sábado, 15 de enero de 2011

Libro IV, Capítulo 126 (2 de 3)

Urganda habla con Esplandián. Le encomienda a los dos donceles, Talanque hijo de Galaor y Maneli, hijo de Cildadán. Le serán imprescindibles en sus futuras aventuras. Y le regala la sierpe que guarda en su interior el caballo y las armas que usará cuando sea caballero y le servirá como nave y refugio para evitar tempestades y adversidades. Por su causa, en el futuro Esplandián será conocido como el "Caballero de la Gran Serpiente". Luego le dice una profecía acerca de las letras que lleva grabadas en su costado izquierdo y sobre la batalla librada de la bandada de cuervos contra el aguilucho y la intervención del halcón neblí.
Por último, Urganda se dirige al resto de damas y caballeros para despedirse. Promete volver cuando nombren caballeros a Esplandián y a sus dos nuevos compañeros y hacer nuevos vaticinios. Les deja sendos anillos a Oriana y Amadís para que les protejan de los encantamientos de Arcalaus, que sigue preso. Le encomienda a amadís que no lo mate, que lo mantenga prisionero en jaula de hierro para que así muera muchas veces y pague sus maldades.
Amadís quiere agradecerle sus favores de algún modo. Ella le responde que ya se sintió recompensada cuando Amadís le devolvió sano y salvo a su amado caballero (en el castillo de la Calzada, cuando armó caballero a Galaor).
Urganda monta en su palafrén y cabalga hacia el batel donde le esperan los enanos. Navegan hacia la sierpe y se introducen en ella. Surge un humo tan negro que nada se divisa en cuatro días. Cuando se disipa, la sierpe sigue ahí, pero Urganda ya se ha marchado.

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