domingo, 30 de enero de 2011

Libro IV, Capítulo 129 (1 de 6)

Darioleta, al ver a Amadís sitiado y al borde de la muerte, se entristece y desespera y maldice su desventura voz en grito. Se acusa de haber llevado a una muerte segura al mejor caballero del mundo. ¿Cómo podrá presentarse ante sus padres y hermanos? De nada valdrán los servicios prestados antes. ¿Por qué no le permitió que reuniera un grupo de caballeros en la Ínsula Firme para que le ayudaran en esta situación? Hizo las cosas con el arrebatamiento y la liviandad propias de su femenina condición.
Así estaba lamentando su suerte en los soportales del templo. Ya ve muerto a Amadís y presos de por vida a su marido e hija. Amadís la ve llorar desesperada desde la angostura donde se ha apostado y se apiada de ella. Siente como la furia le crece en su interior hasta exasperarle. Piensa que si ataca ahora a sus sitiadores tendrá más posibilidades que si espera a la mañana siguiente. Agarra la espada y embraza el escudo y se dispone a salir. El caballero-gobernador, que está pendiente de su movimientos, adivina sus intenciones. Se acerca a él y le ruega que no ataque a sus enemigos. Le cuenta la conversación que ha tenido con Bravor. Ha conseguido una tregua hasta el día siguiente. El caballero-gobernador espera que para entonces Balán se haya recuperado. Está convencido de que el gigante mantendrá su palabra. Amadís acepta el consejo y desiste de su idea de luchar. Esperará la llegada del nuevo día.
Mientras Balán sigue semiinconciente. Recupera un tanto el sentido pero no puede hablar. Solo acierta a señalarse el pecho con gesto de gran dolor. Sus médicos lo examinan y le aplican varios remedios. La evolución del paciente s buena y antes del alba recupera el habla. Pregunta donde está. Le dicen que en su cama. No recuerda como acabó el combate. Tras un momento de vacilación, le cuentan que ocurrió, pues nadie se atreve a ocultarle la verdad. También le cuentan en que situación tienen a Amadís, cercado en un extremo de la plaza. Esperan que el gigante decida su suerte. Balán ordena que levanten el cerco y lo dejen libre. Balán llama a su hijo y le echa en cara de forma desabrida que no haya respetado su palabra. Preferiría verse muerto antes que deshonrado.

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