domingo, 30 de enero de 2011

Libro IV, Capítulo 129 (1 de 6)

Darioleta, al ver a Amadís sitiado y al borde de la muerte, se entristece y desespera y maldice su desventura voz en grito. Se acusa de haber llevado a una muerte segura al mejor caballero del mundo. ¿Cómo podrá presentarse ante sus padres y hermanos? De nada valdrán los servicios prestados antes. ¿Por qué no le permitió que reuniera un grupo de caballeros en la Ínsula Firme para que le ayudaran en esta situación? Hizo las cosas con el arrebatamiento y la liviandad propias de su femenina condición.
Así estaba lamentando su suerte en los soportales del templo. Ya ve muerto a Amadís y presos de por vida a su marido e hija. Amadís la ve llorar desesperada desde la angostura donde se ha apostado y se apiada de ella. Siente como la furia le crece en su interior hasta exasperarle. Piensa que si ataca ahora a sus sitiadores tendrá más posibilidades que si espera a la mañana siguiente. Agarra la espada y embraza el escudo y se dispone a salir. El caballero-gobernador, que está pendiente de su movimientos, adivina sus intenciones. Se acerca a él y le ruega que no ataque a sus enemigos. Le cuenta la conversación que ha tenido con Bravor. Ha conseguido una tregua hasta el día siguiente. El caballero-gobernador espera que para entonces Balán se haya recuperado. Está convencido de que el gigante mantendrá su palabra. Amadís acepta el consejo y desiste de su idea de luchar. Esperará la llegada del nuevo día.
Mientras Balán sigue semiinconciente. Recupera un tanto el sentido pero no puede hablar. Solo acierta a señalarse el pecho con gesto de gran dolor. Sus médicos lo examinan y le aplican varios remedios. La evolución del paciente s buena y antes del alba recupera el habla. Pregunta donde está. Le dicen que en su cama. No recuerda como acabó el combate. Tras un momento de vacilación, le cuentan que ocurrió, pues nadie se atreve a ocultarle la verdad. También le cuentan en que situación tienen a Amadís, cercado en un extremo de la plaza. Esperan que el gigante decida su suerte. Balán ordena que levanten el cerco y lo dejen libre. Balán llama a su hijo y le echa en cara de forma desabrida que no haya respetado su palabra. Preferiría verse muerto antes que deshonrado.

sábado, 29 de enero de 2011

Libro IV, Capítulo 128 (5 de 5)

Del castillo sale el hijo de Balán acompañado por treinta hombres armados gritando mueras al traidor. Amadís se retira a un extremo de la plaza donde hay un angosto paso entre peñas y se parapeta allí tras el escudo del gigante.
Tres de los soldados se adelantan. Le arrojan sus lanzas que no le hieren gracias al enorme escudo que le cubre cuerpo y piernas. El primer atacante avanza espada en mano pero Amadís le da tal espadazo que le parte la cabeza en dos.
Llega el segundo soldado. Recibe un golpe de espada sobre el hombro y a un lado cae su brazo y al otro cae el hombre, muerto. El resto de soldados, al ver el destino de sus compañeros, se mantienen a distancia arrojándole saetas, piedras y lanzas. Amadís se mantiene firme en su posición bien protegido por el escudo.
Mientras tanto, los servidores de Balán han llevado al gigante al interior del castillo. Balán sigue inconsciente, como muerto.
Más soldados llegan y acosan a Amadís. Los recién llegados no han visto como Amadís acabó con los dos primeros y le atacan temerariamente.
Al primero que llega, Amadís le cercena la cabeza de un solo tajo. El resto, atemorizado, se repliega a posiciones más seguras. Desde allí continúan arrojándole innumerables saetas y piedras.
El caballero-gobernador intercede por Amadís ante Bravor, el hijo de Balán, y le echa en cara que no respete la palabra dada por su padre. Bravor no soporta ver morir a su padre y no poder vengarlo. El caballero-gobernador le responde que su padre no está muerto porque Amadís no quiso rematarlo, debido al aprecio que siente por Gandalac. El joven no sabe que hacer. El caballero le propone que mantenga cercado a Amadís sin hacerle daño hasta ver la evolución de Balán. Podrá decidir su suerte al día siguiente. Bravor le pide consejo a su madre y a su abuela que le dicen que mantenga a Amadís vivo hasta ver como evoluciona Balán que se va recuperando poco a poco pero sigue semiinconsciente. La madre de Bravor sospecha que el caballero de la Ínsula Firme es Galaor o alguno de sus hermanos. Bravor, por fin, acepta la propuesta del caballero. Ordena a sus hombres que mantengan sitiado a Amadís pero sin atacarle hasta nueva orden.

Amadís pasa la noche en vela, espada en mano, esperando la muerte. Piensa que los hombres de Balán no respetarán su palabra. Encomienda su destino a Dios.

viernes, 28 de enero de 2011

Libro IV, capítulo 128 (4 de 5)

Balán se abalanza sobre Amadís con toda su fuerza pero con la lanza un poco baja. Su lanza impacta en la cabeza del caballo de Amadís y la introduce hasta el pescuezo. Amadís, por su parte, acierta en pleno centro del escudo de su rival y lo descabalga. El caballo de Amadís cae muerto al suelo. Aunque Amadís tiene la pierna atrapada bajo el caballo, se libera rápidamente y se levanta. Balán también se ha puesto en pie, pero está algo aturdido. El lanzazo de Amadís ha sido tan certero y potente que le ha golpeado en el centro del pecho, magullando la carne y quebrando las ternillas.

Se enfrentan a pie, espada en mano. Amadís se protege con el escudo, pero el gigante se lanza sobre él brazo en alto. Ésto lo hace tanto por su soberbia y exceso de bravura como por el intenso dolor que siente en el pecho. Amadís, que lo ve venir de esa guisa, comprende que lo ha lesionado en el encontronazo. Levanta su escudo para protegerse de un golpe desde arriba del gigante.Balán descarga el golpe con toda su fuerza y corta el escudo de arriba a abajo y un tercio del mismo cae al suelo. Lo mismo le hubiera ocurrido al brazo de Amadís si el golpe hubiera sido más centrado. Amadís no se arredra y contrataca antes de que el gigante se retire. Le hiere junto al codo, corta la gruesa malla y le hiere la carne hasta la canilla. Balán, dolido del golpe, retrocede pero Amadís insiste en su ataque. Le lanza un golpe a lo alto del yelmo que hace saltar chispas como llamaradas. Es tan fuerte que deforma el yelmo y dificulta la visión al gigante.

El caballero-gobernador, viendo como lucha Amadís, se maravilla y asombra. No deja de santiguarse diciendo "¿De dónde ha salido este diablo?". Darioleta le responde que si hubiera más diablos como éste, no habría cuitados ni desvalidos ante los soberbios del mundo.

Balán intenta enderezarse el yelmo. Su brazo derecho está tan débil que apenas puede sostener la espada. Retrocede un poco más. Amadís persiste en su ataque. Lanza un nuevo golpe a la cabeza del su rival. El gigante adivina su intención y se protege con el escudo. La espada corta el escudo hasta la mitad y queda allí trabada. Balán contagolpea con su espada, pero, con su brazo derecho malherido, solo consigue un débil e inocuo golpe.

Amadís intenta desenclavar su espada y tira de ella denodadamente. Balán, por su parte, tira del escudo. En un esfuerzo supremo, Amadís rompe las correas que sujetan el escudo al brazo del gigante y se lleva espada y escudo. En esas condiciones no puede utilizar su espada. El gigante cambia la espada de mano y se lanza en fiero contrataque. Amadís se cubre ágilmente con su escudo pero no puede evitar que algunos golpes le alcancen la loriga y le hieran la carne. Ciertamente, si Balán atacara con su brazo derecho, Amadís estaría en una situación muy comprometida. Pero al usar el brazo izquierdo, sus golpes, aunque muy potentes, son poco atinados. Golpea en falso en varias ocasiones. Amadís intenta liberar su espada: retrocede con rapidez unos pasos, arroja su escudo hacia el gigante, pone el escudo de Balán en el suelo y apoyando sus pies en él, tira con todas sus fuerzas de la espada hasta desenclavarla.

Mientras, Balán ha recogido el escudo de Amadís. Es lo suficientemente liviano como para poder manejarlo con su brazo derecho. La herida del codo es importante, ha perdido mucha sangre. Y el golpe en el pecho, muy doloroso, le hace perder el resuello.

Amadís con su espada ya libre y cubierto con el escudo del gigante reanuda su ataque. Balán ve que el combate se está decantado a favor de su rival y se defiende a duras penas. Pero el dolor que siente en el pecho es tan fuerte que pierde el conocimiento y cae desvanecido al suelo.

La gente del alcázar cree que Balán ha muerto y clama venganza. Amadía le retira el yelmo y con la punta de la espada en el cuello le exige que repare el daño causado a Darioleta. Pero Balán sigue inconsciente.

Llega el caballero-gobernador y pregunta si el gigante está muerto. Amadís cree que no. El caballero-gobernador le pide que no lo mate tanto por seguridad del propio Amadís como para que Balán pueda reparar el agravio a Darioleta. Amadís está de acuerdo con él.

jueves, 27 de enero de 2011

Libro IV, Capítulo 128 (3 de 5)

Balán se ríe en su cara y le augura una rápida muerte como castigo a su ignorante temeridad. Amadís le responde que no ignora que se trata de uno de los gigantes más fuertes y temibles del mundo, pero ha venido a enfrentarse a él porque su honor le obliga a defender a dueñas desvalidas. Aunque por deferencia a algunas personas que le aprecian preferiría no tener que enfrentarse a Balán, le dice que no teme hacerlo en absoluto.
Balán concierta el combate para tres horas más tarde y le proporciona dos buenos caballos y dos lanzas. También le permite comer y descansar. Amadís reconoce su caballerosidad y cortesía y lamenta que ese buen talante no le incline al buen camino. Solo toma un caballo y una lanza. El resto de armas son las del hijo de Darioleta y su propia espada. Las armas del hijo están manchadas con su sangre y espera que es sangre le de fuerzas suficientes para vencer al gigante.
Balán se retira al interior del castillo. Amadís, el caballero-gobernador y el resto de su compaña se quedan en un soportal de la plaza. Allí les llevan comida. Aguardan plácidamente a que llegue la hora del combate. El caballero-gobernador escruta el rostro de Amadís buscando señales de flaqueza. Como no los encuentra, se maravilla cada vez más.
Se acerca la hora. Traen dos caballos y Amadís escoge uno y lo monta. Se sitúa en el centro de la plaza esperando a su rival. Toda la gente de la isla se apelotona alrededor de la plaza. Los adarves y ventanas del castillo están llenos de dueñas y doncellas. De lo alto de la Torre Bermeja suenan tres trompetas. Amadís pregunta por ese sonido. Le explican que es la señal que anuncia la salida de Balán. A Amadís le parece una gran idea, propia de un gran señor. Decide plagiarla y aplicarla en la Ínsula Firme cuando necesite hacer un combate singular de este estilo. Es una forma de enardecer el propio ánimo y acobardar al contrario.
Se abren las puertas del castillo y sale Balán armado y a caballo. Se gritan los desafíos y bravatas de rigor y empieza la justa.

miércoles, 26 de enero de 2011

Libro IV, Capítulo 128 (2 de 5)

Navegan toda la noche y a la mañana del día siguiente llegan a la Ínsula de la Torre Bermeja. A Amadís le parece una hermosa tierra llena de espesas montañas y feraces campos y con un formidable castillo de potentes torres, en especial la más alta y antigua de ellas, la Torre Bermeja, hecha con una rara piedra. Cuenta la leyenda que fue Josefo quien edificó esa torre. Era hijo de José de Arimatea, el que trajo el Santo Grial a Gran Bretaña. Por aquel entonces solo había paganos por estos lares. Josefo pobló la isla con cristianos y construyó la torre para que sirviera de cobijo y protección a sus correligionarios. Luego llegaron los gigantes y se señorearon de la isla y de las adyacentes. De esa manera llegó a manos de Balán. Pero la población siguió siendo cristiana aunque viviera sojuzgados por los gigantes que eran, en su mayor parte, paganos. Los habitantes de la Ínsula de la Torre Bermeja vivían algo mejor ahora porque Balán era un amo tolerante y benévolo y el amor que sentía por su madre lo había inclinado a la ley de Jesucristo.
Amadís le pide al caballero-gobernador que se presente ante Balán y le diga que ha regresado la dueña con un caballero de la Ínsula Firme para vengar la muerte de su hijo y liberar a su marido e hija. El caballero-gobernador lo hace de buen grado.
Balán recibe cordialmente al caballero-gobernador, con quien mantiene unas excelentes relaciones. El caballero-gobernador le explica su encargo. El gigante le pregunta si el caballero de la Ínsula Firme es Amadís o alguno de sus hermanos. El caballero-gobernador no lo sabe, pero le parece un hombre bravo y apuesto. No sabe si le ha traído a la Ínsula de la Torre Bermeja su gran valentía o la ausencia de buen juicio. Balán reitera la promesa que le hizo a la dueña. El caballero-gobernador vuelve al barco y le cuenta lo ocurrido a Amadís. Desembarcan. Amadís le pide al marinero que acompañaba a Darioleta que no desvele su identidad. Suben al castillo. Encuentran al gigante desarmado en la amplia plaza ante el castillo. Balán le pregunta a Darioleta si ha traído algún hijo de Perión. Ella responde que sea quien sea le demandará por el daño que ha causado. Amadís añade que no es necesario que se sepa su nombre. Le exige que repare el mal que ha causado a la dueña o en caso contrario que se prepare para luchar.

Libro IV, Capítulo 128 (1 de 5)

El caballero ordena avituallar el barco generosamente y luego se embarca con Amadís acompañado de algunos de sus hombres. Parten hacia la Ínsula de la Torre Bermeja. Durante el trayecto charlan. El caballero le pregunta su opinión sobre el rey Cildadán. Amadís lo alaba y pondera grandemente. El caballero está de acuerdo con él y lamenta que la fortuna no le haya sido propicia, pues merece algo más que ser vasallo de Lisuarte. Amadís le da la buena noticia del fin de ese vasallaje gracias a su valor y esforzado corazón. Y le cuenta como estuvo presente cuando Lisuarte liberó a Cildadán de su obligación. Luego, Amadís le pide informes sobre Balán. El caballero conoce muy bien a todos los gigantes de la zona y le explica detalladamente la historia de Balán: Es hijo de Madanfabul, que fue muerto por Amadís cuando se llamaba Beltenebros en la guerra que hubo entre Lisuarte y Cildadán. Muchos gigantes participaron en esa contienda en el bando irlandés y muchos murieron en ella. Balán quedó huérfano siendo mancebo. Heredó la Ínsula de la Torre Bermeja, la más fructífera de la zona tanto en frutas como en especias. Por ésta últimas, es visitada con frecuencia por mercaderes, lo que reporta grandes beneficios a las arcas del gigante. Balán es muy distinto a otros gigantes, que son generalmente soberbios y follones. Él, por el contrario, es sosegado, leal y sincero. Este carácter suyo viene por parte materna. Su madre es hermana de Gromadaza, la mujer de Famongomadán del Lago Ferviente. Ambas hermanas eran muy distintas. La madre de Balán era mucho más hermosa. Mientras que Gromadaza era brava y corajuda, su hermana era mansa, virtuosa y humilde.  Al parecer las mujeres feas adquieren un temperamento más varonil siendo más soberbias y desabridas, mientras que las hermosas son más sosegadas y mansas. La madre de Balán se llama Madasima. En su honor le pusieron su nombre a una hija de Famongomadán y Gromadaza, que luego se casó con Galvanes. 
¿Por qué este caballero sabe tanto de todos estos gigantes? También se lo explica a Amadís: el joven Cildadán era un noble infante irlandés sin más posesiones que la Ínsula del Infante. Sin embargo, progresó con rapidez cuando se casó con la hija del rey Abiés. Al morir éste, heredó el trono de Irlanda y nombró a este caballero gobernador de la ínsula. Desde entonces vive en ella cuidando de los asuntos del rey y relacionándose con todos los gigantes que viven en los alrededores.  Por eso sabe que todos ellos guardan en su memoria la muerte de sus familiares en aquella infausta guerra entre Lisuarte y Cildadán y albergan en su interior fuertes deseos de venganza.
Amadís le agradece su prolija información y confiesa que le pesa tener que enfrentarse a un gigante de tan buena condición y carácter. Le pregunta si está casado y tiene hijos. El caballero-gobernador le contesta que sí, está casado con una hija del gigante Gandalac, Señor de la Peña de Galtares, y tiene un hijo de quince años. Ésto último perturba a Amadís, pues sabe cuanto aprecia su hermano Galaor al gigante Gandalac. Le dice al caballero que algunas cosas que le ha contado le hacen dudar de su propósito. El caballero sospecha erróneamente que le flaquea el valor. No es verdad, pues cuando se trata de desfacer entuertos y socorrer a menesterosos nada ni nadie se le puede interponer a Amadís.

martes, 25 de enero de 2011

Libro IV, Capítulo 127 (3 de 3)

Mientras la arrastraban, Darioleta se lamentaba voz en grito:"¡Ójala el rey Perión o alguno de tus hijos estuviera aquí para ayudarnos!". Cuando Balán la oye, le pregunta:"¿Quién es ese Perión? ¿Acaso el padre del famoso Amadís?¿Le conoces?" Cuando Darioleta le respondió afirmativamente, Balán le propuso que fuera en busca de Amadís para defenderla, ya que fue quien mató a su padre Madanfabul y arde en deseos de venganza. Le proporcionó un marinero y un barco y le indicó que se llevara el cuerpo de su hijo para mejor convencer a Amadís. El gigante le prometió que mantendría su palabra en caso de que fuera vencido.
Amadís escucha compungido el desventurado relato de la dueña y confía en Dios para reparar y vengar su pérdida.
Navegan dos días más. Al alba del tercero divisan una pequeña isla por babor. Amadís le pregunta al marinero por ella. Éste le dice que es una pequeña posesión del rey Cildadán llamada la Ínsula del Infante. Amadís decide detenerse en ella para descansar un poco y avituallarse. Nada más desembarcar aparece un caballero que sale a recibirles. Les pregunta quienes son. Amadís le dice que es un caballero está ayudando a la dama que le acompaña. Va a liberar a su familia, presa en la Ínsula de la Torre Bermeja. Su intención es pelear con Balán, señor de aquella tierra. El caballero de la ínsula se ríe desdeñosamente al conocer las intenciones de Amadís. Le aconseja que desista en su empeño: Balán es el guerrero más fuerte del mundo, ni siquiera Amadís con ayuda de sus hermanos Galaor y Florestán podrían con él, cuanto menos un simple caballero como él. 
Amadís le responde que confía en Dios para superar esta prueba y solo le pide al caballero que le suministre algunos víveres.
El caballero no solo le da viandas gustosamente sino que se ofrece para acompañarlos y ver como acaba este conflicto

lunes, 24 de enero de 2011

Libro IV, Capítulo 127 (2 de 3)

Amadís accede a ayudarla, pero como está desarmado y solo dispone de su espada, y si envía a buscar sus armas, Oriana no le permitirá acometer la aventura, se viste con las armas del caballero muerto. Ya se disponían a montar en el batel cuando llega un montero. Amadís le dice que hable con Grasandor y le cuente lo ocurrido para que intente justificarlo ante Oriana. A continuación se embarcan y navegan el resto del día y toda la noche. Mientras, Darioleta le cuenta su historia: Ella y su marido fueron nombrados por Perión gobernadores de la Pequeña Bretaña y allí vivían con sus hijos. Recibieron una carta de Elisena invitándoles a la boda de Amadís y Oriana en la Ínsula Firme. Fletaron una nave y toda la familia y sus sirvientes embarcaron en ella. Al poco de salir les alcanzó una tormenta y se extraviaron. Llegan a una isla y se resguardaron en su puerto. Pronto se vieron rodeados por numerosas embarcaciones y fueron hechos prisioneros. Era la Ínsula de la Torre Bermeja y su señor, el gigante Balán. Fueron llevados a presencia del gigante que les preguntó si había entre ellos algún caballero. El marido de Darioleta respondió que sí. Balán les dijo que tiene por costumbre dar una oportunidad a sus prisioneros. Lucharán en combate singular y si vencen serán todos libres. Si son derrotados, serán prisioneros a perpetuidad. El marido aceptó el reto. Preguntó por las garantías que le daba. El gigante dijo que no había más garantía que su palabra, pero su palabra era Ley. El combate sería en una gran plaza ante las puertas del castillo rodeada de peñas. El hijo de Darioleta le pidió a su padre que le permitiera ser el primero en enfrentarse al gigante. El padre accedió a regañadientes. En la primera justa,Balán le dio tan gran golpe al  hijo que murió él y su caballo. En el turno del padre, éste consiguió acertarle en pleno escudo, pero fue como si hubiera alanzeado una torre, tan fuerte y recio era el gigante. Balán cogió al caballero de un brazo y lo levantó de la silla como si de un niño pequeño se tratara. El gigante ordenó que encerraran al matrimonio y a una hija pequeña y que dejaran el cuerpo del hijo muerto ahí tirado.

miércoles, 19 de enero de 2011

Libro IV, Capítulo 127 (1 de 3)

Amadís y Oriana se quedan al fin juntos en la Ínsula Firme disfrutando de su mutua compañía. Pasan los días en agradable deleite. Pero al cabo de un tiempo, Amadís comienza a añorar su época aventurera. Le pide licencia a su esposa para reanudar sus andanzas. Obviamente Oriana no quiere que la vuelva a dejar sola e intenta por todos los medios quitarle la idea de la cabeza. Amadís, por complacer a su gran amor, accede a quedarse hasta saber noticias de sus amigos. Para entretenerse en tan tediosa espera se dedica a actividades cinegéticas. sale de caza acompañado de Grasandor por los montes de la Ínsula Firme que están llenos de venados, osos, jabalíes y aves de río. Durante un tiempo se acomoda a esta situación.
Un día, Amadís está apostado en la falda de una montaña cercana a la costa a la espera de su presa. Está acompañado por uno de sus perros, un fiel animal que aprecia mucho. De pronto divisa un batel a lo lejos que se dirige a la costa en su dirección. Cuando el bote se acerca, Amadís consigue distinguir a dos personas en él: un hombre y una mujer. Amadís, sospechando un asunto interesante, abandona su puesto y baja a la playa con su perro. Llega al mismo tiempo que el batel y ve como la pareja arrastra el cuerpo de un caballero muerto completamente armado y lo depositan sobre la arena de la playa. Amadís les pregunta quien es el muerto y quien lo ha matado. La dama reconoce a Amadís a pesar de su traje de caza. Se postra ante él y le pide que la socorra. Es Darioleta, la antigua doncella de su madre, la que la asistió en el parto, la que colocó al pequeño Amadís en el arca y luego lo arrojó al río. Amadís le aparta del rostro sus blancos cabellos y le pregunta como puede ayudarla. Darioleta le pide que suba con ella al batel y le contará sus cuitas durante el trayecto.

Libro IV, Capítulo 126 (3 de 3)

Una vez finalizados los festejos de boda, Arquisil decide tornar a Roma. le acompañarán Florestán y sus respectivas esposas. Sardamira se encargará de llevar los cuerpos de Patín, Salustanquidio y Floyán. Amadís libera a todos los prisioneros romanos. Cuando la flota romana, que estaba en Vindilisora, llega a la Ínsula Firme, el Emperador y los suyos emprenden el viaje de vuelta a casa.
El resto de reyes y señores también se preparan para volver a sus países. Antes se reunen para decidir el destino del rey Arábigo, de los caballeros de Sansueña y del resto de prisioneros. Amadís le dice a Lisuarte que si tiene intención de partir pronto, lo haga en cuanto quiera, sin más compromiso. Lisuarte le agradece su hospitalidad pero, efectivamente, desea retornar a Gran Bretaña. Amadís le dice que decidirá sobre el destino de los prisioneros con ayuda de Perión.
Lisuarte, antes de marcharse, se reune con todos los caballeros en la gran sala del alcázar. Ante toda la concurrencia, se dirige a Cildadán. Le agradece su lealtad y sus grandes servicios y, por último, le libera de su compromiso de vasallaje. Cildadán le agradece su gesto y vuelve a comprometerse con Lisuarte, reafirmado su lealtad. Todos alaban la decisión de Lisuarte, sobre todo Cuadragante, que no podía sufrir el ver a su sobrino y rey y a sus compatriotas sometidos a un país extranjero.
Lisuarte le pregunta a Cildadán sobre sus planes. El irlandés le responde que se queda para ayudar a su tío a conquistar el Señorío de Sansueña. Lisuarte le ofrece hombres de apoyo, pero Cildadán declina la oferta, pues piensa que sus hombres son suficientes para este menester.
Lisuarte y su gente se van. Amadís y Oriana los acompañan durante una jornada y luego retornan a la Ínsula Firme. Como el reino Arábigo es colindante con Sansueña, Cuadragante y Bruneo acuerdan ir juntos y ayudarse en sus respectivas conquistas. Galaor y Dragonís deciden ir juntos para conquistar la Profunda Ínsula. Galvanes les ofrece su ayuda y aportará tropas de Mongaza. Se van Galaor, Briolanja, Dragonís, Galvanes y Madasima.
Amadís le pide a Agrajes que se quede con él, pero el escocés decide partir con sus tropas en apoyo de Bruneo. también se apuntan a la expedición Brian y Angriote de Estravaus. Así, Bruneo parte con sus amigos y con tropas de España, Escocia, Irlanda, Bohemia y Gaula, amén de los hombres del marqués de Troque, su padre.
Le piden a Grasandor que se quede con Amadís y le sirva de compañero, cosa que hace con pena, pues su deseo era unirse a los expedicionarios. Pero su estancia en la Ínsula Firme no será ociosa. En colaboración con Amadís hará grandes cosas, como veremos.
Cildadán, que tanto aprecia a Cuadragante, porfía por acompañarle en su empresa, pero su tío no se lo permite y le convence para que vuelva a Irlanda, con su esposa la reina, y para dar las buenas nuevas a sus súbditos.
Gastiles ya había enviado a las tropas imperiales de vuelta a Constantinopla al mando de Saluder. El sobrino del Emperador de Constantinopla se había quedado para ver el final de la aventura e informar cumplidamente y de primera mano a su tío. Ahora le pesa haber despedido a sus tropas y no poder apoyar a Bruneo y Cuadragante. Él mismo se ofrece para luchar junto a ellos. Amadís declina su oferta. Le dice que ya ha hecho mucho por ellos y es preferible que vuelva a Constantinopla para agradecer al Emperador su ayuda y transmitirle la lealtad y gratitud de los insulofirmeños. Le manda recuerdos para Leonoreta y Menoresa y decirles que no olvida su promesa de enviarles un caballero de su linaje para que las sirva. Gastiles se despide y vuelve a su patria.
Perión y su esposa también emprenden el camino de vuelta a Gaula.
Una gran flota parte a la conquista de Sansueña y el reino Arábigo. En la Ínsula Firme quedan Amadís, Oriana, Grasandor, Mabilia, Melicia, Olinda y Grasinda. También lo hacen Esplandián, el rey de Dacia y los otros donceles, a la espera de ser nombrados caballeros.

sábado, 15 de enero de 2011

Libro IV, Capítulo 126 (2 de 3)

Urganda habla con Esplandián. Le encomienda a los dos donceles, Talanque hijo de Galaor y Maneli, hijo de Cildadán. Le serán imprescindibles en sus futuras aventuras. Y le regala la sierpe que guarda en su interior el caballo y las armas que usará cuando sea caballero y le servirá como nave y refugio para evitar tempestades y adversidades. Por su causa, en el futuro Esplandián será conocido como el "Caballero de la Gran Serpiente". Luego le dice una profecía acerca de las letras que lleva grabadas en su costado izquierdo y sobre la batalla librada de la bandada de cuervos contra el aguilucho y la intervención del halcón neblí.
Por último, Urganda se dirige al resto de damas y caballeros para despedirse. Promete volver cuando nombren caballeros a Esplandián y a sus dos nuevos compañeros y hacer nuevos vaticinios. Les deja sendos anillos a Oriana y Amadís para que les protejan de los encantamientos de Arcalaus, que sigue preso. Le encomienda a amadís que no lo mate, que lo mantenga prisionero en jaula de hierro para que así muera muchas veces y pague sus maldades.
Amadís quiere agradecerle sus favores de algún modo. Ella le responde que ya se sintió recompensada cuando Amadís le devolvió sano y salvo a su amado caballero (en el castillo de la Calzada, cuando armó caballero a Galaor).
Urganda monta en su palafrén y cabalga hacia el batel donde le esperan los enanos. Navegan hacia la sierpe y se introducen en ella. Surge un humo tan negro que nada se divisa en cuatro días. Cuando se disipa, la sierpe sigue ahí, pero Urganda ya se ha marchado.

Libro IV, Capítulo 126 (1 de 3)

Pasados los festejos de boda, Urganda convoca a todas las damas, doncellas y caballeros para explicarles su presencia. Los reune en una gran sala del alcázar. Mientras espera a que se haga el silencio, se sitúa al frente de la sala de la mano de sus dos donceles. Inicia el discurso declarándose sabedora de las muchos acontecimientos pasados y si no ha intervenido ha sido para no interferir en los designios divinos. Recuerda como a varios de los presentes les vaticinó lo que les iba a pasar, aunque lo hizo de manera encubierta. Ahora va a desvelar sus acertijos: A Oriana, en Fenusa, le predijo que iba a ser raptada por el León de la Isla Dudada que la devoraría y se saciaría con su carne. Ese león es Amadís, tan fuerte y bravo, que provine de la Ínsula Firme, tan llena de cuevas y escondrijos que bien puede ser llamada la Ínsula Dudada. Efectivamente, Amadís la raptó arrebatándosela a los romanos y ha disfrutado de sus carnes...
A Amadís le dijo durante la batalla contra el rey Ardán que daría su sangre por la ajena. Así fue, pues Amadís luchó en favor de sus amigos Angriote y Arbán de Norgales.
A Lisuarte le recuerda sus profecías sobre Esplandián, criado con tres leches: de leona, oveja y mujer. Le recuerda como le vaticinó que Esplandián pondría paz entre Amadís y Lisuarte. También habla de la profecía que le dijo a Lisuarte cuando el rey entregó a Oriana a los romanos. Pero Urganda no quiere recordarle tanta desgracia y muerte que supuso esa desafortunada decisión y no insiste en rememorarla.
Urganda no sólo recuerda sus vaticinios pasados. También tiene novedades. Coge a sus dos donceles y los presenta: son Maneli el Mesurado y Talanque. Se los presenta especialmente a Galaor y Cildadán sin desvelar, al principio, que son sus hijos. Vaticina sus futuras hazañas que les rehabilitarán de su condición de hijos fuera de matrimonio. También deja entender que ella, Urganda, es estéril.