jueves, 9 de septiembre de 2010

Libro IV, Capítulo 107 (1 de 2)

Perión, hombre sensato y celoso guardián de su honra, había sido puesto en la tesitura de defender a su hijo del ataque de Lisuarte. Sabía que Lisuarte era un hombre enconado en sus venganzas. Por tanto, dispuso de agentes secretos que le informaran de los movimientos de las tropas enemigas.
Además se reunió con sus capitanes y los caballeros da más linaje para que todos juntos se ejercitaran con las tropas, como preparación al gran combate que se avecinaba. Todos los hombres lo hicieron gustosos conocedores de estar dirigidos por un gran general
Dieron comienzo las maniobras. El real fue levantado. Perión cabalgaba en medio de su ejercito flanqueado por tres escuderos armados y diez pajes a caballo. Perión ya era mayor, de pelo y barba canos y rostro rubicundo por el esfuerzo y la emoción de la inminente batalla. Su entusiasmo se contagiaba a sus hombres y les infundía valor y confianza.

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