miércoles, 4 de noviembre de 2009

Libro II, Capítulo 48

Galaor, Agrajes y Florestán descubren la desaparición de Amadís. Hablan con Ysanjo que les cuenta lo que sabe. Van al bosque. Encuentran a Patín y a sus escuderos. Patín está tan débil y desfallecido que no pueden hablar con él. Sus escuderos les cuentan el combate disputado con el Señor de la Ínsula Firme. Continúan la búsqueda de Amadís, sin éxito, por lo que deciden hacerla por separado. Acuerdan reunirse en la corte de Lisuarte el día de San Juan. Amadís ya había abandonado el bosque, atravesó campos, valles y montañas hasta llegar a una ribera donde descansó. Gandalín que lo seguía discretamente, se acuesta a sus pies. Luego le sugiere que quizás Oriana está mal informada y se ha equivocado con respecto a Amadís. Éste se enfada con su escudero por dudar de su amada. Cuando Gandalín duerme, Amadís se escapa, ocultando antes el caballo de su escudero. Amadís atraviesa un bosque hasta una fuente. Junto a ella descansa un viejo. Hablan. Amadís se muestra desesperado y apesadumbrado. El viejo le explica que es un ermitaño que vive en la pobreza de la caridad de las gentes, totalmente solo, en una isla situada a siete leguas de la costa. Amadís le pide que le deje acompañarle a la islita para hacer penitencia junto a él, lo que le quede de vida. Amadís tiene una pesadilla: ve a Oriana cercada por el fuego en un palacio y Amadís logra salvarla. El anciano le despierta y le anima a acompañarlo a su isla. Cuando le pregunta su nombre, Amadís le ruega que le ponga uno nuevo. El viejo lo llama Beltenebros (porque es un mancebo bello y apuesto pero esta sumido en las tinieblas de la angustia y la desesperación). Llegan a la costa y unos marineros los acercan hasta la isla, llamada Peña Pobre. Allí se quedan.
Mientras tanto, Gandalín descubre al despertar que su amo le ha abandonado. Como le había escondido el caballo y los arreos, tarda mucho en reanudar la búsqueda. Recorre el bosque y llega a la fuente donde descubre las armas que su señor ha abandonado. Están custodiadas por dos doncellas: eran cautivas de Gandinos el Follón. Fueron liberadas por Guilán el Cuidador y lo acompañaban desde entonces. Guilán había reconocido las armas de Amadís y, temiendo lo peor, les había encomendado que las custodiaran y las llevaran a la corte del rey Lisuarte. Gandalín decide continuar su búsqueda.

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