miércoles, 6 de enero de 2010

Libro II, Capítulo 62

El día siguiente es el acordado para el combate entre Bruneo de Bonamar y el hermano de la doncella alta. Éste se llama Madamán el Envidioso. Ambos acuden al campo flanqueados por jueces y camaradas. La lucha comienza: parten lanzas en el primer choque. Madamán cae al suelo. Bruneo resulta herido de levedad en el pecho porque la lanza de su contrario le atraviesa el escudo. Madamán le pide que descabalgue para combatir en igualdad. Bruneo accede. Continúan la encarnizada lucha. Destrozan escudos y armaduras y se hieren varias veces. Ambos sangran profusamente. A la vez, sus caballos, que han quedado sueltos, se enzarzan en una pelea a bocados y coces, tan encarnizada que el caballo de Madamán termina por huir fuera del cercado del campo de justa. Bruneo consigue una cierta ventaja sobre Madamán. Éste propone una pausa para restañar heridas y recuperar fuerzas. Bruneo se niega y le ataca con mayor denuedo. Madamán a duras penas contiene su ataque. Madamán se va retirando, corre hacia la costa y llega al borde de un acantilado. Bruneo le persigue y le empuja. Madamán, despeñado, muere. Su hermana Matalesa, la doncella alta, corre desesperada hasta allí. Recoge la espada de su hermano, se la clava, muere y cae también por el acantilado. Llevan a Bruneo en loor de multitud hasta la posada de Amadís. Allí le curan y recibe la visita de caballeros, doncellas y dueñas.
Briolanja decide volver a su reino para ocuparse de sus asuntos. Antes pasará por la Ínsula Firme para probarse en la Cámara Defendida. Enil la acompañará.
[...]
Historia del rey Lisuarte: Cuando era joven infante, sin reino ni fortuna, viajó por el mundo en busca de aventuras. De paso por Dinamarca conoció a Brisena, princesa de aquel reino. Se enamoraron y se casaron. Tiempo después heredó el reino de Gran Bretaña al morir su tío Falangriz sin descendencia. Pasan los años y consigue atraer a su reino a la flor y nata de la caballería andante: Amadís, Galaor y los demás. Así consigue acrecentar su reino en tierras, honores y prestigio. Pero no todo iban a ser buenaventuras en su reinado: Lisuarte tenía dos ancianos consejeros, cuñados, que ya habían asesorado al viejo rey Falangriz. Se llamaban Brocadán y Gandadel. Éste último tenía dos hijos, caballeros apreciados por su valía en la corte hasta la llegada de Amadís y sus hermanos que oscurecieron sus méritos. Por esta razón, su padre ideó un plan para conseguir que los rivales de sus hijos se marcharan del reino. Habló con el rey sobre Amadís: aunque era caballero de gran mérito y había completado numerosos y buenos servicios en favor del reino, no debían olvidar que se trataba del hijo del Rey de Gaula, reino tradicionalmente enemigo de la Gran Bretaña. Tener a Amadís y sus hermanos en el corazón del reino era un riesgo que no debía correr.
Lisuarte no queda muy convencido, pero Gandandel habla con su cuñado Brocadán para que lo apoye. La sospecha prende en el ánimo de Lisuarte, que olvida como Galaor le salvó de Arcaláus o Amadís de Madanfabul. Deja de visitar a Amadís en su convalecencia.
Lisuarte se reune con Madasima y sus doncellas y con el viejo gigante Andaguel, sus hijos y los nueve caballeros. Todos ellos eran sus rehenes. Lisuarte exige que le entreguen la ínsula Mongaza, tal como se había acordado. Andaguel accede. Madasima permanecerá como rehén hasta que se resuelva el pleito. La doncella es escoltada por varios caballeros, entre otros, Galvanes sin Tierra que termina enamorándose de ella. Le pide en matrimonio y ella acepta. Galvanes se lo cuenta a Amadís y éste se ofrece para mediar por ellos ante Lisuarte: quizás consiga que les ceda el señorío de la isla de Mogaza aunque sea sujetos a vasallaje a Gran Bretaña. Entre tanto, Gandandel prosigue en su labor de zapa para lograr que el rey desconfíe totalmente de Amadís y de sus hermanos.
Una vez repuesto de sus heridas, Amadís se dirige al palacio. Gandandel no ha logrado su objetivo por completo, pero el rey se resiste a recibir a Amadís. Ante su insistencia, Lisuarte accede a recibirlo, pero en presencia de Gandandel y Brocadán. Amadís no sospecha que ambos consejeros solo quieren su desgracia. Amadís le pide la cesión del señorío de Mongaza para Galvanes y Madasima. Lisuarte le responde que ya se la ha prometido a su hija Leonoreta. Amadís le pide que libere a Madasima para que pueda casarse con Galvanes y que él les cederá su Ínsula Firme hasta que obtengan un destino mejor. El rey contesta que no tiene intención de liberarla y que, si le viene en gana, la ajusticiará. Amadís le pide mesura en sus respuestas. El rey responde que si no se encuentra a gusto en su corte puede partir en busca de lugares más acogedores. La ingratitud del rey es una bofetada para Amadís. Le dice que si no le place su presencia, se marchará a otras tierras. El rey se retira con sus consejeros, que lo adulan y felicitan por su actitud. Cuando se lo cuenta a su esposa, Brisena muestra su descuerdo e intenta favorecer a Amadís sin conseguirlo.
Amadís concierta una cita con Oriana por mediación de Mabilia. También convoca a sus camaradas. Por la noche se reúne con Oriana y se aman. Luego, mientras descansan en el lecho, le cuenta lo ocurrido y su decisión de irse. Oriana se entristece pensando en la gran pérdida que supone para los caballeros del rey. Al día sigiente se reúne con sus compañeros y les cuenta el conflicto con el rey y su decisión de partir. Angriote sospecha de los viejos consejeros como inductores del enfado real. Se lo dice a Amadís y le propone que se enfrenten a ellos y a sus hijos. Amadís no se lo permite. Angriote se reprime. Amadís dice que piensa despedirse de los reyes y marchar a la Ínsula Firme, donde nada le faltará. Les dice que también lo recibirán con alegría en la Gaula, el reino de su padre, o en Escocia, de su primo Agrajes, o en el reino de Briolanja, como corrobora el caballero Tantiles, mayordomo y gobernador de Sobradisa. Cuadragante le dice que le acompañarán los caballeros que le quieren bien. En cierto momento, Lisuarte pasa cerca del lugar donde están reunidos. Va de caza con Gandandel, pero no les dirige la palabra, no les mira a la cara, sigue su camino como si tal cosa.

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