jueves, 10 de marzo de 2011

¡ÚLTIMO CAPÍTULO! Libro IV, Capítulo 133 (1 de 7)

Después de asistir a las bodas de sus hijas, el rey Lisuarte regresó a su reino. Se dirigió a Fenusa, puerto de mar con feraces cotos de caza donde solía holgar con frecuencia. Allí pasó un tiempo recuperándose de los trabajos pasados. Dedicaba sus momentos de ocio a la caza y otros placenteros entretenimientos. Pero pronto se cansó de estas actividades. El recuerdo de tiempos pasados le obsesionaba. Recordaba aquella época cuando su corte acogía a la flor y nata de la caballería, lo que redundaba para él en fama mundial, honor y loores. Y aunque su edad y su cuerpo ya le demandaban sosiego, no ocurría lo mismo con su mente, acostumbrada a esas glorias y halagos. Comparaba los triunfos pasados con la amargura actual hasta trastornarse y deprimirse. Y lo que más le hundía su ánimo era constatar cuanto había menoscabado su honra su enfrentamiento con Amadís y como era vox populi que lo había resuelto más por necesidad que por virtud. La depresión le tornó en un ser triste, meditabundo y huraño.
Tenía por costumbre, tras la misa matutina de rigor, salir de caza por el bosque acompañado por un único ballestero. Un día, en su acostumbrada salida, se encuentran con una doncella que huye montada en un palafrén y dando gritos de auxilio. Se acercan a ella para ver que le pasa. Ella le pide a Lisuarte ayuda para su hermana porque un hombre quiere violarla. El rey le pide que les guíe hasta donde está ella. Cabalgan rápidamente y dejan atrás al ballestero que va a pie. Al cabo de un rato llegan a un lugar donde un hombre tiene sujeta de los cabellos a una doncella e intenta derribarla.

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