martes, 25 de mayo de 2010

Libro IV, Capítulo 82

La batalla naval acabó. Salustanquidio ha muerto. Brojandel de Roca, el arzobispo de Talancia, el duque de Ancona y otros notables romanos han sido hechos prisioneros. En la nave donde Salustanquidio yace muerto, sus soldados y amigos manifiestan su duelo estentóreamente. Los hombres de Agrajes que los custodian no saben como acallar el bullicio. Amadís ordena colocar el cadáver en un arca y sepultarlo. También decide perdonar la vida a los vencidos. El murmullo de los llantos llega a la nave de Oriana. Allí está Sardamira que desconocía la suerte de Salustanquidio. Al enterarse, llora desconsolada y se lamenta con grandes voces. Oriana, que le ha perdonado por su actuación en la misión imperial y que, en el fondo, la aprecia, llama a Mabilia para que intente consolar a la reina. Mabilia habla con ella, y aunque no logra mitigar su dolor, le asegura que Oriana velará por ella salvaguardando su integridad física y su honor.

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