martes, 22 de febrero de 2011

Libro IV, Capítulo 130 (5 de 10)

Tras entrar en la ermita, Amadís y Grasandor descansan exhaustos en un poyete de piedra. Una vez recuperados se levantan para contemplar la bella imagen. Ven las letras. Amadís que conoce el griego gracias a las enseñanzas de Helisabad, va traduciendo el texto. Amadís, debido a sus andanzas, es políglota. Por ejemplo, domina el alemán. Amadís lee en voz alta la inscripción: "La isla florecerá y será señoreada por un poderoso rey y una señora dueña de otros reinos y caballeros..." [...]
Amadís le dice a Grasandor que se trata de una antigua profecía pero calla su creencia de que tal vez se refiera a él y a Oriana.
Reanudan la ascensión con la idea de alcanzar la cima antes de que caiga la noche. No lo consiguen. Tienen que acampar bajo una peña. Pasan la noche charlando de sus asuntos, de sus esposas, de sus amigos,... El deseo de Amadís es acudir en ayuda de sus amigos Cuadragante, Bruneo y Agrajes, pero teme disgustar a su esposa. Grasandor le recuerda que ya la dejó muy preocupada tras su precipitada marcha con Darioleta. Es mejor, pues, que vuelva primero a la Ínsula Firme y tranquilice y conforte a su esposa. Amadís acepta su consejo.
Llega el alba. Prosiguen la marcha. Ya queda poco. Llegan por fin a la cima. Encuentran un extenso llano con varios edificios en ruinas. Encuentran un hermoso arco semiderruido con una imagen tallada en piedra de una doncella. En la mano izquierda lleva una péndola y en la izquierda, una tabilla con algo escrito. Es un rótulo escrito en griego que dice: "La verdadera sabiduría es la que sirve ante los dioses. La que sólo sirve ante los hombres es sólo vanidad". Amadís se lo traduce a Grasandor. Luego, reflexiona en voz alta sobre lo poco que aprovechan los hombres los dones que Dios les da. Se pierden en asuntos mundanos y terrenales y descuidan lo prioritario: alcanzar la salvación. 
Atraviesan el arco y entran en un corral donde hay varias fuentes. Junto a ellas, las ruinas de varios edificios. Entre las ruinas descubren varios orificios: las madrigueras de las sierpes.
Avanzan entre las ruinas, escudo en mano. Atraviesan el corral y llegan a una gran sala abovedada.

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