miércoles, 19 de enero de 2011

Libro IV, Capítulo 127 (1 de 3)

Amadís y Oriana se quedan al fin juntos en la Ínsula Firme disfrutando de su mutua compañía. Pasan los días en agradable deleite. Pero al cabo de un tiempo, Amadís comienza a añorar su época aventurera. Le pide licencia a su esposa para reanudar sus andanzas. Obviamente Oriana no quiere que la vuelva a dejar sola e intenta por todos los medios quitarle la idea de la cabeza. Amadís, por complacer a su gran amor, accede a quedarse hasta saber noticias de sus amigos. Para entretenerse en tan tediosa espera se dedica a actividades cinegéticas. sale de caza acompañado de Grasandor por los montes de la Ínsula Firme que están llenos de venados, osos, jabalíes y aves de río. Durante un tiempo se acomoda a esta situación.
Un día, Amadís está apostado en la falda de una montaña cercana a la costa a la espera de su presa. Está acompañado por uno de sus perros, un fiel animal que aprecia mucho. De pronto divisa un batel a lo lejos que se dirige a la costa en su dirección. Cuando el bote se acerca, Amadís consigue distinguir a dos personas en él: un hombre y una mujer. Amadís, sospechando un asunto interesante, abandona su puesto y baja a la playa con su perro. Llega al mismo tiempo que el batel y ve como la pareja arrastra el cuerpo de un caballero muerto completamente armado y lo depositan sobre la arena de la playa. Amadís les pregunta quien es el muerto y quien lo ha matado. La dama reconoce a Amadís a pesar de su traje de caza. Se postra ante él y le pide que la socorra. Es Darioleta, la antigua doncella de su madre, la que la asistió en el parto, la que colocó al pequeño Amadís en el arca y luego lo arrojó al río. Amadís le aparta del rostro sus blancos cabellos y le pregunta como puede ayudarla. Darioleta le pide que suba con ella al batel y le contará sus cuitas durante el trayecto.

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