viernes, 24 de septiembre de 2010

Libro IV, Capítulo 110 (2 de 5)

El escudero vuelve junto a su amo Gasquilán con la conformidad de Amadís. El rey de Suesa reclama sus armas: sobreseñales y sobrevistas de campo pardillo y con grifos dorados, yelmo y escudo, de acero limpio. En medio del escudo lleva un grifo sujeto por clavos dorados y guarnecido de perlas y piedras preciosas. El grifo estruja un corazón entre sus garras. Representa la esquivez y crueldad de su amada. Gasquilán pide permiso a Patín para tener la justa con Amadís antes de la batalla. Se jacta de que le vencerá fácilmente en el primer encuentro. Patín, que ya conoce la fortaleza de Amadís en carne propia, duda en su interior de las petulantes palabras de Gasquilán.
Comienza el duelo. Ambos caballeros cabalgan, lanza en ristre, uno contra otro. El choque es brutal. Rompen sus lanzas y chocan sus escudos con tanta violencia que Gasquilán cae al suelo cuan largo es, con tan mala fortuna que se parte el brazo y queda inconsciente en el suelo, como muerto. En el choque, el caballo de Amadís se parte el espinazo y nuestro héroe tiene que poner pie a tierra. Se acerca a Gasquilán para comprobar si está vivo o muerto.
Patín, que contempla el resultado de la justa a distancia, cree que Gasquilán ha muerto y ordena a Floyán que ataque con su escuadra. Cuadragante, en cuanto advierte el movimiento de los romanos, ordena a sus hombres que avanzen para defender a Amadís y que maten sin piedad a los adversarios. Gandalín, que ve a Amadís a punto de ser embestido por los romanos, se lanza en su auxilio. El primer romano con quien se topa es el mismo Floyán. Lo derriba y el romano cae al suelo. Gandalín, aunque pierde los estribos, consigue mantenerse a caballo. Llegan más romanos, en gran número, y consiguen rescatar a Gasquilán que ya había recobrado el sentido. También le dan otro caballo a Floyán. Cuadragante, por su parte,  en su contraataque, derriba a cuatro contrarios. Del primero que vence toma el caballo y se lo cede a Amadís. Acompañan a Cuadragante Gavarte del Val Temeroso y Landín, que hacen gran destrozo entre las filas romanas. El griterío y el ruido es tan ensordecedor que no se oyen unos a otros. Se ven caballos sin  jinete y caballeros tendidos en el suelo, muertos o malheridos... Floyán en cuanto se ve de nuevo a caballo y armado, deseoso de ganar honra y vengar a su hermano Salustanquidio, se lanza de nuevo al fragor del combate.

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