viernes, 4 de marzo de 2011

Libro IV, Capítulo 132 (2 de 3)

Balán encuentra al rey Arábigo vestido con ricos paños y tapetes pero cargado de grilletes, tan pesados que le impiden dar un solo paso. Balán se arrodilla ante el rey y quiere besarle la mano. El rey se lo impide y lo levanta (¿de qué me suena esto?) y le abraza emocionado. 
El rey Arábigo recuerda entre sollozos lo imponente que era antaño cuando visitaba al padre de Balán, para verse ahora vencido y preso. El rey termina por callarse, embargado por la emoción y el llanto.
Balán le dice que comprende el abatimiento que siente al verse en esta situación. Él mismo podría sentirse igual, pues después de haber jurado venganza contra el caballero que mató a su padre, se ha visto derrotado y sometido por esa mismo hombre. Pero a pesar de todo, lo ha podido enmendar un tanto, pues se han convertido en aliados leales e, incluso, en amigos. Le recomienda al rey que intente llegar a algún tipo de concordia.
El rey le contesta que perdiendo su reino no va a conseguir concordia. Balán le responde que debe contentarse con lo que buenamente pueda obtener.
El rey Arábigo prefiere la muerte antes de verse menguado y deshonrado. Balán opina que la muerte es lo único que no tiene remedio. Si vive, siempre tendrá la oportunidad de resarcirse de tanta pérdida.
El rey Arábigo se convence. Le pide al gigante que le asesore sobre la actitud que debe adoptar. Balán acepta ayudarle. Se despide del rey y vuelve con Enil a la tienda de Bruneo. Allí lo encuentra en compañía de Galaor, Galvanes, Agrajes y otros muchos caballeros. Les cuenta su conversación con el rey Arábigo. Avisan a Brián, Cuadragante y Angriote. Una vez todos reunidos, Balán les cuenta detalladamente su charla con el rey prisionero. Les propone que le cedan al rey una de las ínsulas de Landas, la más apartada, a cambio de la rendición incruenta del reino Arábigo. Así podrán concentrarse en la conquista de Sansueña, que se presenta dura y áspera.

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