sábado, 30 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 117 (2 de 7)

Al amanecer, los caballeros del rey Arábigo se preparan para el combate. Pronto están al pie de las murallas forzando los portillos. Tras una resistencia inicial, la debilidad de los defensores se hace patente. Los asaltantes entran en la villa. Los combates se generalizan por las calles de Luvania. Allí luchan Lisuarte y sus hombres. Mujeres y niños les ayudan como pueden arrojando objetos desde las ventanas. El estruendo de voces, lanzazos, cuchilladas y pedradas es enorme y ensordecedor. Lisuarte y sus fieles están acorralados. Ya se ven perdidos pero prefieren morir a ser apresados. Redoblan sus esfuerzos y, por un momento, consiguen contener a los asaltantes.
El rey Arábigo ha entrado en la villa con Arcaláus y los seis caballeros de la Ínsula Sagitaria. Siempre tiene cerca de sí a estos caballeros bravos y esforzados. Para el rey son su salvaguardia. Envía a dos caballeros de la Ínsula Sagitaria por una calle travesera hacia la zona donde luchan Barsiñán y el duque de Bristoya. A los otros cuatro caballeros les ordena que ataquen a Cildadán, que está acompañado de Arquisil, Flamíneo y Norandel. Les dice que el momento de vengar la muerte de Brontajar Danfanía ha llegado. Los cuatro caballeros de la Ínsula Sagitaria se lanzan en tromba espada en mano sobre sus enemigos. El rey Cildadán los ve venir, grandes y desmesurados, y grita a sus compañeros que van a morir pero antes se han de llevar por delante al mayor número de contrarios. El enfrentamiento es de gran dureza. Cildadán se protege con su escudo de un espadazo por encima del yelmo que le propina uno de los caballeros de la Ínsula Sagitaria. El golpe es tremendo y la espada corta el cerco de acero del escudo y se queda trabada. El caballero no puede desenclavar la espada. Tira tan fuerte que le arranca el escudo a Cildadán. Éste contraataca y de un certero golpe le corta la manga de la loriga y le cercena el brazo que cae al suelo con la mano todavía asida a la espada y al escudo de Cildadán. El caballero se retira malherido. Cildadán se vuelve en apoyo a sus compañeros que luchan contra los tres restantes caballeros de la Ínsula Sagitaria.

viernes, 29 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 117 (1 de 7)

Amadís se ha adelantado con algunos compañeros para auxiliar al rey Lisuarte. Se apresuran intentado llegar a tiempo. Quiere conseguirlo para que Oriana sepa como siempre está presto para servirla. Tienen que recorrer trece leguas. Marchan sin descanso todo el día. Al caer la noche aún están a tres leguas de Luvania. Los guías les han conducido cerca de las montañas para atajar a rey Arábigo y para evitar alguna celada traicionera. Por desgracia, los guías se extravían y no saben a ciencia cierta si aún no han llegado a Luvania o se han pasado de largo. A pesar de su templanza, Amadís no puede contener su enfado y maldice su mala ventura. Cuadragante, preocupado por la suerte de su amado rey y compatriota Cildadán, le dice que no se acongoje, que confíe en Dios que seguro les despejará el camino. El grupo permanece parado e indeciso, sin saber a donde dirigirse. Amadís les pregunta a los guías si la montaña está cerca. Ellos piensan que sí. Amadís envía a Gandalín con uno de los guías hacia la montaña, en busca de un otero o lugar elevado donde divisar los fuegos del real de Lisuarte o de sus enemigos.
Gandalín sube por la sierra que tiene a mano izquierda. Llegan a un altozano y lo suben. Cuando miran hacia el llano descubren los fuegos de un real. El guía estudia la situación y traza el camino para conducirlos a esa posición. Regresan al campamento e informan a Amadís. Éste ordena levantar el campamento y reanudar la marcha antes del alba. Cabalgan con rapidez pero con orden. Al extraviarse han perdido contacto con el rey Perión y el resto del ejército. Van rápidos pero, a pesar de todo, al romper el alba todavía están a una legua de Luvania.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 116 (4 de 4)

El sitiado Lisuarte no descansa. Ya se ve perdido sin remedio. La villa tiene pocas posibilidades de defensa. No resistirá un asedio. Ha tomado la decisión de morir antes que ser preso. Organiza a sus caballeros y a la gente de la villa. Los coloca en los puntos más débiles de la fortificación. Les exhorta y anima a luchar para salvar sus vidas.

El ataque final da comienzo. Los asaltantes avanzan sin temor con el apoyo de arqueros y ballesteros. Se saben virtuales vencedores. Llegan a los muros de la ciudad. Los sitiados se defienden con saetas y piedras. La muralla no es muy alta y en algunos puntos ya está derruida. En ellos se producen los primeros combates cuerpo a cuerpo. Los defensores, a pesar de su cansancio e inferioridad numérica, se baten con valentía y bravura. Consiguen contener el fiero ataque enemigo. Se producen numerosas bajas en ambos bandos. Los asaltantes están a punto de entrar en la ciudad cuando cae la noche. El ataque se interrumpe. Aseguran el cerco de la villa y descansan para reanudar el asalto al día siguiente.

martes, 26 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 116 (3 de 4)

Los hombres del rey arábigo se apartan un poco de los muros de la villa para evitar el fuego de arcos y ballestas. Apresan a Arbán y a Grumedán. Los llevan ante su rey. Arcaláus los quiere matar pero Arábigo no lo permite. El ejército de Lisuarte ha quedado desbaratado y vencido. La mayor parte de sus caballeros están o muertos o prisioneros. Él mismo está, acompañado de unos pocos, sitiado en una pequeña villa de débiles defensas. Hasta aquí le había conducido el haber prestado oído a las insidias de Brocadán y Gandandel que le enemistaron con Amadís. ¿Y ahora? ¿Serán Brocadán, Gandandel o alguien de su linaje quienes le socorran? No, por cierto. Si dependiera del auxilio de esos envidiosos, Barsiñán obtendría una cumplida venganza por la muerte de su padre y el rey Arábigo y Arcaláus, una gran victoria que les resarciría de la derrota de la batalla de los Siete Reyes. Por suerte para Lisuarte, el auxilio vendrá por parte de Amadís que, olvidando la injusta ingratitud de Lisuarte y pensando solo en realizar actos nobles y virtuosos, acude en rescate de este rey vencido y sitiado, en peligro de muerte y con su reino al borde del caos.
Con Luvania sitiada, el rey Arábigo se reune con sus consejeros y capitanes. Tiene dos opciones: atacar la villa de inmediato para no dar tiempo a establecer mejores defensas o permitir que sus hombres recuperen fuerzas con el descanso nocturno y retrasar el ataque al día siguiente. Solo quedan dos horas de luz. El rey Arábigo decide iniciar el ataque de inmedio, antes de que caiga la noche. Si no consiguen entrar antes del fin del día, continuarán a la mañana siguiente. Él mismo con Arcaláus y el rey de la Profunda Ínsula atacarán por un lado. Barsiñán y el Duque de Bristoya, por el otro. Todos los hombres del rey Arabigo se van colocando en sus posiciones. Las trompetas darán la señal de inicio para el asalto a Luvania.

Libro IV, Capítulo 116 (2 de 4)

El rey Lisuarte, desdeñando el riesgo de muerte, se pone en primera fila de combate. Se topa con un hermano de Alumas (aquel primo de Dardán el Soberbio muerto por Florestán en la Fuente de los Tres Olmos), lo derriba y lo mata. Las fuerzas de refresco hacen gran destrozo entre los enemigos. Lisuarte, inmerso en el fragor del combate, derribando adversarios por doquier, se interna excesivamente entre las filas contrarias. Arcaláus advierte que ha separado imprudentemente de sus hombres y avisa a Barsiñán que, flanqueado por diez caballeros, se lanza sobre el rey británico. El ataque es tan brutal y desproporcionado que consiguen derribar a Lisuarte. Filispinel y 20 compañeros corren en su ayuda. Consiguen rechazar a Barsiñán y Arcaláus que estaban a punto de rematar a Lisuarte. Arcaláus envía más caballeros y están a punto de vencer, pero la llegada de Cildadán, Arquisil, Norandel y Brandoibás impide la victoria enemiga. Norandel se deja caer del caballo, recoge la espada de Lisuarte del suelo y se la entrega al rey. Le cede su caballo para que se ponga a salvo. Luego, Brandoibás le proporciona a Norandel un nuevo caballo.
Arcaláus envía un mensajero al rey Arábigo para que les envíe tropas de refuerzo. El rey Arábigo y los seis caballeros de la Ínsula Sagitaria y sus hombres atacan. Hacen gran destrozo entre los caballeros de Lisuarte que ya muestran preocupantes signos de fatiga. Los seis caballeros de la Ínsula Sagitaria estragan las filas británicas que empiezan a perder terreno.
Lisuarte ordena el repliegue de sus hombres hacia Luvania mientras él se queda con Cildadán, Norandel, Guilán, Arquisil y otros caballeros escogidos, protegiendo la retaguardia. Lisuarte y sus caballeros se comportan con bravura, heroicamente, pero la superioridad enemiga es aplastante. Muchos mueren en esta fase de la batalla. La presión enemiga los empuja contra los muros de la villa. Arbán y Grumedán (que lleva la enseña real) son derribados. Lisuarte está apunto de ser apresado, pero sus amigos lo agarran y lo meten por la fuerza en el interior de Luvania. Las puertas se cierran. Pocos hombres del grupo de Lisuarte consiguen ponerse a salvo.

domingo, 24 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 116 (1 de 4)

El ejército del rey Arábigo alcanza a los hombres de Lisuarte en las inmediaciones de Liuvania. El rey Lisuarte dispone a sus tropas en dos haces: el primero al mando del rey Cildadán, con Norandel, Arbán de Norgales, Guilán el Cuidador y Cendil de Ganota, de dos mil caballeros: el segundo, con Arquisil, Flamíneo, Giontes y Brandoibás, de seis mil caballeros. Son fuerzas temibles si estuvieran descansados y bien armados, pero tras la batalla contra los insulofirmeños se encuentran exhaustos, maltrechos y con la mayoría de sus armas deterioradas.
El rey Arábigo coloca a Barsiñán en la vanguardia, deseoso de ganar honra y de vengar a su padre y hermano, al mando de un haz de dos mil caballeros.
El día amanece claro. Pronto los rivales se divisan. Comienzan las acometidas. En los primeros encuentros muchos caballeros son descabalgados. Barsiñán quiebra su lanza y, espada en mano, reparte golpes a diestro y siniestro. Norandel se topa con el tío de Barsiñán, hermano de su madre y regente de Sansueña durante la minoría de edad de su sobrino. Norandel le propina tal lanzazo que le perfora escudo y loriga y le atraviesa el pecho y le saca la punta por la espalda. El tío de Barsiñán cae muerto al suelo. El rey Cildadán también derriba a otros destacados caballeros de Barsiñán. Lo mismo hacen Guilán y Arbán y los otros caballeros de Lisuarte. El haz de Barsiñán está a punto de ser desbaratado pero recibe el apoyo de los hombres de Arcaláus, muy hábil con las armas a pesar de ser manco de la mano derecha por obra de Amadís. La llegada de los refuerzos de Arcaláus da un giro a la batalla. Muchos caballeros de Lisuarte son derribados aunque Cildadán, Norandel, Guilán y Cendil luchan con bravía infatigablemente. Pero su esfuerzo no es suficiente para contener el empuje de Arcaláus. Tiene que intervenir Lisuarte con el resto de sus tropas.

viernes, 22 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 115 (2 de 2)

Esclavor, al notarse descubierto, da aviso al rey Arábigo, su tío, para que ataque a Lisuarte antes de que se aleje demasiado de las montañas. Llega su emisario al campamento del rey Arábigo, pero su ejército no está preparado para un ataque tan repentino. Se habían hecho a la idea de atacar por la noche. Se ponen en marcha pero con lentitud y pierden un tiempo precioso en abandonar la montaña, ya que se habían acantonado en lo más áspero y fuerte de ella. Llegan al llano y persiguen a los de Lisuarte, pero van tan retrasados que solo pueden alcanzarlos en las inmediaciones de Luvania. Arcaláus, que se sabe muy superior en fuerzas, no se preocupa porque Lisuarte se refugie en la villa.
Entre tanto, Nasciano había enviado a Esplandián y Sarguil en busca de Lisuarte para informarle de como iban los preparativos para la negociación de paz. Llegan al real de Lisuarte y ven que ya lo han levantado. Siguen su rastro y alcanzan a ver a las tropas del rey Arábigo en pos de las mermadas fuerzas de Lisuarte. Esplandián ya tenía noticias del rey Arábigo. Lo había mencionado la reina Brisena. Sabía que era un feroz enemigo. Deciden volver y contar lo visto al rey Perión. Cabalgan lo que queda del día y toda la noche para llegar al alba al real de Perión. Se dirigen a la tienda de Amadís donde se encuentran con Nasciano que les pregunta porqué vienen tan apresurados. Esplandián le dice que tiene que hablar primero con Amadís. Entra en la tienda y lo despierta. Le cuenta como el ejército del rey Arábigo acosa al rey Lisuarte y le pide ayuda. Amadís se levanta presto y va a ver a su padre. Le cuenta lo que ocurre y le pide licencia para socorrer a Lisuarte. Perión le da permiso. Le dice que se adelante con un grupo de gente escogida y él les seguirá con el resto del ejército. Manda tocar trompetas y añafiles. La tropa está dispuesta para marchar en pocos minutos. El rey Perión reúne a sus capitanes. Les propone socorrer a Lisuarte y todos están de acuerdo en hacerlo. Amadís con Cuadragante, Florestán, Angriote, Gavarte de Val Temeroso, Gandalín, Enil, Helisabad y 4000 caballeros parten presto en primer lugar.

jueves, 21 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 115 (1de 2)

El rey Arábigo y sus aliados (Barsiñán y Arcaláus) llevaban un tiempo apostados en lo alto de las montañas vigilando las tropas de Lisuarte y Perión. Habían enviado varios espías para que escudriñaran ambos reales. La intención del rey Arábigo era actuar cuando el desgaste del combate debilitara a ambos ejércitos. Pero llegan los espías con noticias adversas: se están levantando los dos reales sin que la derrota de uno de los bandos se haya producido. El rey Arábigo, temiendo algún tipo de aveniencia entre Lisuarte y Perión, decide atacar a Lisuarte antes que a los hombres de Amadís. Espera obtener más de la derrota del rey británico. Retrasa el ataque hasta la noche. Envía a su sobrino Esclavor, experto guerrero, con diez hombres para que sigan el rastro del ejercito de Lisuarte.
El rey Lisuarte, aunque desconoce su paradero, ha desconfiado de la gente del rey Arábigo desde el principio. Gente suya de la comarca le avisan de movimientos de tropas enemigas por los cerros de aquellas sierras. Lisuarte sabe lo maltrechas que están sus tropas tras la batalla. Posiblemente no resistirían un ataque del enemigo. Convoca al rey Cildadán y al resto de sus capitanes. Les da a conocer los informes de sus espías. Ordena que la tropa se mantenga alerta y bien armada, preparada para un posible ataque. Todos acatan las órdenes marcialmente. Grumedán y Brandoibás le dicen reservadamente al rey que le cuente la situación a Perión por si fuera necesaria su ayuda, pues el rey Arábigo es tan enemigo de Lisuarte como de Perión. Además, dicen, solicitar su ayuda puede afianzar la paz recién conseguida. Pero Lisuarte, más deseoso de conservar su honra que su vida, les contesta que piensen solo en responder duro a ese posible ataque y no buscar a otro para que les saque las castañas del fuego. Luego envía a Filispinel  al mando de una avanzadilla de veinte hombres. Permite que el resto de la tropa descanse. Su ejército ya se había desplazado más de cuatro leguas desde el emplazamiento del real. El objetivo es alcanzar Luvania y eludir un peligroso ataque nocturno, teniendo en cuenta lo maltrechos y extenuados que están sus hombres.
Filispinel no tarda en descubrir en las montañas a los espías de Esclavor. Deduce acertadamente que las tropas del rey Arábigo están cerca y envía un aviso urgente a Lisuarte. El rey conduce con rapidez a sus hombres hacia Luvania. Es una plaza débilmente fortificada, pero mejor defenderse ahí que luchar a campo abierto.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 114

Nasciano se reune con Lisuarte y le cuenta lo hablado con Perión. Lisuarte lo deja en su tienda y se retira a parlamentar con sus aliados. Va a la tienda de Gasquilán, el rey de Suesa, que aún estaba postrado en cama a causa de su pelea con Amadís. Lisuarte a convocado allí a Cildadán y al resto de caballeros principales, tanto suyos como romanos. Les comunica la propuesta de Perión callando lo referente a la relación entre Amadís y Oriana, y les pide su parecer, sobre todo a los romanos que han sufrido tan alta pérdida. Cildadán y Gasquilán están de acuerdo con lo que decida Lisuarte pero le ceden la palabra definitiva a los romanos. Habla Arquisil. Dice que si Patín estuviera vivo, a él le correspondería decidir. Como ha muerto tanto Arquisil como el resto de romanos aceptarán lo que determine Lisuarte. Complacido por su respuesta, Lisuarte toma la responsabilidad de dar contestación a Perión. Nombra a Arbán de Norgales y a Guilán el Cuidador como los negociadores de la paz. Luego se reune con Nasciano, le comunica el nombre de sus interlocutores y le pide que vuela con Perión para darle la respuesta. Lo mejor es que cada bando se retiren del campo de batalla mientras duren las negociaciones. Lisuarte tiene intención de retirarse con su ejército a la cercana villa de Luvania. Nasciano queda complacido con la respuesta de Lisuarte. El ermitaño no solo sabe de cosas divinas, también tiene conocimiento de cosas más mundanas. En su juventud fue un afamado caballero en la corte del rey Falangriz. Nasciano le pide que fije un día para que se reunan los negociadores de ambos bandos en un punto neutral a mitad de camino.
Nasciano regresa con Perión y le cuenta el resultado de sus gestiones. Perión acepta levantar el campo y retirarse.
Al día siguiente, al son de trompetas y añafiles, ambos ejércitos empiezan a retirarse. Este movimiento es advertido de inmediato por el rey Arábigo que los vigila montaña arriba.

martes, 19 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 113 (2 de 2)

El rey Lisuarte se aparta para meditar en solitario sobre lo que acabar de conocer. Piensa en el valor y honradez de Amadís, en todos los grandes servicios que le debe a él y a su hermano Galaor, en su hermoso nieto Esplandián de brillante futuro vaticinado por Urganda,.... Vuelve con Nasciano y le dice que sus palabras le han hecho cambiar de parecer. Ya no quiere venganza ni más muertes. Le pide que sondee a Amadís y si está conforme, él está dispuesto a firmar la paz.
Nasciano, feliz por la decisión del rey, parte de inmediato para hablar con Amadís antes de que acabe la tregua. Se topa con Esplandián que ha acudido al real acompañado de Sarguil, su compañero de infancia y actual criado, enviado por Brisena para llevarle noticias del transcurso de la guerra. Nasciano lo ve muy crecido y hermoso. Esplandián lo abraza emocionado. Lisuarte contempla la escena. Desde que sabe que es su nieto ha visto florecer en su interior un súbito amor de abuelo y no puede apartar los ojos del doncel, su recién descubierto nieto. Esplandián lo ve, se postra ante él y le entrega la carta de la reina Brisena. Nasciano le pide licencia para que Esplandián le acompañe en su misión. Lisuarte accede.
Nasciano en su burro y Esplandián y Sarguil en palafrenes parten hacia el campamento enemigo. Llegan allí y se dirigen a la tienda de Amadís. Éste, que no conoce a Nasciano, se sorprende al ver un anciano venerable ante su tienda. Ve a Esplandián, al que tampoco reconoce, y se maravilla de su hermosura. Cuadragante sí que lo reconoce. Se acerca al doncel y lo abraza y recuerdan como se conocieron. Se vuelve a Amadís y le refresca la memoria, cuando Amadís era el Caballero Griego y se encontró con Esplandián. Amadís cae en la cuenta. La alegría le embarga y quiere abrazar al muchacho ( pues ya sabe que es su hijo). Pero Esplandián lo detiene y le dice que antes debe saludar al venerable y provecto Nasciano. Amadís ya conoce su fama de santidad y se arrodilla ante él y le pide su bendición. El eremita se la da. Luego, Amadís abraza a Esplandián. El doncel respeta y admira a Amadís porque sabe que es el mejor caballero del mundo. Es su ídolo desde que le vio vencer a los romanos. Su mayor deseo es servir con él y aprender el arte de la caballería. Solo la aparición del actual conflicto le había frenado para solicicitar la licencia a Lisuarte e irse con Amadís.
Nasciano le pide a Cuadragante que se lleve a Esplandián mientras él habla reservadamente con Amadís: le resume su vida desde que fue abandonado en el arca hasta convertirse en el mejor caballero, gracias a la intervención divina. Ya es hora de que Amadís corresponda y le devuelva el favor a Dios...Le cuenta como ha pedido permiso a Oriana y le ha desvelado al rey que están prometidos en secreto y que han tenido un hijo. Le dice que Lisuarte ha recibido la noticia con tranquilidad y alegría y desea concertar la paz con Amadís. A éste le tiembla el corazón y las carnes al conocer la noticia. Acepta la paz propuesta por Lisuarte y le pide a Nasciano que hable con su padre, el rey Perión, para acordarlo todo.
Perión también se maravilla de la apostura de Esplandián. Nasciano le cuenta su historia y Perión recuerda las profecías de Urganda sobre Esplandián, llamado a hacer grandes hazañas. Luego, el ermitaño le cuenta la propuesta de paz de Lisuarte. La opinión de Perión es favorable, pero antes reune a sus principales caballeros para que ellos den su beneplácito. Les explica la situación y tras unos minuros de deliberación, Angriote de Estravaus, como portavoz, toma la palabra: dice que están de acuerdo con la paz. Han alcanzado gran honra y han conseguido que Lisuarte reconsidere la injusticia cometida con Oriana. Como el inicio del conflicto fue encomendado a Brian y Cuadragante, es justo que también sean ellos dos quienes lo terminen.
Así, acuerdan que estos dos caballeros, en nombre del rey Perión, inicien las negociaciones de paz.

Libro IV, Capítulo 113 (1de 2)

Estaba Nasciano en su esquiva ermita donde moraba desde hacía más de 40 años cuando le llegan las noticias del enfrentamiento entre Lisuarte y Amadís. Nasciano ya conocía, por la confesión de Oriana, la identidad y origen de Esplandián. Decide que debe intervenir para detener tan sangrienta confrontación. Quiere conseguir el casamiento de Amadís y Oriana. Se dirige a la Ínsula Firme montado en su burro. Tras varias jornadas largas y penosas llega a su destino, pero el rey Perión ya ha partido con su ejército a la batalla. Nasciano se entrevista con Oriana. Le cuenta que a pesar de su retiro se ha enterado del conflicto entre Lisuarte y Amadís causado por el futuro matrimonio de Oriana con Patín. El ermitaño quiere impedir esa matanza que ofende a Dios y a la humanidad entera. Puede hacerse fácilmente si revela a Lisuarte el secreto de Oriana que conoce bajo secreto de confesión. Oriana accede a que desvele su secreto. Le encomienda a Esplandián y le pide que se lo traiga a su lado. Nasciano se despide y monta de nuevo en su burro para cumplir su misión. Sus años son tantos y su caminar tan vagaroso que solo puede llegar a su destino cuando las dos batallas han concluido. Encuentra a los soldados curando heridos y enterrando muertos. Se espanta ante tal matanza. Pregunta por la tienda de Lisuarte y allí va. El rey lo reconoce y se postra ante él y le pide su bendición. Nasciano se la da y lo hace levantar. Él mismo se arrodilla ante el rey para besarle las manos. Lisuarte se lo impide, lo levanta y lo abraza. Lisuarte le invita a comer, ordena que traigan viandas y comen en amigable compañía. Luego se retiran a un rincón apartado de la tienda. Lisuarte indaga por la razón de su venida. Nasciano le suelta una larguísima y perifrástica perorata contándole como se enteró del conflicto y de la causa de este enfrentamiento y que no puede casar a Orina porque la princesa ya tiene marido.
Lisuarte piensa que Nasciano ha perdido el juicio debido a su avanzada edad. Le dice que Oriana está soltera y que aunque la deja sin derecho al trono de Gran Bretaña, a cambio le ofrece el trono de Roma, de mucha más alcurnia. 
Nasciano le cuenta el secreto de su hija: como se prometió en matrimonio a Amadís cuando la liberó de la prisión de Arcaláus, como se entregó a él y como engendró a Esplandián.
Lisuarte se queda estupefacto al saber que Oriana está virtualmente casada con Amadís y que Esplandián es su nieto. Dice que si lo hubiera sabido todos estos muertos podrían haberse evitado. Nasciano le responde que no pudo decirlo antes por el secreto de confesión, pero ahora Oriana le ha dado el permiso para levantarlo...

lunes, 11 de octubre de 2010

Libro IV, capítulo 112

Cuando Lisuarte llega a su tienda le pide a Cildadán que se quede con él para ir juntos  ofrecer sus respetos al cuerpo de Patín. Lo encuentran en su tienda, yacente y rodeado de sus deudos y los principales caballeros romanos. Aunque de natural soberbio y desabrido, era franco y liberal con los cercanos. Por eso sus súbditos cortesanos lamentan sinceramente su pérdida.
Los reyes Lisuarte y Cildadán ven reunida en torno a Patín a toda la plana mayor romana. Lisuarte les persuade para que se retiren a descansar y recuperarse del esfuerzo pasado. Lisuarte y Cildadán se ofrecen para ocuparse del entierro del Emperador. Los romanos se retiran. Lisuarte ordena que lleven cadáver al monasterio de Luvania como paso intermedio hasta su traslado definitivo a la Capilla de los Emperadores en Roma. Una vez dispuesto ésto, los dos reyes se retiran a la tienda de Lisuarte, donde cenan juntos. Lisuarte pone buena cara pero está afligido en su interior: tras dos días de intensos combates se da cuenta de su inferioridad frente a los insulofirmeños. Un tercer día de batalla solo puede depararle deshonor y derrota e incluso la muerte. Después de cenar, Cildadán se va a su tienda.
La noche pasa sin novedad. Por la mañana, Lisuarte oye misa y vuelve a la tienda de Patín con Cildadán. Floyán ya se ha llevado el cuerpo del Emperador a Luvania. Lisuarte hace llamar a Arquisil, Flamineo y al resto de romanos principales. Lisuarte les transmite sus condolencias por la muerte de su señor, pero les dice que sigue firme en sus deseos de venganza. Solo se irá del campo de batalla vencedor o muerto. Quiere saber cuales son las intenciones de los romanos.
Arquisil responde que desde la fundación de Roma los romanos han realizado grandes y honrosas hazañas. Como dignos sucesores de esos gloriosos romanos, ellos piensan cumplir con su deber sin desmayo. Arquisil se ofrece para ocupar la vanguardia cuando comience el tercer día de batalla y luchar denodadamente como si el Emperador estuviera aún vivo.
A Lisuarte le complace la lealtad romana. Se va con Cildadán y le dice que no las tenía todas consigo con los romanos, pero que Arquisil le merece toda su confianza además de ser un hábil y esforzado caudillo. Así está dispuesto a afrontar el tercer día de batalla con el único objetivo de vencer o morir en el intento. Cildadán, aunque pesaroso por estar obligado en esta empresa por ser tributario de Lisuarte, es un aliado leal y esforzado. Le responde que tiene todo su apoyo y que está dispuesto a morir en la batalla si fuera necesario. Lisuarte le agradece sus palabras. Toma interiormente la decisión de liberarle de su vasallaje si salen con bien de tan incierta empresa. Se retiran a sus tiendas para descansar a la espera de la batalla definitiva.

domingo, 3 de octubre de 2010

Libro IV, Capítulo 111 (4 de 4)

Arbán de Norgales advierte que los romanos van perdiendo terreno y recomienda a Lisuarte que retrocedan con ellos para no quedarse al descubierto, con grave riesgo de sus vidas. El rey Lisuarte avisa a Cildadán y mandan hacer una retirada ordenada, aguantando la acometidas enemigas, hasta ponerse a la altura de sus aliados romanos. Entonces, Norandel, Guilán, Cendil de Ganota y Landín se pasan a las filas romanas para reforzarlas, aunque ese esfuerzo parece en vano pues todos tienen la impresión de que la batalla ya está perdida.
Amadís valora la situación: por el lado romano ve como han recogido el cuerpo de Patín y empiezan a retirarse y desperdigarse. En el otro lado, ve como Lisuarte resiste a duras pena las acometidas de sus adversarios. En consideración a su amada Oriana y por deferencia por los buenos tiempos pasados con Lisuarte, se acerca a Perión en compañía del conde Galtines. Como el ocaso ya está próximo, le propone que cese el combate. Perión, hastiado de tanta muerte estéril de caballeros tan nobles, acepta la propuesta. Agrajes, enterado de la decisión, se acerca furioso e increpa a Amadís por desaprovechar la oportunidad de aniquilar a los enemigos. Amadís responde que cuando caiga la noche va a ser difícil de distinguir amigos de enemigos. Pero Agrajes adivina cuales son las verdaderas razones de Amadís y acepta su decisión a regañadientes. Aunque le dice que "si no quiere vencer, no tendrá derecho a señorear y quedará como simple caballero andante".
Cuadragante, como irlandés que es, aprecia y respeta al rey Cildadán. Por eso también se alegra de la decisión de detener el combate. Perión y Cuadragante comienzan a apartar a los caballeros que pelean en sus cercanías. Amadís y Gastiles hacen lo mismo por su lado. El rey Lisuarte que veía todo perdido pero estaba dispuesto a morir en el campo de batalla, se sorprende de que sus adversarios dejen de luchar. Cildadán le recomienda que aprovechen la oportunidad que les brindan los contrarios y que se retiren. Así se hace: Arbán de Norgales, Guilán el Cuidador, Arquisil y Flamíneo organizan la retirada. Una vez acampados ambos bandos en sus reales, se acuerda una tregua de dos días. Así cada parte podrá recoger a sus muertos y heridos. Los llantos y lamentos por los entierros son muchos, sobre todo por la muerte del Emperador romano, pero no se detallarán para no resultar enojoso o prolijo.

Libro IV, Capítulo 111 (3 de 4)

En ese momento llegan Patín y el rey Cildadán con más de 3000 caballeros y por el otro lado, Gastiles y Grasandor acompañados también por una numerosa tropa. El choque de ambas fuerzas es tan violento que consigue que los cuatro se suelten de su abrazo. Los cuatro quedan montados en sus caballos pero tan cansados que apenas pueden mantenerse sobre las sillas. La superioridad numérica es de la gente de Lisuarte pero la bravura y la pericia de Perión, Florestán y Cuadragante equilibra la situación.
Entonces llega Amadís, que hasta ese momento combatía por el lado derecho del campo de batalla. Ha matado a Constancio de un solo golpe y ha desbaratado las filas romanas por ese lado. Trae la espada tinta en sangre hasta la empuñadura. Con él vienen Gandalín y el conde Galtines y Trión. Ve a su padre rodeado de enemigos, entre ellos Patín, el Emperador de Roma. Pica espuelas y se lanza sobre Patín. Floyán se interpone en su camino para defender la vida de su señor. Florestán lo advierte y se enfrenta a Floyán. Se dan grandes golpes por la cima de los yelmos. Floyán, desacordado, cae al suelo y muere pisoteado por los caballos. Amadís, con la mirada fija en Patín, se introduce entre las filas romanas impetuosamente derribando a cuanto caballero se interpone en su camino. Llega por fin unto al Emperador. Le da un espadazo tan fuerte encima del yelmo que deja a Patín aturdido. El Emperador deja caer su espada y se tambalea semiinconsciente. Antes de que caiga, Amadís le propina un nuevo golpe sobre el hombro: corta armadura, carne y hueso. El brazo le queda colgando y Patín cae al suelo y muere. Los romanos que ven el luctuoso suceso avisan a los compañeros a voces. Llegan Arquisil, Flamíneo y otros. El combate se recrudece el la zona donde pelean Amadís y Florestán. En otro lugar, Perión Agrajes y Cuadragante se enfrentan a Lisuarte y Cildadán con tanta dureza que en esa zona la mortandad será la más alta del día. Brian y Gandales han conseguido reagrupar a más de seiscientos caballeros y se lanzan al ataque en el lugar donde lucha Amadís y obligan a retroceder a los romanos.