesta. Balán vuelve a hablar con el rey Arábigo y firman el pacto: el rey se compromete a entregar sin más resistencia todo su reino a Bruneo que será coronado como nuevo rey Arábigo. Para el ex-rey le quedaría la más alejada de las Ínsulas de Landas, la llamada Liconia, situada en la parte del cierzo. allí podrá gobernar con independencia a su voluntad y llamarse rey de Liconia.
El sobrino del ex-rey acepta la rendición y todo se lleva a cabo sin problemas.
Bruneo es coronado nuevo rey Arábigo en una gran ceremonia con gran alegría de sus camaradas y también de sus nuevos súbditos que reconocen su bondad y valía.
Tras unos pocos días de descanso los expedicionarios parte hacia Sansueña para completar la conquista. Se dirigen a Califán, importante ciudad sansona. Los de Sansueña ya conocen la derrota del rey Arábigo y la conquista de su reino. Se preparan para una gran batalla reuniendo una enorme cantidad de caballeros y peones. Salen al paso de los expedicionarios antes de que lleguen a Califán. La batalla es terrible, con gran número de muertos y heridos. Destacan en la lucha Balán y sus hombres.Al final los sansones son derrotados definitivamente. Sufren tan grandes pérdidas que ya no tienen suficientes soldados como para defender las plazas y toda Sansueña cae con facilidad en manos de los insulofirmeños. Cuadragante es nombrado nuevo Señor de Sansueña.

Volvamos con Lisuarte, pues hace mucho que no sabemos nada de él.

viernes, 4 de marzo de 2011

Libro IV, Capítulo 132 (2 de 3)

Balán encuentra al rey Arábigo vestido con ricos paños y tapetes pero cargado de grilletes, tan pesados que le impiden dar un solo paso. Balán se arrodilla ante el rey y quiere besarle la mano. El rey se lo impide y lo levanta (¿de qué me suena esto?) y le abraza emocionado. 
El rey Arábigo recuerda entre sollozos lo imponente que era antaño cuando visitaba al padre de Balán, para verse ahora vencido y preso. El rey termina por callarse, embargado por la emoción y el llanto.
Balán le dice que comprende el abatimiento que siente al verse en esta situación. Él mismo podría sentirse igual, pues después de haber jurado venganza contra el caballero que mató a su padre, se ha visto derrotado y sometido por esa mismo hombre. Pero a pesar de todo, lo ha podido enmendar un tanto, pues se han convertido en aliados leales e, incluso, en amigos. Le recomienda al rey que intente llegar a algún tipo de concordia.
El rey le contesta que perdiendo su reino no va a conseguir concordia. Balán le responde que debe contentarse con lo que buenamente pueda obtener.
El rey Arábigo prefiere la muerte antes de verse menguado y deshonrado. Balán opina que la muerte es lo único que no tiene remedio. Si vive, siempre tendrá la oportunidad de resarcirse de tanta pérdida.
El rey Arábigo se convence. Le pide al gigante que le asesore sobre la actitud que debe adoptar. Balán acepta ayudarle. Se despide del rey y vuelve con Enil a la tienda de Bruneo. Allí lo encuentra en compañía de Galaor, Galvanes, Agrajes y otros muchos caballeros. Les cuenta su conversación con el rey Arábigo. Avisan a Brián, Cuadragante y Angriote. Una vez todos reunidos, Balán les cuenta detalladamente su charla con el rey prisionero. Les propone que le cedan al rey una de las ínsulas de Landas, la más apartada, a cambio de la rendición incruenta del reino Arábigo. Así podrán concentrarse en la conquista de Sansueña, que se presenta dura y áspera.

jueves, 3 de marzo de 2011

Libro IV, Capítulo 132 (1 de 3)

Agrajes le agradece a Balán su ayuda pero en un largo, farragoso y enrevesado discurso justifica a su primo por la muerte de Famongomadán, aplaude las acciones de Balán para honrar la memoria de su padre y le felicita por haber zanjado el asunto al reconciliarse con Amadís.
Balán le responde que, aunque no necesitaba ningún amonestamiento, le agradece a Agrajes que lo haya hecho (suena un poco irónico, ¿no?) y ya que su objetivo inmediato es hacer causa común en la conquista del reino Arábigo lo mejor será olvidar las afrentas pasadas.
Galvanes propone que todo el mundo vuelva a sus respectivas tiendas para cenar y dormir y dejar para mañana siguiente la deliberación sobre lo que hay que hacer. Juntos quedan Galvanes, Galaor y Balán que cenan en amigable compañía. Tras la cena Galaor se retira a dormir a su tienda. 
A la mañana siguiente, Balán le propone un paseo a caballo a Galvanes para ver el sitio y estudiar los puntos más débiles de la fortificación. Galvanes invita a Galaor a que se una a ellos. Circundan la ciudad y ven que comprueban que está fuertemente defendida con altas torres y recios muros, como corresponde a la capital del reino.
Tras la inspección ponen en común sus impresiones. Galaor opina que la fortaleza viene principalmente del corazón de los hombres y no del grosor de sus murallas. Si consiguen doblegar su ánimo, de poco les servirán las barreras físicas. Los tres se acercan al lugar donde están Cuadragante y Bruneo. Todos se acercan a la tienda de Agrajes. Desde allí les sale al encuentro Enil que trae un mensaje de Agrajes para Balán: quiere que el gigante se entreviste con el rey Arábigo que está preso en la tienda de Enil. El rey Arábigo, al conocer la noticia de que Balán está allí, ha solicitado una entrevista con él.
Todos van a la tienda de Enil. Balán entra en ella para ver al prisionero. Mientras, Galaor y Galvanes siguen su camino para reunirse con Bruneo.

martes, 1 de marzo de 2011

Libro IV, Capítulo 131

Cuando se enteraron de la llegada de Balán, los principales caballeros que participaban en al campaña acudieron a darle la bienvenida. Así, llegaron Agrajes, Cuadragante, Bruneo, Angriote, Gavarte del Val Temeroso, Brián de Monjaste y otros muchos caballeros de gran prez. Balán había sido alojado en la tienda de Galvanes que era la más rica y bien obrada de cuantas había en el real. Era la tienda de Madasima que la había heredado de su padre Famongomadán. El gigante la montaba una vez al año en una vega frente a su castillo. Allí se sentaba en un rico estrado y recibía el homenaje de sus súbditos. Sus vasallos desfilaban ante él y le besaban la mano como si fuera el rey de Gran Bretaña. Tanto le dominaron estas ínfulas de grandeza que exigió a Lisuarte la mano de Oriana para su hijo Bagasante. En el Libro II se cuenta con detalle cuán desastrosamente acabó todo: con la muerte de Famongomadán y de Bagasante a manos de Amadís.
Balán recibe a los caballeros desarmado y vestido con una capa jalde con rosas de oro bordadas. Causa una gran impresión entre los presentes pues es grande, hermoso, todavía joven y distinto a otros gigantes que son de natural desabridos y soberbios. Enseguida se gana el aprecio de sus nuevos aliados que ya conocían su gran fama de gran guerrero.
Balán toma la palabra y les dice a los caballeros que no se sorprendan de verle allí como aliado. Algo ha ocurrido que le ha empujado a ponerse de su lado. Les recuerda que su padre, Madanfabul, murió a manos de Amadís durante la guerra entre Cildadán y Lisuarte. Esa era la razón por la que juró vengarse de Amadís. El destino había conducido a Amadís a su señorío. Se habían enfrentado y Balán había sido vencido pero tratado con la mayor cortesía. Así, esa enemistad de años se había trocado en amistad verdadera. Y en honor a esa nueva amistad había venido a ayudarlos en su campaña bélica. Los caballeros insulofirmeños ya conocían algo del combate entre Balán y Amadís gracias a los informes de Gandalín. Ahora Balán les ofrece los detalles que aún desconocían.