viernes, 31 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 125 (2 de 2)

Oriana se reune con Melicia y Olinda. juntas contemplan la figuras y sus nombres grabados en el jaspe. Vean a Grimanesa y su belleza les impresiona tanto que dudan que ninguna otra pueda entrar en la Cámara Defendida. Se quedan un rato embelesadas por lo que ven. Pero al poco tiempo caen en la cuenta de que las esperan fuera y salen juntas. Van tan alegres que a la concurrencia le parece que son más hermosas que como entraron. Sus respectivos maridos van a su encuentro. Todos juntos van a la Cámara Defendida. Grasinda también quiere probarla. Amadís les pide a Olinda y Melicia que la acompañen.
[...]
Grasinda entra en la Cámara encomendándose a Dios. Supera el padrón de cobre pero es detenida ante el padrón de mármol. Allí nota como le tiran de sus largos cabellos y es expulsada del sitio. Cuadragante la recoge. Está tan enamorado que no le importa el resultado de la prueba.
Olinda, de la mano de Agrajes, se dirige a la Cámara. Supera el padrón de cobre y alcanza el de mármol sin sobrepasarlo. También es expulsada.
Le toca a Melicia. Supera los padrones de cobre y mármol. Todos creen que llegará hasta la Cámara. También lo piensa Oriana, toda demudada. Pero da un paso más y Melicia es expulsada como las otras. Bruneo pena por ella, otros ríen disimuladamente.
Por último, llega el turno de Oriana. Camina con pasos sosegado y rostro honesto. Supera si dificultad los dos padrones. A un paso de la entrada a la Cámara empieza anotar muchas manos que le impiden avanzar. Ella porfía por penetrar en la Cámara. Alcanza por fin la entrada, muy cansada. Se agarra a la jamba. De pronto aparece un brazo que hace señas a madís para que la acompañe. Una voz dice: "Por fin una belleza ha vencido a Grimenesa y un caballero ha superado a Apolidón". El brazo tira de Oriana y la introduce en la Cámara Defendida.
Ysanjo declara que desde ese momento todos los encantamientos de la Ínsula Firme han sido deshechos.
Luego llegan las felicitaciones. Continúan los festejos de boda. Comen y cenan.
Aposentan a los recién casados en ricas alcobas. Esa noche, las doncellas pasan a ser dueñas... y las que ya eran dueñas, no menos placer obtuvieron de sus recién estrenados maridos.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 125 (1 de 2)

Los reyes acuerdan que los festejo de boda duren quince días y que las ceremonias se efectuarán el cuarto día. 
Llega el día señalado. Los novios se reunen en los aposentos de Amadís vestidos con los más ricos paños. Lo mismo hacen novias, reyes y grandes señores. Todos se reunen en la huerta y juntos van a la iglesia donde les espera Nasciano. Tras la celebración de las bodas, Amadís se reune con su suegro. Le pide que hable con Oriana y le diga que pruebe el Arco de los Enamorados y la Cámara Defendida que ninguna mujer ha podido penetrar en más de cien años, después de que lo hiciera Grimanesa, la esposa de Apolidón. Lisuarte le dice que no tiene inconveniente. Habla con su hija y le transmite el deseo de su esposo. Todos escuchan con turbación la orden real, temerosos de que Oriana no supere las pruebas con su consiguiente menoscabo y vergüenza. Pero al ser orden real y deseo de Amadís, nadie se atreve a oponerse.Todos van al Arco. Melicia y Olinda también quieren intentarlo. Sus maridos no quieren forzarlas a probarse en él, pero ellas insisten en hacerlo. Melicia y Olinda son las primeras en pasar bajo el Arco. La imagen que hay sobre él tañe su trompeta y produce una dulce melodía con gran alivio y contento de los presentes. Es el turno de Oriana. Un instante antes de pasar bajo el Arco, se gira para mirar a su esposo y le muestra su sonrojado rostro. Oriana pasa el Arco y la imagen entona un dulcísimo son y de la trompeta salen despedidas tantas flores y rosas que en poco tiempo el campo queda cubierto de ellas. La melodía es totalmente diferente a otras y tan dulce que provoca gran deleite entre los presentes y nadie quiere moverse de su sitio.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 124

Dragonís, primo de Amadís y Galaor, mancebo honrado y esforzado, destacado caballero en la guerra de Mongaza, no estaba presente cuando se acordaron todos estos matrimonios porque había partido del monasterio de Luvania con una doncella a la que le había prometido un favor: combatió por ella con Angrifo, señor del Valle del Fondo Piélago que había apresado al padre de la doncella. Fue una lucha dura y cruel porque Angrifo era un difícil rival. Al fin, Dragonís consiguió vencerle y liberó al padre de la doncella. Ordenó al caballero vencido que antes de veinte días se personase en la Ínsula Firme y se pusiese a merced de Oriana. Luego, como estaba cerca de Mongaza, se acercó a visitar a sus amigos Galvanes y Madasima. Estando allí, llegó el mensaje de Lisuarte que les invitaba a acompañarle a la Ínsula firme. Con ellos, pues, llegó Dragonís al señorío de su primo. Allí presenció los casamientos que Amadís había acordado. Dragonís estaba contento por la suerte de sus compañeros, pero Amadís se da cuenta que no es justo que deje así a su primo. Se reune con él y le cuenta como tras la batalla de Luvania, el rey de la Profunda Ínsula huyó con graves heridas. Luego, por medio de un escudero del rey Arábigo, se enteraron de que había muerto en el barco. Amadís ha decidido ceder la posesión de la Profunda Ínsula a Dragonís y que éste, a su vez, ceda sus derechos al señorío paterno a su hermano Palomir. Además le propone que se case con Estrelleta.
Dragonís tenía otros planes: ir con Bruneo y Cuadragante y ayudarles a ganar sus propios señoríos, y luego, visitar al Florestán, flamante nuevo rey de Cerdeña, buscar nuevas aventuras en Roma y por último, retornar con Amadís. Pero, acatando la voluntad de su primo, acepta todas sus sugerencias. 
Amadís le pide a Lisuarte el ducado de Bristoya para Guilán el Cuidador y que le permita casarse con la duquesa a quien ama. Amadís, que tiene preso al duque, se lo entregará a Lisuarte. El rey acepta la propuesta pues siente gran cariño tanto por su yerno como por Guilán. Además el duque debe pagar por sus felonías. Guilán agradece a Amadís sus gestiones y le quiere besar las manos. Amadís no se lo permite y lo abraza.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 123 (3 de 3)

Urganda se acerca a Lisuarte con la intención de besarle las manos pero él no se lo permite y la abraza. Lo mismo hacen Perión y Cildadán. Urganda se vuelve hacia el Emperador de Constantinopla y le dice que aunque no se conocen, ella sabe que es un hombre noble y de valía. Por eso se ofrece para hacerle el servicio que necesite, que, aunque viva lejos de su morada, Urganda no tiene problemas en recorrer grandes distancias en poco tiempo. El Emperador le agradece su oferta y queda muy contento por recibir sus favores. Urganda le dice que gracias a ella le será restituido el primer fruto de su generación. Urganda habla ahora con Amadís. Le dice que quiere abrazarlo y que ahora que ha llegado a la cumbre, pocos favores suyos ha de necesitar. Pero debe permanecer vigilante para no perder lo ganado. Amadís le responde que le agradece todas las mercedes que hasta la fecha le ha concedido. A continuación, Urganda habla con Galaor. Les dice a él y a Cildadán que quiere hablar con ellos más tarde, pues piensa quedarse unos días en la Ínsula Firme. Por último, la hechicera envía a los enanos a la serpiente en busca de palafrenes para ella y sus donceles. Los caballeros salen en busca de sus caballos huidos, aterrorizados por la serpiente. Ya todos con montura van al palacio donde les esperan reinas y damas. Antes de entrar, Urganda habla con Esplandián y le encomienda un tesoro para que lo guarde. Y le entrega a los dos donceles (?). 
Entran en la huerta. Urganda es recibida por las damas con alegría y cordialidad. Urganda alaba tal colección de bellezas, grandes en hermosura y virtud. Entra en la torre con ellas. Pide permiso para alojarse junto a Oriana y sus invitadas. Así pasan la noche en alegre compaña.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 123 (2 de 3)

Alojan a Lisuarte y a su esposa en las habitaciones de Oriana y a Perión y Elisena en las de Sardamira. Oriana y las damas que se van a casar se trasladan a lo más alto de la torre. Amadís dispone ricas mesas en los soportales de la huerta y allí comen todos en alegre compañía.
Cildadán se aloja con su tío Cuadragante. Amadís acoge en sus aposentos a Arbán de Norgales, a Guilán el Cuidador y a Grumedán. Norandel se acomoda con su amigo Galaor. Agrajes invita a sus habitaciones a su amado tío Galvanes, mientras Madasima se va con Oriana y el resto de las damas a la torre. Esplandián, de la misma edad que el rey de Dacia, enseguida congenia con él y le invita a sus habitaciones. Serán grandes amigos y juntos vivirán grandes aventuras como se contará en las "Sergas de Esplandián" donde, entre otras, conoceremos las andanzas de Maneli, Talanque y Leonorina de Constantinopla.
Al día siguiente se celebran los matrimonios. Todos tienen prisa en volver a sus respectivas tierras: unos para tomar posesión de sus nuevos señoríos, otros para luchar contra sus enemigos o ayudar a sus amigos. Están todos reunidos en la huerta cuando oyen un gran griterío de la gente que está fuera. Preguntan por la causa de tanto grito. Les dicen que algo extraño y espantoso se acerca por el mar. Los hombres van al puerto, las mujeres suben a lo alto de la torre. Todos ven como se acerca un humo negro y espeso. En medio de ese humo aparece una serpiente mucho mayor que cualquier barco, de grandes alas, cola enroscada, y de cabeza, dientes y boca grandes y terroríficos. De sus narices sale el humo negro. Emite espantosos roncos y silbidos. Echa enorme gorgozadas de agua por la boca. Los caballeros que la contemplan se quedan atónitos, paralizados, sin saber que hacer.
La serpiente se acerca y de pronto da tres o cuatro vueltas de través, sacude las alas y hace crujir sus conchas. El ruido atemoriza a los caballos que huyen en desbandada. Los caballeros discuten como defenderse del monstruo cuando de un costado de la sierpe sale un batel todo tapizado de rico paño de oro. En él viaja una dueña flanqueada por dos donceles. Feos enanos reman. Lisuarte cree que se trata de Urganda la Desconocida pues la escena le recuerda su última aparición, cuando estaban en Fenusa. Amadís está de acuerdo con Lisuarte. El batel llega a tierra. Esfectivamente es Urganda. Se muestra ante ellos en su forma real, ni muy vieja ni muy niña. Desembarca acompañada por sus donceles, muy hermosos y vestidos con ricas vestimentas adornadas con pedrería de gran valor.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 123 (1 de 3)

Cuando Lisuarte estuvo de vuelta en Vindilisora, ordenó a su mujer, a su hija, y a su mayordomo que hicieran los pertinentes preparativos para viajar a la Ínsula Firme. Cuando llegó el momento de partir, decidió hacerlo con muy poco séquito. Entre esos pocos estaban Galvanes y su esposa Madasima. El rey Gasquilán retornó a su patria.
La comitiva real hizo un viaje rápido y sin contratiempos. Cuando llegan a cuatro leguas de su destino, los de la Ínsula Firme deciden salir a su encuentro. Con rapidez se forma un grupo de recepción con todos los caballeros y damas de la Ínsula Firme y salen en busca del grupo de Lisuarte. Ambos grupos se encuentran a mitad de camino, a dos leguas. Lisuarte y Perión se abrazan. Amadís viene detrás con Galaor. Cuando Lisuarte ve a este último, flaco y demacrado tras su enfermedad, las lágrimas llenan sus ojos y le abraza emocionado. Las reinas Brisena y Elisena se saludan a su vez. Luego, Oriana se acerca a su madre. Ambas se abrazan tan emotivamente que casi pierden el conocimiento. Hubieran caído si no las sostienen sus acompañantes. Briolanja y Sardamira también saludan a la reina y a la infanta Leonoreta. Más saludos del resto de damas y caballeros... Después de los innumerables saludos de rigor, todos juntos se dirigen a la capital de la Ínsula Firme. La reina Brisena se asombra y maravilla ante la magnificencia de lo que ve. Ella había supuesto que la Ínsula Firme era un señorío de poca importancia. Lo que ahora contempla la saca de su error. Y una cierta envidia le ensombrece el corazón, pues una corte como aquella desearía para su marido. La apesadumbra el pensamiento de que Amadís la ha conseguido con el único mérito de sus armas y su caballo. Sin embargo, a pesar de tener el corazón turbio, pone buena cara y sonríe a todo el que la saluda. Lisuarte, por su parte, no se separa de Galaor. Oriana ve a Esplandián y queda embelesada. Su madre se lo entrega. Mabilia se acerca y charla con el doncel. Todos se dirigen al palacio.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 122 (6 de 6)

Cuando el ataque simultáneo de Bruneo y Angriote se produce, se encuentran con el real vacío. Se dan cuenta de la huida enemiga y empiezan la persecución. Al principio es muy dificultosa por la falta de luz, pero cuando llega el alba divisan al ejército del duque y se lanzan sobre ellos. Alcanzan a la infantería, los heridos y el fardaje (intendencia). Los que van a caballo han acelerado la huida abandonando a sus compañeros más lentos a su suerte. Los hombres de Angriote y Bruneo hacen gran destrozo entre los rezagados: matan a unos y apresan a otros. Luego regresan victoriosos a la villa. Mandan traer a la reina que encuentra alborozada a sus hijos sanos y salvos y la villa liberada. Angriote y sus amigos le piden licencia a la reina para volver a la Ínsula Firme. Ella les ruega que permanezcan en Dacia dos días más, para ver la coronación de Garinto como nuevo rey y presenciar la ejecución del duque. Ellos responden que asistirán gustosos a la coronación pero prefieren que el ajusticiamiento del duque sea después de que se hayan marchado.
Se quedan, pues, para la coronación de Garinto, que se culmina sin novedad y en un ambiente festivo. Bruneo y Angriote son los encargados de colocarle la lujosa corona en su cabeza. Los dacios obligan al duque a que asista a la ceremonia y es insultado por la plebe. Los insulofirmeños le piden a la reina que se lo lleven, pues no quieren ver humillado e injuriado al vencido. La reina quiere recompensarles con oro y joyas. Ellos declinan la oferta. Solo aceptan como recompensa cuarenta perros de caza (lebreles y sabuesos) que se crían de muy buena raza en ese país. La reina les pide que se lleven al joven rey a la Ínsula Firme para que, al lado de Amadís, adquiera las virtudes de buen caballero que poseen todos los caballeros de la Ínsula Firme. La reina les proporciona una fusta para que navegen de regreso a su tierra. Una vez que han partido, la reina ordena que ahorquen al duque.
Angriote y sus amigos llegan sin novedad a la Ínsula Firme. Dan aviso a Amadís de que les acompaña el rey de Dacia. Amadís, en compañía de Agrajes, sale a recibirlos. Saluda cordialmente al joven rey e invita a todos a su palacio.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 122 (5 de 6)

Bruneo y el infante entran en la villa con los prisioneros. La gente del pueblo se maravilla de ver vencidos a aquellos dos que poco antes habían venido a atemorizarles. Bruneo les increpa por no haber salido en defensa de su rey y de sus hijos. Los villanos se avergüenzan. Su portavoz los justifica alegando la carencia de un líder que los guiara. Bruneo les cuenta como la reina les pidió ayuda a ellos, los caballeros de la Ínsula Firme. Al enterarse de que e un caballero de Amadís todos se ponen a sus ordenes para liberar a los infantes. Bruneo les dice que se preparen juntando armas y hombres. Mientras, él irá a una villa cercana para reunir más gente. Cuando sean un número suficiente, marcharán hacia la villa sitiada. Después de comer, Bruneo se dispone para cabalgar a la segunda ciudad. En ese momento llegan dos peones. Traen noticias de la incursión nocturna de Angriote y sus compañeros. Cuentan como han apresado al duque y como la confusión reina entre los sitiadores. Se rumorea de que van a retirarse pronto. Los peones son de una aldea cercana a la villa sitiada, y vienen a prevenir a las gentes de Alimenta para que se guarden de la rapiña del ejército del duque en desbandada. Ante tal noticia, Bruneo reune a los hombres principales de la villa. Ya no es necesario juntar más gente, con los hombres de Alimenta será suficiente. Hay que darse prisa y atacar, no sea que toda la gloria se la lleven los de la villa sitiada.
El resto del día lo ocupan en preparar las armas lo mejor posible. Todos trabajan con diligencia y ánimo que les infunde el deseo de venganza por la humillaciones sufridas. Llegada la noche, Bruneo da orden de marchar hacia el sitio. Le pide al infante que se quede en Alimenta, lugar seguro, pero el muchacho insiste en permanecer a su lado. Cabalgan toda la noche hasta un lugar cercano al real del duque. Bruneo ordena al guía que haga la señal convenida para sincronizar el ataque con los de la villa. Su intención es atacar un poco antes del alba. Los hombres del duque ya no tienen ninguna esperanza de rescatar a su jefe. Al ver tanto juego de luz tanto dentro como fuera de la ciudad adivinan el inminente ataque a dos bandas, y deciden levantar el sitio y huir. Recogen con rapidez heridos y fardaje y con sigilo se retiran.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Libro IV, Capítulo 122 (4 de 6)

En la villa les recibe Garinto, el infante. Hacen balance de la incursión: por un lado traen las armas totalmente deterioradas y los caballos están tan llagados que no esperan que sobrevivan, pero por otro, los hombres solo tienen heridas de poca importancia y, sobre todo, ha podido capturar al duque. La alegría se extiende entre los sitiados al conocer que han apresado a su odiado enemigo. El duque permanece inconsciente y no recuperará el sentido hasta el día siguiente.
Mientras tanto, Bruneo no ha tenido ningún problema para atravesar el cerco. Va acompañado del infante menor y de un guía. Cabalgan toda la noche y al alba llegan a la villa de Alimenta. Allí había enviado el duque a dos caballeros para que indagaran sobre la identidad de los hombres que habían roto el cerco la noche anterior y para atemorizar a la población y exigirles víveres so pena de graves represalias. Bruneo ve a los dos caballeros a las puertas de la ciudad. El guía le confirma que son hombres del duque. Bruneo confía al guía la seguridad del infante y se abalanza sobre los dos caballeros. Les reta a muerte. En el primer encontronazo, rompen lanzas y Bruneo derriba a uno de ellos, que se golpea la cabeza al caer y pierde el conocimiento. Bruneo, espada en mano, se enfrenta al segundo. La luche es intensa y esforzada, pero Bruneo es mejor y vence: de un golpe certero desarma y casi derriba al contrario que debe agarrarse al cuello de su caballo para no caer. El caballero suplica por su vida. Bruneo le conmina a rendirse y aquel así lo hace. Bruneo le obliga a descabalgar y comprobar si su compañero está vivo o muerto. Todavía vive. Le retira el yelmo y se despeja un tanto. Bruneo llama al guía y al infante. Le dice a éste último que disponga de la vida de los vencidos. Si quiere puede matarlos. El muchacho decide ser magnánimo y les perdona la vida. Bruneo advierte buenas maneras en el infante para llegar a ser un gran hombre.

Libro IV, Capítulo 122 (3 de 6)

Angriote y Branfil se ponen al frente de la partida distractora. Salen por una estrecha calle hasta unas huertas cercanas al real del duque.Se topan con unos veinte caballeros. Los atacan y los derrotan con rapidez. Atraídos por el ruido, llegan más enemigos desde el real. Los dos caballeros siguen derribando contrarios sin parar. Sus compañeros, por detrás, van rematando o apresando a los caídos, según el caso. Llega el duque para ver el destrozo que están sufriendo sus hombres. Monta en cólera y se abalanza sobre sus oponentes. Los hombres que escoltan a Angriote y Branfil no soportan este contraataque y se repliegan hacia la estrecha calleja por donde salieron. Los dos caballeros insulofirmeños se quedan solos aguantando los embates del duque y de sus hombres. Consiguen derribar al duque pero la superioridad enemiga es tal que también tienen que retirarse hacia el callejón. El duque ha caído pero no está herido. Recibe el rápido auxilio de sus hombres que le facilitan un nuevo caballo. Se da cuenta de las numerosas bajas sufridas e increpa a sus hombres por ser incapaces de derrotar a dos hombres solos. El duque reagrupa sus fuerzas y se lanza en tromba hacia el callejón. El ataque es tan fuerte que los sitiados tienen que recular un trecho. El duque cree que la victoria está cercana e imprudentemente se adelanta y se interna en la callejuela. Se topa con Angriote al que lanza un espadazo a la cabeza. Éste lo esquiva y le responde con un golpe tan certero y fuerte que logra derribar al duque. Éste cae al suelo totalmente aturdido. Angriote ordena a sus hombres que apresen al duque. Mientras tanto, él y Brafil continúan el contraataque y hacen retroceder a los hombres del duque. Sin embargo, Angriote detiene su ataque: no son suficientes para combatir en campo abierto. Sabiendo que el duque es su prisionero, deciden replegarse y retornar a la villa.
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lunes, 6 de diciembre de 2010

Libro IV, capítulo 122 (2 de 6)

En el real del duque todo es griterío y confusión, creados por las voces de los hombres que han salido huyendo. No consiguen apaciguar la situación hasta que clarea el día. El duque interroga a sus hombres. Le informa que unos pocos hombres, no más de diez, han roto el cerco y han podido entrar en la ciudad. El duque no se preocupa demasiado. Su intención es arrasar la villa y a sus ocupantes. Ordena a sus hombres que descansen antes del ataque.
Angriote y sus compañeros, tras su descanso, oyen misa junto a los infantes. Luego les piden que hagan llamar a los caballeros principales de la villa y que vengan armados lo mejor posible. Su intención es evaluar las tropas de que disponen y ver si es posible enfrentarse a los sitiadores en campo abierto. Pronto descubren que no. Deciden cambiar de estrategia: mientras Angriote y Branfil encabezan una incursión distractora, Bruneo y el menor de los infantes, de doce años, saldrán por el lado opuesto con el objetivo de eludir el cerco y reunirse con gentes de la comarca. Ahora, el pueblo ha visto como asesinaban a su rey, hacían huir a la reina y casi tienen presos a los infantes y está atemorizado. La leal gente de Dacia no se atreve a salir de sus casas. Si consiguen que vean al infante liberado y con ayuda de Bruneo, es posible que puedan infundirles el valor que les falta, reclutarlos y atacar el cerco. En cuanto consigan reunir un número suficiente de hombres se lo harán saber a los sitiados y harán un ataque combinado para pillar desprevenidos a los sitiadores en una pinza.
En mitad de la noche se pone en marcha el plan.